Aquella tarde habíamos quedado al cuidado de nuestros abuelos paternos, tres niños revoltosos e hiperactivos recluidos en una habitación llena de juguetes, bajo la atenta mirada de nuestros queridos ancestros. Después de asegurarse de que estábamos entretenidos y tenían la situación bajo control, mi abuela se dispuso a tejer un jersey de lana y mi abuelo a leer el periódico. De vez en cuando levantaban la cabeza para echarnos un vistazo y regalarnos una reprimenda gratuita con el fin de cerciorarse, mediante el abuso de autoridad, de que no cometiéramos ninguna travesura.
Pero no funcionó. En un momento de descuido mi hermano mayor se tragó un pequeño objeto metálico, no estoy seguro de si era una moneda, un tornillo o un clavo, y estalló la revolución. No es que se atragantara y casi muriera asfixiado, de hecho en mi recuerdo lo engulló limpiamente y mostraba al mundo una sonrisa picarona, como quien ha realizado una gran proeza. Pero mis abuelos montaron un enorme alboroto y entre gritos y aspavientos acabaron llevando a mi hermano a urgencias, donde los médicos poco pudieron hacer salvo indicarles que tuvieran paciencia mientras esperaban a que el cuerpo se deshiciera del elemento intruso de forma natural.
Nunca me he explicado qué pasó por la cabeza de mi hermano Daniel en el instante previo a cometer semejante estupidez. Quizás había oído eso de que el hierro es bueno para la salud, o que Popeye obtenía su fuerza sobrehumana gracias al hierro contenido en las latas de espinacas que consumía en cada episodio, y atando cabos decidió acelerar el proceso. En cualquier caso no parece una explicación demasiado coherente, porque a mi, que soy tres años menor que él, jamás se me habría ocurrido tamaña insensatez.
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Pero no funcionó. En un momento de descuido mi hermano mayor se tragó un pequeño objeto metálico, no estoy seguro de si era una moneda, un tornillo o un clavo, y estalló la revolución. No es que se atragantara y casi muriera asfixiado, de hecho en mi recuerdo lo engulló limpiamente y mostraba al mundo una sonrisa picarona, como quien ha realizado una gran proeza. Pero mis abuelos montaron un enorme alboroto y entre gritos y aspavientos acabaron llevando a mi hermano a urgencias, donde los médicos poco pudieron hacer salvo indicarles que tuvieran paciencia mientras esperaban a que el cuerpo se deshiciera del elemento intruso de forma natural.
Nunca me he explicado qué pasó por la cabeza de mi hermano Daniel en el instante previo a cometer semejante estupidez. Quizás había oído eso de que el hierro es bueno para la salud, o que Popeye obtenía su fuerza sobrehumana gracias al hierro contenido en las latas de espinacas que consumía en cada episodio, y atando cabos decidió acelerar el proceso. En cualquier caso no parece una explicación demasiado coherente, porque a mi, que soy tres años menor que él, jamás se me habría ocurrido tamaña insensatez.
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