lunes, 29 de septiembre de 2014

Agravio comparativo

El día de mi Primera Comunión todo era alegría y diversión, un día de goce para disfrutar con los amigos y la familia y, por supuesto, con los múltiples regalos recibidos. Pero yo no alcanzaba a comprender realmente el porqué de tanta sonrisa, esperaba que al menos mi madre y mi tía Jovita hubiesen llorado desconsoladamente en algún momento, tal y como recordaba que habían hecho tres años antes durante la Primera Comunión de mi hermano mayor. ¿Por qué no hacían lo mismo en la mía? ¿Qué había hecho yo para merecer tal agravio comparativo?

Agravio comparativo
© Baruska - Pixabay

Descubrí el motivo muchos años después, y me sentí un poco mal por haber envidiado a mi hermano Daniel, pues resultó que la verdadera razón de aquellas lágrimas durante su Primera Comunión era que hacía muy poco tiempo que había fallecido mi abuela materna, para más inri llamada precisamente Daniela.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Después de la tormenta llega la calma

Después de los últimos retales de mi infancia, repletos de tantos golpes, heridas y magulladuras, la siguiente historia tenía que ser por fuerza un remanso de paz y tranquilidad, el merecido descanso del guerrero. En realidad son dos historias en una, dos situaciones que tenían en común diversos sonidos envolventes alrededor de mi cabeza, como ruido blanco que anestesiaba mi cerebro, y que recuerdo con especial cariño y añoranza porque me producían tal relax que, habitualmente, terminaba por quedarme profundamente dormido.

Después de la tormenta llega la calma
© maong - Flickr

La primera situación se producía cuando, durante mi baño semanal, me recostaba en la bañera cubierto por un caldo caliente y dejaba correr el agua de la ducha sobre mi pelo, formando una película de líquido y ruido que abrazaba mi cabeza taponando mis oídos y aislándome del mundo exterior.

La segunda situación se daba en la peluquería del barrio cuando, después de lavar y cortar mi aún por entonces liso pelo y modelar mis largas patillas, el peluquero se preparaba para rematar la faena con el secador de mano, formando una película de aire y ruido que abrazaba mi cabeza taponando mis oídos y aislándome del mundo exterior. El efecto en ambos casos se acentuaba si cerrabas los ojos, entonces estabas perdido y ya podías encomendarte a los brazos de Morfeo.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Autos de choque

A pocos metros de nuestra casa había un descampado que, cuando no había ningún otro sitio libre en las calles adyacentes, era aprovechado por los vecinos para dejar estacionados sus vehículos. Nuestro 850 durmió allí más de una noche. Sin embargo, una vez al año, nos arrebataban ese espacio, pero al menos era por una buena causa, ya que lo destinaban a la instalación de distintas atracciones para el disfrute de los más pequeños durante las fiestas del barrio. Tiovivos, scalextric gigantes a tamaño real, paseos circulares en poni.., y mi preferida, los autos de choque (también conocidos como autos chocones en otras partes de España, ¡qué gracia me hizo la primera vez que los oí nombrar de esa manera!).

Autos de choque
© arrozconnori - Flickr

Un año iba de copiloto de alguien más mayor, no recuerdo si mi hermano o algún primo, esquivando a duras penas los malintencionados envites de chicos más grandes y brutos, hasta que finalmente nos alcanzaron, haciéndonos la pinza entre dos, uno desde un lateral y otro desde atrás. Yo no iba bien sujeto, el golpe lateral me desequilibró un poco, y el de detrás me cogió totalmente desprevenido, proyectando mi cuerpo hacia delante y haciendo que impactara de lleno con mi cabeza en la carrocería de nuestro vehículo. Terminé las fiestas del barrio con un buen chichón, autos de choque en su estado más puro.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Una de cal y otra de arena

Mi hermano mayor tenía un carácter muy voluble, era capaz tanto de lo mejor como de lo peor. Tan pronto te salvaba del gitanillo de turno que estaba molestándote en el parque, cogiéndolo por los brazos, zarandeándolo y volteándolo como un lanzador de martillo hasta que se cansaba, lo soltaba y salía despedido, volando un par de metros y aterrizando de panza sobre el césped.. como de pronto se le antojaba usarte de diana y en mitad de la calle te amenazaba con lanzarte una piedra, le dabas la espalda y te alejabas corriendo en zig-zag como alma que lleva el diablo, pensando esperanzado en lo difícil que era que te atinara, casi imposible, hasta que de repente notabas un fuerte golpe en la cabeza y te llevabas una cuquera de regalo a casa.

Una de cal y otra de arena
© hakitojin - DeviantArt

lunes, 1 de septiembre de 2014

Sentar la cabeza

En 3º de E.G.B. ya empezaba a hacer mis pinitos, literalmente. Recuerdo que un día a la hora del recreo estaba haciendo el pino junto a unos compañeros de clase cuando de repente perdí el equilibrio y me di de cabeza contra el suelo, podría decirse que senté la cabeza.

Sentar la cabeza
© Hellerhoff - Wikimedia Commons

No fue un golpe muy fuerte, pero me salió un buen chichón y, aunque en general me encontraba bien, tuve una pequeña conmoción y estaba algo mareado. Así que, por precaución, una de las maestras abandonó al resto de alumnos y me acompañó a casa. Era una chica joven y guapa que acababa de terminar la carrera de magisterio y estaba haciendo prácticas en mi clase, echando una mano a la profesora titular. Pero es que además el trato de favor que me dispensó tenía un truco adicional, ya que no era ni más ni menos que la novia de uno de mis primos mayores, que con el tiempo se convirtió en su mujer y le hizo sentar la cabeza, así que todo quedó en familia.

Aquel día mi madre tenía turno de noche y, para poder tenerme vigilado y quedarse más tranquila, me llevó con ella a su trabajo en la Maternidad Provincial de Zaragoza, que en aquel entonces tenía sus instalaciones en un antiguo edificio colindante con la plaza de toros. Mi madre era la encargada de cuidar de los niños más pequeños, así que en la zona que ocupaba no había camas de mi tamaño, pero me hizo un apaño juntando dos cunas y, al contrario de lo que pudiera parecer en un principio, pasé una noche estupenda y reparadora.