Al menos en cuanto a aspecto físico, yo he sido desde pequeño la oveja negra de la familia. Soy el más parecido a la rama de mi madre, de piel oscura, cabello castaño y complexión delgada, mientras que el resto de mis hermanos han sido siempre de la rama paterna, de tez más clara, rubitos y más bien regordetes. Por eso, cuando en la playa había gente que les preguntaba a mis padres si mi hermano Rubén y yo éramos mellizos, nos hacía mucha gracia y nos parecía increíble que alguien pensase siquiera en tamaño disparate. Si hasta hemos sido siempre opuestos incluso en el carácter, yo siempre haciendo el trasto y mi hermano modosito recordándome que "mamá dice que eso no se hace".
Pero algo de razón sí que debían de tener, pues mi hermano Rubén había ido cambiando paulatinamente su fisonomía hasta parecerse más a mi, mientras el resto de nuestros hermanos permanecían fieles a la rama paterna. Y como nuestra diferencia de edad era mínima, de tan sólo dos años, es
lógico que gente que no nos conociese pudiese llegar a imaginar que no éramos
simples hermanos.
La confirmación definitiva llegó un día en que Susana, buena amiga y compañera de entrenamientos, y que estudiaba en el mismo instituto que mi hermano, me dijo que lo había visto en el recreo y se había sorprendido pensando que era yo. Si ella, que pasaba a diario varias horas a mi lado, se había confundido de esa manera, es que el parecido debía de ser más que razonable. Eso, o que necesitaba graduarse la vista.
La confirmación definitiva llegó un día en que Susana, buena amiga y compañera de entrenamientos, y que estudiaba en el mismo instituto que mi hermano, me dijo que lo había visto en el recreo y se había sorprendido pensando que era yo. Si ella, que pasaba a diario varias horas a mi lado, se había confundido de esa manera, es que el parecido debía de ser más que razonable. Eso, o que necesitaba graduarse la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario