lunes, 31 de marzo de 2014

Basta de batas

Da igual la edad que tengas, ya seas un hombre hecho y derecho, un joven con ganas de comerse el mundo, un adolescente de hormonas efervescentes, un chiquillo en edad escolar, o poco más que un bebé apenas recién salido de la guardería, uno siempre se considera a si mismo lo suficientemente mayor y autónomo como para tomar sus propias decisiones, con la convicción moral de que son razonables, coherentes y exentas de toda crítica o desaprobación.

Basta de batas
© anises1 - Flickr

Por eso, cuando recién comenzado el curso en primero de E.G.B. los profesores nos obligaban a llevar bata como si todavía estuviéramos en edad preescolar, mis compañeros de clase y yo nos plantamos y dijimos "¡basta de batas!". Ya éramos lo suficientemente mayores como para que nos confundieran con los parbulitos, así que en un recreo nos desprendimos de la bata que tantas veces habíamos usado como capa anudándonosla al cuello para jugar a volar como Supermán. Pero lo más curioso del asunto es que logramos nuestro objetivo y no volvimos a usarla nunca máis.

viernes, 28 de marzo de 2014

Abuelo deportista

Cuando coges los mismos metros todos los días a las mismas horas, lo más normal es que coincidas con las mismas personas, y que poco a poco te vayan sonando sus caras. No es algo exclusivo del metro, por supuesto, también sucede en el autobús, el tren o cualquier otro medio de transporte. Al final te das cuenta enseguida de si alguno de tus compañeros de viaje ha faltado ese día. Quizás al principio no te percates de qué es lo que pasa, pero notas que algo no va bien, hay algo que no cuadra, y de repente completas el puzzle mental y sabes que ese día no has visto a fulanito o a menganita. Y si esa persona es algo peculiar con más razón.

Abuelo deportista
© viejos_son_los_trapos - Flickr

Hace días que no veo por las mañanas al abuelo deportista, un señor mayor que va siempre en el metro vestido con mallas de correr, calcetines blancos por encima, sujetándolas para que no entre ni un resquicio de frío, zapatillas deportivas, y una sudadera impermeable. Imagino que va a hacer deporte a algún lugar demasiado alejado de su casa como para ir andando, seguramente un parque, porque no lleva ninguna bolsa o mochila. ¿Dónde te has metido últimamente? ¿Estás lesionado o con gripe en la cama? Aunque también es posible que siga ahí, pero vestido de calle, y no me haya dado cuenta porque para mi sería una persona completamente diferente.

lunes, 24 de marzo de 2014

Mis motes

A lo largo de mi infancia y juventud he recibido unos cuantos motes, y la verdad es que me han gustado todos y cada uno de ellos, quizás porque eran divertidos y positivos, o quizás porque nunca llegué a ser consciente de otros motes que no me hubieran hecho tanta gracia..

El primero que recuerdo es de cuando todavía iba a la guardería, donde algunas profesoras me llamaban "El pintor" porque coloreaba los dibujos sin salirme en absoluto de la raya. Yo era muy aplicado y formal en clase, aunque en casa era un pequeño terremoto y mi madre siempre decía eso de "te tenían que ver las profesoras por un agujerito".

Años más tarde, ya en el colegio, estuve llevando durante un curso un chandal de color verde fosforito a clase de educación física, y como da la casualidad de que yo era el mejor en salto de altura me gané a pulso el sobrenombre de "Rana Gustavo". Durante esa época algunos compañeros también me llamaban "El cartero", porque cuando nos daban el boletín de notas de cada evaluación en el mío se leía "sobre, sobre, sobre, sobre..".

Mis motes
© Frank Vincentz - Wikimedia Commons

Al llegar al instituto perdí el contacto con el atletismo de competición, pero pronto mi profesor de gimnasia vio cierto potencial en mi y me animó a retomarlo, así que empecé a entrenar en el Centro de Natación Helios, que por entonces tenía el mejor equipo de atletismo de Aragón, aunque desgraciadamente muchos años después desapareció por falta de financiación. Me especialicé en pruebas de medio fondo, desde 800 a 1.500 metros, y estaba tan delgado y moreno por los entrenamientos al aire libre que Susana, compañera de fatigas y buena amiga, me llamaba "Morceli", evidentemente en honor al gran Noureddine Morceli. Quizás llevar el pelo muy corto y tener una nariz prominente tuvieran también algo que ver.

