Un día estaba llegando a casa de mi amigo Miguel Ángel cuando, de repente, me vi abordado por un par de señoras que parecían perdidas y con necesidad de preguntarme algo, así que accedí a escucharlas gustosamente. Demasiado tarde para recular, descubrí horrorizado que blandían en la mano una copia de la Biblia y un ejemplar de La Atalaya. Como es su costumbre, las testigos de Jehová comenzaron a sermonearme sobre las bondades de su secta, mientras yo intentaba zafarme de su encerrona lo más rápida y amablemente posible.
Pero entonces me hicieron una pregunta que me dejó helado, "¿por qué flota el hielo?". Automáticamente comencé a pensar en la diferencia entre la densidad del agua sólida y líquida debido a su expansión volumétrica durante el proceso de congelación. Pero para ellas sólo era una pregunta retórica, y ante mi estupefacta mirada comenzaron a autoresponderse diciendo que todo era obra de dios y que gracias a ese insólito hecho existía la vida en la Tierra. Según su visión, al congelarse únicamente las capas superiores de los ríos, lagos y mares, podía desarrollarse la vida bajo la superficie con normalidad, y blablabla.
La verdad es que no me enteré de toda la argumentación porque desconecté tras las dos primeras frases, mucho dios y poca densidad para mi gusto como causa primordial. Finalmente me dejaron ir libremente cuando prometí pensar en todo ello. Y algo sí que consiguieron, porque 25 años después sigo hablando sobre por qué flota el hielo.
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