lunes, 25 de agosto de 2014

Flying man!

Quién no ha soñado alguna vez que era capaz de volar, elevándose y flotando a su antojo por encima del vulgar mundo terrenal, sintiendo por un instante la libertad más completa y absoluta que puede experimentar un ser humano. De pequeño tenía un sueño recurrente en el que, con un simple pensamiento, ascendía sin esfuerzo por encima de los edificios y los grandes chopos que salpicaban las aceras de mi barrio. Si por algún motivo perdía la concentración un solo momento la gravedad hacía su trabajo y caía a plomo, pero al instante recuperaba el control mental de mi cuerpo y volvía a elevarme sin problemas.

Flying man!
© sharekoube - Flickr

Algunas veces iniciaba el vuelo desde parado, y otras dando grandes zancadas hasta terminar en un largo salto horizontal que ya no acababa nunca. Dentro de esta última modalidad destacaban aquellas veces que bajaba corriendo por las escaleras de mi casa y, al llegar al último tramo, saltaba los 4 ó 5 escalones finales que desembocaban en el pequeño rellano que había justo antes de la puerta acristalada que daba a la calle. Si saltaba con el ángulo adecuado me quedaba flotando en el aire, como si nadara en una piscina, pero si fallaba caía al suelo sin mayores contratiempos desde una altura de apenas un metro.

Ese salto lo hice millones de veces en la vida real, quizá tratando de poner en práctica mi sueño, hasta que un día tropecé al aterrizar y resbalé hasta dar con mi cabeza contra la puerta de la calle, rompiendo el cristal en mil pedazos. No me hice daño, pero mi sueño de volar se hizo añicos para siempre.

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