La nariz sigue siendo la misma, pero en la Universidad empecé a dejarme el pelo más largo, y al tenerlo ensortijado como el protagonista de la adaptación cinematográfica de "El Señor de los Anillos", me quedé con el nombre de "Frodo".

Mis motes
© oseillo - Flickr

Más tarde, aunque no era el más alto de sus tíos, mis sobrinos pequeños comenzaron a llamarme “Gigante”, sin duda impresionados por la gran diferencia de altura entre ellos y yo, aunque ahora que han crecido, y alguno hasta me mira por encima del hombro, no se explican el por qué me llamaban así no hace tanto tiempo.

El último apodo que me han puesto ha sido en el trabajo, nuestros clientes de British Airways me confundían con otro José que trabaja en Iberia, así que a Mike, mi Jefe de Proyecto en Dublín, no se le ocurrió otra cosa que llamarme un día “JLo”, como a Jennifer López, y con eso me quedé, aunque a veces trae confusiones porque la gente que no me conoce personalmente no sabe si soy un hombre o una mujer. Mi compañero Isidro se ha inventado involuntariamente una variante, ya que la pronunciación de su inglés no es muy buena y cuando me llama suena más bien “Yellow”, a lo que yo siempre contesto, “¿qué pasa Blue?”.

Y esos son todos los motes que conozco. Seguro que no son los únicos, pero quizás es mejor no saber..

miércoles, 19 de marzo de 2014

Parada de emergencia

Hoy me apetecía contar una curiosa mezcla entre recuerdos de hace muchos años e historias del metro.. aunque en este caso del metro de Barcelona.

En el verano de 1996 (¡que buen año!), debido a una afortunada serie de acontecimientos, tuve el honor y el privilegio de acudir como delegado del equipo de atletismo de Aragón al Campeonato Nacional Infantil por Centros Escolares, que aquel año se celebraba en Mallorca. Mi hermano pequeño formaba parte del equipo masculino que había ganado el campeonato regional, y su colegio había ganado también en categoría femenina, por lo que había dos plazas disponibles para acompañarlos. Una era del entrenador común a ambos equipos, y la otra acabó ofreciéndomela a mi porque yo también practicaba atletismo desde pequeño y solía acudir a animarles a todas las competiciones.

Parada de emergencia
© Stahlkocher - Wikimedia Commons

El viaje de ida lo hicimos en un vuelo charter desde Zaragoza, y a la vuelta cogimos un barco hasta Barcelona y desde allí un autobús de regreso a la capital del Ebro. Pero para ir desde el puerto hasta la estación de autobuses nos internamos en el subsuelo de la ciudad condal. Yo había visitado Barcelona varias veces con anterioridad, pero muchos de los chicos era la primera vez que montaban en metro. Cada uno de nosotros llevaba su mochila a cuestas, y algunos pasajeros se quejaban en voz alta de que ocupábamos mucho espacio y nos decían que nos fuéramos en taxi, ¡qué simpáticos! Pero la guinda del pastel llegó cuando al aproximarnos a la parada en la que nos teníamos que bajar le dije a uno de los chicos que estaba junto a la puerta: "cuando paremos tira de la palanca para abrir la puerta". Y cuando el metro se detuvo echó mano raudo y veloz a la primera palanca que vió, ¡la de emergencia! Mi grito de advertencia llegó demasiado tarde. Bajamos al andén y marchamos cabizbajos hacia la salida aguantando el chaparrón de insultos e improperios que nos soltó el maquinista, que había bajado de la cabina para ver qué era eso tan grave que había pasado para que alguien activase la señal de alarma.

viernes, 14 de marzo de 2014

En busca del arcoiris perdido

A veces pasear por los túneles del metro es como visitar las cuevas del Monasterio de Piedra. Me refiero a los días de lluvia, cuando el agua filtrada al subsuelo alcanza cotas inimaginables de profundidad y las goteras hacen su aparición. No es un problema tan grave como para producir sus propias cascadas tipo Cola de Caballo, pero si como para que te encuentres por doquier cubos, pozales, palanganas y jofainas de diversos tamaños, formas y colores. Con tanta humedad y tanto colorido se echa de menos ver un arcoiris allá abajo, aunque quizás poniéndote de espaldas a algún foco y mirando hacia el ángulo adecuado.. ¡gracias Profesor Lewin por las indicaciones!

En busca del arcoiris perdido
© tpsdave - Pixabay

martes, 11 de marzo de 2014

In memoriam

Hace exactamente 10 años que explotaron las bombas yihadistas del 11-M, destrozando para siempre las vidas de cientos de familias. Un horror sin precedentes y sin pies ni cabeza. Toda España sentimos muy dentro y muy nuestro ese tremendo dolor. Y siendo desde hace unos meses usuario habitual del metro, este aniversario me ha afectado con mayor intensidad si cabe que años anteriores. Por eso quería mandar desde aquí todo mi apoyo y solidaridad con las víctimas de aquella barbarie, tanto las directas, como las provocadas por teorías conspiratorias sin sentido promovidas por gente sin escrúpulos y oscuros intereses políticos. Un abrazo a todos, y en especial a Pilar Manjón, Rodolfo Ruiz, Juan Jesús Sánchez Manzano, Olga Sánchez, Juan del Olmo, y tantos otros..

In memoriam
© jmagno1998
Wikimedia Commons

lunes, 10 de marzo de 2014

El casto José

Mis padres trabajaban fuera de casa siendo mis hermanos y yo todavía muy pequeños, así que durante una temporada tuvieron contratada a Aurora, una de las vecinas del segundo, para que les ayudara con las tareas domésticas. Si mis padres no estaban en casa por la mañana temprano, era ella la que se encargaba también de despertarnos, vestirnos, prepararnos el desayuno y mandarnos al colegio.

El casto José
© evilnolo - Flickr

Pero desde mi más tierna infancia he sido muy celoso de mi intimidad y no consentía que ningún desconocido me viera desnudo, así que me cambiaba de ropa yo solo.. ¡debajo de las sábanas! A mi me parecía lo más normal del mundo, pero al parecer Aurora estaba un poco preocupada por mi comportamiento y lo comentaba con mis padres. Todo ese asunto llegó a oídos de mis primas, que también vivían en el segundo, y dio lugar a que se inventaran una cancioncilla ridícula para reírse un poco a mi costa: "el José no tiene pilila, pilila; el José no tiene pilila".

viernes, 7 de marzo de 2014

Il cavaliere

No me gustaría, pero a este paso estas historias se van a convertir en un tratado sobre las diversas maneras de pedir limosna en el metro. Hasta ahora todos los casos que había comentado tenían un claro rasgo en común: el respeto del mendicante hacia los demás viajeros. Él o ella entraba al vagón, soltaba su discurso y después pasaba rápidamente entre la gente dando las gracias y pidiendo perdón por las molestias, pero sin acosar a nadie. Sin embargo el último día asistí a un método mucho más agresivo. Un señor bajito con muletas y un vaso de cartón en la mano iba acercándose una por una a todas las personas que estábamos en el vagón diciendo “por favor, cavaliere, para comer” o “por favor, signorina, para comer”. Y si alguien estaba despistado con su móvil, lectura, etc. insistía hasta que le mirabas y le decías que no. El resultado: no vi a nadie que le diera algo.

 Il cavaliere
© ferobanjo - Pixabay

lunes, 3 de marzo de 2014

Y a ti, ¿qué te pica?

Seguro que alguna vez te has puesto nervioso en presencia de algún bicho y alguien te ha dicho eso de que "si no le haces nada él tampoco te lo hará a ti". Pues al menos con las avispas esa máxima no se cumple.

Un día, como tantas otras veces, había acompañado a mi madre a la carnicería del barrio, aunque creo que por aquel entonces se usaba más la palabra carnecería. Estábamos aguardando nuestro turno cuando nos percatamos de que una avispa se paseaba impunemente por el establecimiento, revoloteando a ras de suelo entre las piernas de los clientes. Cuando se acercó a mi me quedé quieto esperando y deseando que no me hiciera nada, en una especie de pacto silencioso entre caballeros. Pero la avispa se introdujo por los bajos de la pernera de mi pantalón y comenzó a ascender rozándome la pierna, ante lo cual el pacto quedó automáticamente roto y empecé a patalear y a gritar pidiendo ayuda. Mi madre se puso a golpearme el pantalón intentando obligar a la avispa a que deshiciera su camino, y entonces sucedió lo inevitable, me picó.

Y a ti, ¿qué te pica?
© alfonsobenayas - Flickr

Es la única vez en mi vida que me ha aguijoneado una avispa, y espero que sea la última, porque lo recuerdo como algo tremendamente doloroso. Finalmente pudimos sacar a la avispa de su escondrijo y rematarla sin ningún remordimiento, mientras yo sollozaba desconsoladamente. Pero como nunca hay mal que por bien no venga, la carnicera me ofreció una porción de chocolate para que mis penas fueran menores. Mmm.. ¡qué rico!