lunes, 28 de abril de 2014

Comida para osos

De vez en cuando íbamos en familia a pasear por el Parque Bruil y, ya de paso, contemplar embelesados a la osa que vivía allí. La tenían hacinada en una especie de cueva artificial, con rejas en la parte delantera para que los visitantes pudieran admirarla en todo su esplendor. Aunque no parecía muy espléndida, una osa vieja, cansada, aburrida, sin nada que hacer en todo el día y con poco espacio para explayarse. Sin embargo, para un niño pequeño tenía su encanto, y supongo que fue el origen de un sueño recurrente que tenía por aquella época.

Comida para osos
Oso grizzly - Dominio Público

Un oso hambriento me perseguía mientras bajaba por las escaleras de casa a toda prisa, saltando los escalones de dos en dos, o de tres en tres, desde el sexto piso en el que vivíamos. Poco a poco el animal me iba ganando terreno, si algo he aprendido viendo películas como "Grizzly" es que no puedes escapar de un oso, es mucho más rápido y fuerte que tú, y para colmo trepa a los árboles y sabe nadar, ¡no tienes dónde esconderte! Al final del sueño, cuando ya lo tenía casi encima, más o menos a la altura del segundo piso donde vivían mis tíos, acababa rindiéndome y en mitad de un rellano me transformaba en un gran chuletón de carne y quedaba tirado en el suelo a la espera de ser devorado.

viernes, 25 de abril de 2014

Rectificar es de sabios

Releyendo mis historias del metro pasados ya unos cuantos meses desde que empecé a escribirlas, me doy cuenta de que muchas veces he simplificado o estereotipado ciertas realidades, seguramente influenciado por primeras impresiones sesgadas por falta de experiencias variadas que me hicieran dudar más de lo que escribía. Pero como dicen "rectificar es de sabios" y "la excepción confirma la regla" (aunque esto último nunca lo he entendido, si es una excepción, ¿cómo puede confirmar la regla?, ¿no sería todo lo contrario?).

Rectificar es de sabios
Albert Einstein - Dominio Público

De todas formas, más que desdecirme, quiero complementar algunas apreciaciones previas. Por ejemplo, no todas las infraestructuras subterráneas son tan espectaculares como el intercambiador de Chamartín, también hay pasillos angostos y mal iluminados en los accesos a otras líneas menos transitadas, olores a cloaca que inundan algunas estaciones golpeando tu nariz impunemente, o modelos de trenes antiquísimos que parece que se van a desmoronar en cualquier momento y tendrían más valor como piezas de museo. Tampoco todos los seguratas son viejos y gordos, me he cruzado con algún que otro armario con el que no me gustaría tener ningún encontronazo. Y si, a veces es posible incluso ver a alguien leyendo el "ABC".

lunes, 21 de abril de 2014

Apendicitis

Todavía no había alcanzado mi primera década de edad cuando tuvieron que ingresar a mi madre en el hospital para extirparle el apéndice. Fueron sólo unos días, pero a mi se me antojaron eternos y, por causas totalmente ajenas a la operación, se convirtieron en una pequeña pesadilla.

Apendicitis
© pimkie_fotos - Flickr

Unos tíos nuestros que vivían en el segundo se hicieron cargo de mis hermanos y de mi mientras mis padres estaban ausentes. Al principio todo fue sobre ruedas y nos pasábamos el día jugando con mis primas, que eran más o menos de nuestra edad. Pero pronto se torció la cosa. Mi prima Arancha tenía las manos muy largas y en una rabieta me arañó la cara y yo, ni corto ni perezoso, le di una bofetada en respuesta. Lo que no esperaba es que a continuación mi tío Rafa me cruzase la cara y me llamase mierdacrío y gilipollas. No se qué me dolió más, si el bofetón o sus palabras. Bueno, si que lo se, el dolor físico pasa rápido, pero yo era muy sentido y sus palabras se me grabaron a fuego.

El resto del tiempo que permanecí en su casa lo pasé retraído y resentido, creo que es lo primero que le conté a mis padres cuando al fin volvimos a casa todos juntos. Yo me lo tomé muy a pecho, pero con el tiempo aprendí que era la forma de ser de mi tío, siempre muy mal hablado pero sin malicia. Desde entonces siempre que me ve me llama gilipollas, en plan cariñoso, y yo sonrío y le doy un beso.

viernes, 18 de abril de 2014

Tu cara me suena

Dicen que todos tenemos un doble en algún lugar del mundo. Y por lo que me dijo un familiar, que reside en Madrid desde hace muchos años, ese lugar es sin duda el metro. Me dijo que cuando llevas mucho tiempo utilizando el suburbano, cruzándote con cientos e incluso miles de personas a diario, llega un momento en el que empiezas a ver a todo el mundo que conoces reflejado en las caras de personas por otra parte completamente desconocidas. Y es verdad. A las pocas semanas de iniciar esta andadura comencé a ver parecidos razonables, y más que razonables, dispersos entre la multitud. Familiares, amigos, ex-compañeros de trabajo, famosos, cantantes, deportistas, políticos.. allí abajo hay sitio para todos.

Tu cara me suena
© mobis-new-nest - DeviantArt

lunes, 14 de abril de 2014

Dancing queen

Cuando era pequeño siempre andaba corriendo de un lado para otro, trepando a árboles, muros y farolas, y saltando cuantos obstáculos se me pusieran por delante, ya fuera un banco del parque, un seto, o algún compañero del colegio sentado en el suelo del recreo. Viéndolo con retrospectiva es un auténtico milagro que nunca me rompiera ningún hueso. La lesión más grave que tuve en aquella época fue una luxación del hombro, pero la forma en que me la hice no tuvo nada que ver con mi hiperactividad.

Era el día de Nochebuena y mi madre había puesto una cinta de villancicos en el radiocasete para crear ese ambiente navideño que tanto le gusta. Estaba bailando con mi hermano mayor en el salón cuando de repente tropezamos, perdimos el equilibrio, y caímos sobre el sofá. Yo quedé atrapado debajo y al liberarme empecé a resentirme y a quejarme de un dolor muy intenso en el brazo. En otras circunstancias no debía de ser especialmente llorón, por lo que mis padres me llevaron al médico preocupados, pero allí no me vieron nada y me mandaron para casa sin más. Sin embargo, un par de días más tarde, el dolor seguía sin remitir y yo no paraba de quejarme, así que mi madre me llevó a urgencias y esta vez si que detectaron el problema, había sufrido una luxación del hombro. Me inmovilizaron el brazo durante unos días y todo solucionado, o casi, porque me quedó una grave secuela de por vida.

Dancing queen
Hombro - Dominio Público

Desde entonces puedo forzar el hombro a voluntad para que se desplace ligeramente fuera de su sitio, formando un pequeño hoyuelo en la piel por el que se puede introducir la punta del dedo apenas un centímetro hacia las entrañas de mi articulación.

viernes, 11 de abril de 2014

El que no pita no pasa

Antes de empezar a usar el metro con asiduidad estaba acostumbrado a un único tipo de transporte público: el autobús urbano. La forma de usar uno u otro difiere principalmente en el lugar dónde validas tu billete, abono o tarjeta de transporte. En el metro lo haces cuando accedes a alguna de las estaciones, y una vez dentro puedes estar todo el día en los túneles, pasando de una línea a otra a través de los intercambiadores y recorriendo todo el subsuelo de la ciudad. Por el contrario, en el autobús validas el billete cuando te subes en él, y si cambias de línea debes volver a validarlo, aunque afortunadamente en casi todos los sitios que conozco te permiten hacer el transbordo sin tener que volver a pagar, si no durante todo el día, si al menos durante un tiempo prefijado.

El que no pita no pasa
Revisor - Dominio Público
Pero tanto en un medio de transporte como en el otro siempre hay algún listillo que intenta viajar sin pagar, y por eso existe la figura del revisor. En el autobús estaba acostumbrado a que el revisor subía por sorpresa en alguna parada y recorría su interior pidiendo el billete a todos los usuarios uno por uno, así que suponía que en el metro sería similar.. ¡pero no! La primera vez que vi a los revisores del metro fue una sorpresa, porque no estaban dentro de un vagón como hubiera esperado, sino fuera. Eran dos y se habían colocado taponando uno de los pasillos más estrechos, casi formando una cadeneta al son de "el que no pita no pasa", mientras pedían el billete a todos los que íbamos en una dirección determinada. El resto de la gente era libre de atravesar sin problemas la membrana semipermeable que habían creado.

lunes, 7 de abril de 2014

Con dos cojones

Recuerdo que estábamos en clase de manualidades, allá por primero de E.G.B., elaborando un collage con un montón de botones de colores. Creo que el dibujo era una flor, seguramente un regalo para el día de la madre. Un par de compañeros no hacían más que molestarme viniendo de vez en cuando a mi mesa y quitándome algunos botones en cada ocasión. Hasta que me harté y en la siguiente visita les grité a todo pulmón: "¡cojones!". Toda la clase se quedó automáticamente en silencio, y la profesora, a la que tenía en muy buena estima, sacudió la cabeza reprobatoriamente mientras decía algo así como "dejadlo, debe ser lo que está acostumbrado a escuchar en su casa".

Con dos cojones
© theglitches - Flickr

Al principio no me di cuenta de lo que estaba pasando, ¿por qué tanto revuelo si los que me estaban tocando las narices eran los otros chicos? Yo sólo les había acusado de estar cogiéndome los botones, cojones, del verbo coger: yo cojo, tú coges, ellos cojones.. Y entonces me di cuenta de lo que había dicho en realidad, ¡qué vergüenza!, y entendí el verdadero significado de tierra, trágame..

viernes, 4 de abril de 2014

Porque lo digo yo y punto

En algunas estaciones de metro puedes encontrarte a veces con los típicos vendedores subsaharianos que inundan las calles en las fiestas de tu ciudad, o los paseos marítimos durante tus vacaciones estivales, con su manta extendida sobre el suelo mostrando todos sus artículos a la gente que pasa por allí. Y tampoco es infrecuente que alguno de ellos suba de vez en cuando al metro, cargado con un enorme atillo formado por su blanca sábana preñada de mercancías.

Porque lo digo yo y punto
© Jpereira - Wikimedia Commons

Un día viajaba a mi lado uno joven, solitario, sentado tranquilamente con el enorme bulto que le da de comer a sus pies, cuando se acercaron a él varios jóvenes y el líder del grupo se identificó como policía secreta. Tenía una pinta de chulo de discoteca que echaba para atrás, y hablaba y actuaba casi como tal. Le pidió los papeles y permisos, mientras el pobre inmigrante se quejaba de que no estaba vendiendo nada, a lo que el policía respondió de malas formas que "también está prohibido el tráfico de mercancías, yo te tengo que poner la multa y tú luego puedes ir al juez y alegar lo que sea". Seguramente el pobre chico estaba más preocupado de que le quitaran la manta que de cualquier otra cosa, porque después tendría que rendir cuentas ante su esclavista particular. Lamentablemente no se cómo acabó la historia, porque en la siguiente parada los policías le invitaron a bajarse con ellos y continuaron la conversación en el andén, mientras yo me alejaba a gran velocidad.