viernes, 22 de julio de 2016

Soy un señor

"Señor, ¿puede decirme la hora?". Cuando un chiquillo te suelta eso por la calle sin previo aviso, sabes que se acabó, que por muy joven que te sientas, por muchas fuerzas y energías que te queden, por muchos planes que hayas hecho para el futuro, ya hace tiempo que has dejado la infancia atrás. Podrás seguir acumulando nuevos recuerdos, nuevas anécdotas e historias alegres, tristes, graciosas o simplemente curiosas, pero ya no serán "Retales de mi infancia", serán otra cosa, y como tal ya no tienen cabida aquí. Así que este es el fin. THE END.

Soy un señor
¿Quién dice que no soy joven? - Dominio Público

Si alguien ha llegado a leer esta especie de memorias de mi infancia, espero que las haya disfrutado tanto como yo he disfrutado escribiéndolas. Han sido más de 3 años de arduo trabajo. Ahora valoro mucho más la profesión de novelista, entiendo el terror a la hoja en blanco, el bloqueo del escritor, y la lentitud de George R.R. Martin para publicar de una vez por todas "Vientos de Invierno".

Es posible que a partir de este momento aún afloren a mi memoria algunos recuerdos susceptibles de ser reseñados en este blog. En tal caso los iré añadiendo aquí puntualmente, pero obviamente ya sin seguir la periodicidad habitual.

lunes, 18 de julio de 2016

¿Borracho yo? Tururú

Acababa de salir de casa en dirección al centro cuando, a la altura de Ranillas, me crucé con un señor mayor visiblemente ebrio que caminaba tambaleándose ostensiblemente de un lado a otro y a duras penas se mantenía en pie. No había avanzado más que unas decenas de metros tras el encuentro cuando oí a mi espalda un fuerte estruendo, me giré en redondo, y vi cómo el pobre hombre había terminado por darse de bruces contra el suelo.

¿Borracho yo? Tururú
El alcoholismo no es cosa de risa - Dominio Público

Por unos instantes me quedé petrificado sin saber qué hacer, indeciso entre acudir a socorrerlo o dejar que se apañara por sus propios medios. Durante esos segundos de duda, un par de transeúntes que pasaban más cerca se acercaron para echarle una mano y ayudarle a levantarse, y acto seguido volví a girarme, continuando mi camino como si tal cosa, ajeno a los problemas de un necesitado.

Sé lo que tendría que haber hecho, pero no lo hice, y muchas veces me arrepiento de ello y me pregunto el por qué. Seguramente fui víctima de lo que en psicología se denomina "Efecto Espectador", pero ser tan predecible tampoco me consuela. Desde entonces intento hacer al menos una buena obra al día, y no sólo por la egoísta sensación de sentirme mejor conmigo mismo, sino de sentirme mejor con el mundo.

viernes, 15 de julio de 2016

Opus Dei

En mis años de Universidad trabé amistad con César, un chico en apariencia bastante normal, amable, simpático y buen estudiante, junto al que hice muchas de las prácticas de la carrera. La única pega que tenía el buen hombre es que era numerario del Opus Dei. Al principio pensé que le vendría de familia, que sus padres le habrían inculcado esas ideas, esa filosofía y estilo de vida, pero más tarde supe que no, que sus padres no eran especialmente religiosos, que había sido captado por alguien un tiempo atrás y sus padres no llevaban el tema demasiado bien.

Opus Dei
© Amio Cajander - Flickr (hay sectas para todos los gustos)

Vivía en un piso junto a varios curas y otros numerarios de su secta. En realidad eran varios pisos, todos los de la primera planta del edificio, comunicados internamente entre sí de forma que podías dar una vuelta completa y volver de nuevo al punto de partida sin salir al exterior. A veces quedábamos allí para estudiar o preparar algún trabajo. Todo era muy singular. Por ejemplo, lo primero que hacían al llegar era asomarse a una pequeña capilla y mostrar sus respetos arrodillándose y santiguándose. Si nos daban las 12 del mediodía dejaban absolutamente todo, independientemente de lo que estuvieran haciendo, se ponían en pie y dedicaban unos minutos a rezar el Ángelus en voz alta. Sin embargo, lo más curioso de todo es que la limpieza de la casa corría a cargo de mujeres de la obra, pero nunca las veías, Cuando se iban acercando a la habitación en la que estuvieras trabajando, tenías que trasladarte con todos los bártulos a las estancias contiguas, siguiendo la misma dirección que ellas en el interior del círculo. "Es para evitar tentaciones", decían.

Que César intentaba captarme estaba fuera de toda duda. Me invitaba a charlas sobre la Sábana Santa, a sesiones de meditación, a un fin de semana de esquí en la nieve, a jugar al tenis en unas instalaciones para empleados de Ibercaja de las que era socio su padre, y hasta intentaba que me confesara con uno de los curas con los que convivía. "Tocarse es pecado", solía repetir. Y aunque yo no tenía ningún interés en formar parte de su religión, me dejaba querer, pero sólo por conveniencia. Antes de conocerle nunca hubiera imaginado la cantidad de profesores universitarios que pertenecían al Opus Dei. Tenerlo de amigo y compañero me hacía gozar de ciertas ventajas ocultas.

Es cierto que el muchacho tenía muchas manías y rarezas, pero tengo claro cuál fue la gota que colmó el vaso y fue la causante de que empezáramos a distanciarnos poco a poco. Había ido al Pilar a misa con mi amigo José Pedro. Estábamos pegados a la pared, en un lateral del altar mayor, donde solíamos ponernos muchas veces con mis padres, cuando de repente, casi al final de la ceremonia, apareció César. Les presenté, nos pusimos a charlar y no sé por qué empezó a aleccionarnos sobre que comulgar en pecado era un pecado todavía mayor. Antes de que nos diéramos cuenta la misa había concluido. César estaba visiblemente afectado porque se había despistado hablando del tema y no había pasado a comulgar. "No importa, ya volveré a misa esta tarde para recibir la comunión", afirmó. José Pedro y yo nos miramos estupefactos, ¿tragarse todo ese tostón de nuevo? Una vez a la semana podía aguantarse pero, ¿dos veces en un día? Había algo en la cabeza de ese chico que no funcionaba del todo bien o, para ser más exactos, que no funcionaba como en las nuestras.

En cualquier caso, sus palabras hicieron mella en mí, pues a partir de entonces pocas veces más he pasado a comulgar. Si no podía recibir ese sacramento estando en pecado, y no estaba dispuesto a ir corriendo a contarle a un cura mis intimidades, sean pecado o no, la consecuencia era evidente. Poco a poco empecé a examinar todas las afirmaciones sobrenaturales con ojo crítico y a abandonar las costumbres y creencias religiosas hasta convertirme en el escéptico orgulloso que soy hoy. Y, simplificándolo mucho, todo gracias a un numerario del Opus Dei que me quería captar para su secta. Irónico, ¿no?

lunes, 11 de julio de 2016

El señor de las moscas

En el libro de religión de 5º ó 6º de E.G.B. leí un pasaje de una novela protagonizada por niños de aproximadamente mi edad, que me llamó poderosamente la atención. Era "El señor de las moscas", del escritor inglés William Golding, galardonado con el Premio Nobel de literatura en 1983. Esa Navidad, el único regalo que pedí fue un ejemplar del texto completo para poder leer toda la historia que me había cautivado en unos pocos párrafos. Y aunque la narración contiene momentos sobrecogedores de tensión, angustia y casi diría que terror, quizás no demasiado aptos para la mente aún en desarrollo de un chiquillo, el argumento es tan apasionante de principio a fin que enseguida se convirtió en uno de mis libros favoritos de todos los tiempos. Un imprescindible en cualquier biblioteca que se precie.

El señor de las moscas
© sundazed - Flickr

viernes, 8 de julio de 2016

Séptimo mandamiento, no robarás

Habíamos cargado el coche hasta mucho más allá de su capacidad, rozando los límites de estabilidad y seguridad aceptables, encajando sobre la baca maletas, bolsas y bultos inclasificables en un tetris perfecto, y cubriéndolo todo con una vieja manta tensada sobre el vehículo con varias cinchas elásticas, siguiendo el ritual que ejecutábamos dos veces al año, el primer y último día de vacaciones.

Séptimo mandamiento, no robarás
Jugando al tetris sobre la baca del coche

Tras un mes de veraneo en Salou volvíamos por fin a casa. Pero mis padres querían asistir a misa antes de irnos, así que nos acercamos hasta la iglesia con el coche completamente preparado para marchar en cuanto terminase la ceremonia y aparcaron cerca de la entrada, supongo que actuando de buena fe, pensando que nadie se iba a molestar en robar en un viejo coche a las puertas de un lugar sagrado. ¡Qué ingenuos!

Afortunadamente, un vecino se percató de la situación, se acercó a mis padres y les dijo que ni se nos ocurriera dejar el coche allí sin vigilancia, que cuando saliésemos de misa ya no quedaría nada para llevar de vuelta a Zaragoza. Fue muy amable por su parte al avisarnos, y además sus palabras tuvieron dos consecuencias muy beneficiosas, por una parte volvimos a casa con todas nuestras pertenencias, y por otra nos libramos de media hora de soporífero sermón.

lunes, 4 de julio de 2016

El patio de mi casa es particular

"El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás. Agáchate, y vuélvete a agachar, que..". ¡Espera!, un momento por favor, rebobina, ¿qué tiene de particular si se moja como los demás? Esa era la gran duda que me entraba de pequeño cada vez que oía o entonaba esta popular canción infantil.

El patio de mi casa es particular
© José Luis Filpo - Wikimedia Commons

Hasta que un día descubrí que la palabra particular tiene varios significados en nuestro idioma, y el hecho es que el que yo interpretaba como correcto en la canción no era el acertado según el contexto de la misma. Y, por cierto, ni siquiera era la primera acepción en el diccionario de la Real Academia Española:
particular
Del lat. particulāris
1. adj. Propio y privativo de algo, o que le pertenece con singularidad.
2. adj. Especial, extraordinario, o pocas veces visto en su línea.
etc.

viernes, 1 de julio de 2016

Mecano

Mecano era con diferencia mi grupo de música favorito, Es cierto que a veces sus letras no estaban muy elaboradas y dejaban un poco que desear, como bien apuntaba mi amigo Miguel Ángel para burlarse de mi gusto musical. Desde luego, "no hay marcha en Nueva York, y los jamones son de york" no pasará a los anales de la historia como una de sus mejores rimas. Pero en conjunto me gustaba su estilo, sus melodías, y sobre todo su cambio de registro cuando José María Cano empezó también a componer para el grupo y lanzaron en 1986 el disco "Entre el cielo y el suelo". "Hijo de la Luna", "Cruz de navajas", "Me cuesta tanto olvidarte".. son himnos imperecederos.

Mecano
Mi primer CD

En 1987, después de volver del campamento de verano en Broto, vi ese álbum expuesto en una tienda y no pude resistir la tentación de comprármelo, a pesar de que sabía que no iba a poder escucharlo en una larga temporada. Era mi primer CD, pero por aquel entonces en casa aún no teníamos un lector de Compact Disc. No me importaba, me sabía todas las canciones de memoria. Bueno, más o menos, porque en el campamento sonaba mucho ese disco y recuerdo que una chica me señaló con el dedo mientras le cantaba a otra "elijo primero que le engendres a él". No sé qué me sorprendió más, si el dedo acusador o la estrofa elegida. Cuando más tarde descubrí que la canción realmente dice "el hijo primero que le engendres a él", tampoco se disiparon mis dudas.

El concierto de La Romareda de 1989 me pilló aún demasiado joven como para obtener el visto bueno de mis padres, pero no así los dos siguientes que dieron en la Plaza de Toros en los años posteriores. El lleno fue absoluto, como era habitual tratándose de Mecano, pero tuve suerte y conseguí un par de entradas, y encima gratuitas, porque el encargado de seguridad de la plaza durante los conciertos era hijo de una amiga de mi madre. Con dos entradas en mi haber y Miguel Ángel renegando del grupo, invité a mi amigo y vecino José Pedro a acompañarme.

Mi intención era situarme de pie en la arena, lo más cerca posible del escenario, y disfrutar de una experiencia inmersiva única e irrepetible. Pero, cuando estábamos en la fila de acceso a la plaza, José Pedro se encontró a dos conocidas y decidió que debíamos acompañarlas. Supongo que buscaba algo más que sólo acompañarlas. El caso es que yo podía elegir entre ayudarle en su objetivo de caza y captura, renunciando a mi plan original, o disfrutar como pudiera del concierto en solitario, haciéndome un hueco entre una multitud de desconocidos que iban a estar saltando, empujando y sudando durante horas. Así que finalmente acabamos los cuatro sentados en un lateral de las gradas.

Cuando, después de una larga y aburrida espera, por fin aparecieron los integrantes del grupo y Ana Torroja comenzó a cantar y a moverse torpemente por el escenario, como era habitual en ella, se me pasó el disgusto ipso facto. No me lo podía creer, era impresionante estar allí, tan cerca de mis ídolos musicales, viéndolos en directo y escuchando las canciones que habían marcado toda mi vida. Canté, bailé y aplaudí como si no lo hubiera hecho nunca antes.. y en cierto modo así era, pues al fin y al cabo era el primer concierto al que asistía. Y después de dos intensas horas de espectáculo, me fui a casa con una sensación de satisfacción enorme, que aún era un poco más placentera por el simple hecho de que José Pedro no había conseguido engatusar a ninguna de sus amigas.