Muchos días coincido en el metro con un chico grandote que claramente adolece de algún tipo de discapacidad intelectual, aunque nada tan grave como para impedirle ser lo suficientemente autónomo y viajar sin acompañantes en el transporte público. Un buen ejemplo de ello es que normalmente va cargado con un par de aparatosas mochilas y un enorme abrigo que se le apoderan por momentos, pero siempre sale airoso de la situación y se baja en su parada con todas sus pertenencias bien amarradas.
Pero lo que más llama la atención es que de vez en cuando se acerca a algún señor, normalmente con una buena mata de pelo cubierta por una gorra, y le pregunta su nombre mientras comienza a sobarle la cabellera insistentemente, retirándole previamente el gorro si fuera preciso. Las víctimas se lo suelen tomar bastante bien y le dejan hacer durante unos momentos hasta que, cansados de esa intromisión en su espacio vital, le invitan amablemente a que ceje en su empeño. El chico siempre obedece sin poner resistencia y se aleja pidiendo perdón reiteradamente, supongo que algo avergonzado, porque nunca le he visto repetir la misma acción dos veces en el mismo día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario