En los tórridos días de verano solíamos refrescar nuestros acalorados cuerpos en las piscinas del Parque Deportivo Ebro. A principio de temporada mis padres adquirían el abono familiar, con descuento por familia numerosa, y durante los meses estivales lo amortizábamos con creces haciendo un uso intensivo de él.
Algunos de mis tíos también eran socios de las mismas instalaciones, así que una vez allí nos juntábamos con ellos y pasábamos el día entero bañándonos y jugando con nuestros primos y primas. Con unas teníamos mucho más trato, no sólo eran primas hermanas, hijas de una hermana de mi madre, sino que además vivían en nuestro mismo edificio. A otros, primos segundos, hijos de un primo de mi padre, prácticamente sólo los veíamos en la piscina.
Estos últimos eran dos hermanos, chico y chica, Andresito y María José (curiosamente el mismo nombre que hubiera tenido yo de haber nacido chica, aunque seguramente yo no hubiera sido tan guapa y delicada como mi prima). Eran algo más jóvenes que yo y bastante simpáticos, aunque extremadamente tímidos, pero lo que más me llamaba la atención de ellos era su aspecto. Parecían dos muñecos de cera, con la piel pálida, tersa, suave y limpia, sin defectos apreciables a simple vista, ni una sola peca, lunar, mancha, grano o arañazo. Tanta perfección era un poco escalofriante, me semejaban una mezcla entre los niños de "El pueblo de los malditos" y los de "Los chicos del maíz". Sin duda contrastaban claramente con cualquiera de nosotros, curtidos por mil golpes, cicatrices, riñas y travesuras. A veces me preguntaba si su madre los tenía guardados en una caja junto a su colección de muñecas de porcelana y sólo los sacaba de su aislamiento forzoso los días que venían a la piscina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario