viernes, 28 de febrero de 2014

Abracadabra, pata de cabra

El metro no es únicamente un medio de transporte relativamente rápido y agobiante para llevar a su destino a estresados estudiantes y trabajadores anónimos. También hay sitio para la magia. Como demuestra aquel señor que, vestido con su mejor traje y calzado con unos zapatos blancos y negros de reluciente charol, se plantó en medio del vagón en el que viajaba con su carrito, puso música de ambiente en el altavoz de la parte inferior, encendió una tira de leds para adornar la mesita de la parte superior, donde tenía apoyada la chistera púrpura de purpurina, y se dispuso a regalarnos unos cuantos trucos de manos, sin necesidad de palabras.

Abracadabra, pata de cabra
© tomthemagician - DeviantArt

No es que fuera especialmente bueno, pero se defendía. El primer truco consistió en enseñarnos un libro en el que todas las páginas estaban vacías. Hizo unos pases mágicos con la mano y de repente el libro estaba repleto de dibujos en blanco y negro. Hizo otros pases mágicos y de repente el libro tenía todos los dibujos coloreados. Y finalmente hizo sus pases mágicos de nuevo y el libro volvía a estar vacío. Después hizo un truco con cuerdas y nudos, y se despidió jugando a hacer desaparecer y aparecer un pañuelo de seda. Abracadabra, pata de cabra.. et voilà!

lunes, 24 de febrero de 2014

50 céntimos, media peseta

De pequeño rondaban por casa varias monedas antiguas, reliquias de tiempos pasados, que ya no estaban en circulación. Como niños curiosos que éramos, mis hermanos y yo les preguntábamos a mis padres el valor que tenían aquellas piezas en comparación con la peseta que conocíamos y manejábamos, y ellos nos aleccionaban encantados de transmitir ese conocimiento tan importante que de otro modo se hubiera perdido para siempre (entonces no existía Internet):

  • 50 céntimos, media peseta.
  • 1 real, 25 céntimos.
  • 1 perra gorda, 10 céntimos.
  • 1 perra chica, 5 céntimos.

50 céntimos, media peseta

Los domingos al salir de misa acostumbraba a comprarme algún caramelo en la tienda de chucherías estratégicamente situada en frente de la parroquia local. Mis preferidos eran unos de colores, alargados y rellenos de regaliz, que siguen volviéndome loco hoy en día. Por una peseta me daban dos, así que un día acudí con una moneda de 50 céntimos y me dispuse a comprarme uno solo de esos caramelos tan ricos. Las matemáticas no fallaban, la lógica era aplastante, pero por desgracia la moneda ya no era de curso legal.

viernes, 21 de febrero de 2014

Pumuki

Hay veces que te cruzas en el metro con gente que claramente está un poco loca o trastornada, que no sabes cómo van a reaccionar o si te van a meter en algún lío no deseado.

Un día se subieron en una parada un par de chicos jóvenes con pinta de faltarles algún hervor, aunque sólo era una primera impresión errónea debido a su aspecto y expresión un tanto bobaliconas, porque enseguida se sentaron y se pusieron a hablar entre ellos de sus cosas y se les veía completamente normales.

Pumuki
© Puknáč - Wikimedia Commons

Unas paradas después se subió otro chico joven, un punky con los laterales de la cabeza rapada y una enorme cresta bien tiesa en la parte superior al que apodé “Pumuki” (por la similitud fonética, no por su parecido con el dibujo animado homónimo). Se situó de pie al lado de los otros chicos, les preguntó si tenían fuego y comenzó una loca conversación con ellos, aunque prácticamente el único que hablaba era él. Estaba fumado o algo peor, y al principio temí que se metiera con los chicos y me viera obligado a intervenir, pero poco a poco me di cuenta de que era inofensivo. Los chicos le seguían la corriente mientras él les contaba cosas y se iba por las ramas, casi hasta parecía que los tres se conocían de antes y eran colegas. Hasta que finalmente, cuando se iban a bajar, Pumuki les dio la mano, les preguntó cómo se llamaban y les dijo que encantado de haberles conocido. En cuanto se separaron Pumuki salió disparado en dirección contraria, se bajó por otra puerta en la misma parada y antes de que se cerrasen las puertas para que el metro prosiguiese su trayecto lo vi acosando a una chica joven, “¿tienes fuego?”.

lunes, 17 de febrero de 2014

Las cosas claras y el chocolate espeso

El tejado del edificio de la iglesia-guardería donde viví mis primeras experiencias educativas era una terraza enorme o solarium, como lo llamarían ahora, rodeada de un pequeño muro que impedía que te arrojases al vacío. Estaba prácticamente diáfana salvo por un tragaluz central que iluminaba el altar de la capilla situada dos pisos por debajo, y que estaba protegido de nuestros embistes por una verja.

© lablasco - Flickr

Las profesoras nos llevaban allí arriba a las horas del recreo y allí arriba jugábamos y nos encorríamos alegremente. A la hora de la merienda nos repartían a cada uno un mendrugo de pan con chocolate, y digo bien, mendrugo, porque llamarlo bocadillo sería muy pretencioso. Pero ya por entonces era goloso más allá de lo que está escrito, así que cuando no me miraban me deshacía del pan arrojándolo a la calle por encima del muro y me comía únicamente el chocolate. Mmm.. ¡qué rico!

viernes, 14 de febrero de 2014

No vuelva a arrodillarse

Cada persona que pide limosna en el metro tiene su discurso y actuación bien aprendidos. Muchos no destacan por nada en especial, pero hay otros, los que suelo reflejar aquí, que te llaman la atención por una cosa u otra.

Un día entró un chico con pinta de haberse escapado de un campo de concentración nazi, demacrado más allá de lo saludable y con la mirada perdida en el infinito. Decía que tenía un cáncer terminal y que llevaba tres días sin comer, y la verdad es que ambas cosas daban la sensación de ser ciertas. Se arrodilló en mitad del vagón pidiendo dinero o comida y cuando por fin se levantó un señor de mediana edad que estaba muy cerca lo cogió del brazo y le dijo "no vuelva a arrodillarse". Lo siguiente no lo entendí muy bien, pero imaginé que era algo así como "no es usted menos persona que ningún otro, no debe humillarse de esa manera, sólo debe arrodillarse ante Dios". Me dio mucha pena, seguramente el que más de todos los necesitados que he visto hasta la fecha en el metro.

No vuelva a arrodillarse
Magdalena penitente (Canova)

lunes, 10 de febrero de 2014

El misterioso caso del robo del triciclo

Volvíamos a casa después de pasar en familia un agradable día de campo. Íbamos en la enorme furgoneta blanca del trabajo de mi padre, donde cabíamos todos holgadamente y había también sitio para mi triciclo. No recuerdo si por aquella época teníamos ya el 850 donde nos metíamos padres, hermanos y primos, apiñados unos encima de otros, sin cinturones de seguridad pero sin conciencia de estar haciendo algo peligroso. Después de aparcar fuimos caminando hacia el portal de casa y en un momento dado me di la vuelta para mirar hacia atrás y lo vi. Unos gitanos habían abierto los portones de la furgoneta y estaban llevándose impunemente mi triciclo. Intenté protestar y llamar la atención de mis padres, pero no me hicieron caso, o tal vez prefirieron no meterse en problemas y dejarles hacer. Por descontado mi disgusto y enfado fue enorme, pero no volví a pedalear en mi querido triciclo.

El misterioso caso del robo del triciclo
Triciclo - Dominio Público

Años después, comentando con mis padres esta anécdota, me aseguraron que nunca sucedió así. Su versión es que nos dejamos olvidado el triciclo en el campo y volvimos a casa sin él. Supongo que es verdad, pero el recuerdo es tan vívido en mi mente que siempre tendré la duda sobre lo que pasó realmente.

viernes, 7 de febrero de 2014

Kurwa a la derecha

Algunas estaciones están en curva y te avisan por megafonía para que no metas el pie entre el andén y el vagón. Un compañero polaco dice que si ves a alguien reírse cuando suena ese aviso es que es polaco, porque en polaco “curva” (kurwa) significa “puta”.

Kurwa a la derecha
© Silar - Wikimedia Commons

Aunque no tenga mucho que ver con el metro es curioso el tema de los idiomas, los malentendidos que se pueden producir (incluso entre hablantes del mismo idioma, ¡no menciones nunca el verbo “coger” en latinoamérica!), pero sobre todo los nombres que pone la gente a negocios o productos con toda su buena intención, sin saber que en otro idioma están diciendo una barbaridad o algo gracioso o fuera de lugar. Internet está lleno de ejemplos de ese tipo, sobre todo si tienen que ver con el sexo, se pueden consultar un par de recopilaciones clásicas aquí y aquí.

lunes, 3 de febrero de 2014

El recuerdo más antiguo

Llegó el momento. Después de mucho tiempo cocinándolo a fuego lento en mi mente, hoy empiezo por fin a escribir y publicar la serie sobre mis recuerdos más queridos de la infancia (a los que marcaré con el tag "Retales de mi infancia" para distinguirlos fácilmente de mis "Historias del metro"). Y que mejor manera de empezar que con el recuerdo más antiguo del que tengo constancia.

El recuerdo más antiguo
© image-heart - DeviantArt

Iba muy contento caminando de la mano de mi madre hacia la entrada de la guardería. No estaba muy lejos, de hecho a un simple tiro de piedra de nuestra casa, dentro de la iglesia local del barrio, San Pío X. Era un edificio no muy grande en mitad de una explanada de tierra sin edificar, de planta cuasi octogonal y un par de pisos de altura, pero para mi tamaño podría haber sido perfectamente un rascacielos (si por aquel entonces hubiera sabido lo que era eso). Al llegar a la entrada aguardamos pacientemente a los pies de la escalinata y cuando salió mi hermano, tres años mayor que yo, le saludamos alegremente. Yo aún era muy pequeño, pero pronto tendría edad suficiente para ir también a la guardería y descubrir todos sus secretos.