viernes, 28 de noviembre de 2014

¡Ah, del castillo!

No sé cuántas veces fuimos de excursión al castillo de Loarre cuando éramos pequeños, supongo que no más de 2 ó 3, pero en mi recuerdo podrían haber sido muchas más. Y en cada una de ellas hacíamos el trayecto en autobús junto a las monjas del trabajo de mi madre, que para amenizar el viaje siempre traían varias docenas de las rosquillas caseras más ricas que he comido en mi vida.

¡Ah, del castillo!
Castillo de Loarre - Dominio Público

Conforme nos íbamos acercando a la fortaleza, situada en lo alto de una colina, su imponente silueta recortada contra el cielo espoleaba nuestra imaginación, y comenzábamos a soñar despiertos con reyes y princesas, caballeros de brillante armadura, torneos y justas a caballo, pasadizos secretos e intrigas palaciegas.

Una vez dentro del recinto, tras la seguridad de los muros, teníamos libertad para movernos por donde quisiéramos, y recorríamos todas las estancias y pasillos hasta aprendernos de memoria cada rincón. Así fue como descubrimos que entrando en una pequeña habitación oscura, casi una mazmorra, medio oculta bajo unas escaleras, podías acceder a un angosto pasadizo aún más oscuro que desembocaba en unas estrechas y desgastadas escaleras que ascendían hasta una trampilla que se abría en mitad del suelo del salón del trono. Si unos simples chicos habíamos sido capaces de dar con ese pasadizo secreto, sólo podíamos preguntarnos, ¿qué otros secretos aguardaban ser descubiertos entre esas viejas paredes?

lunes, 24 de noviembre de 2014

Jugando con fuego

Qué irresistible y primitiva atracción ejerce sobre nosotros el fuego..

Aquel día mis padres se habían dejado una caja de cerillas sobre la mesita de mármol del salón. No había nadie cerca y la tentación era enorme, demasiado fuerte como para resistirme a ella. Saqué un fósforo, con dedos nerviosos lo froté un par de veces contra la banda rugosa del lateral de la cajetilla hasta que prendió, y me quedé contemplando embelesado el bamboleo de la llama y sus cálidos colores anaranjados. La madera se consumió con rapidez y, antes de que me diera cuenta, el calor se hizo tan insoportable que tuve que soltar mi presa so pena de llevarme un quemazo de recuerdo. Pero la mala suerte hizo que la cerilla, todavía encendida, cayese sobre la alfombra del salón, que empezó a arder inmediatamente.

Jugando con fuego
© roegger - Pixabay

Y para mayor desgracia, justo en ese momento aparecieron mis padres, quizás atraídos por mis gritos de sorpresa y angustia, y me encontraron intentando apagar la pequeña fogata desesperadamente. Creo que fueron ellos quienes finalmente la sofocaron de un pisotón, pero lo más curioso es que no recuerdo haberme llevado una gran bronca o un castigo ejemplar por mi imprudencia. Si en aquel momento hubiera aprendido la lección quizás no habría vuelto a jugar con fuego en otras ocasiones futuras.

Qué irresistible y primitiva atracción ejerce sobre nosotros el fuego..

viernes, 21 de noviembre de 2014

A mis abuelos

Todos mis abuelos eran entrañables y nos hicieron pasar grandes momentos cuando éramos pequeños.

A mis abuelos
© Aloneibar - Wikimedia Commons

A mi abuela materna, Daniela, la recuerdo vagamente porque coincidimos pocos años en este mundo. A mi abuela paterna, María Pilar, la admiré y amé hasta que le dijimos el último adiós hace muy poco, lóngeva a pesar de sus excesos con el tabaco, y siempre lúcida hasta el final.

Mi abuelo materno, Pedro "el cosquilloso", nos hacía reír a carcajada limpia, clavándonos sus huesudos dedos en nuestras sensibles costillas hasta que nos quedábamos sin aliento y casi perdíamos el sentido. Luego le pudo la demencia y nos puso en alguna que otra situación incómoda, como aquella vez que trajo un pájaro desplumado a casa porque mi hermana pequeña tenía que ver de todo.

Mi abuelo paterno, Pepe "el cuentacuentos", nos deleitaba siempre con las mismas historias, una y otra vez, y aunque nos las conocíamos de memoria las disfrutábamos igualmente hasta el final en cada ocasión. Fue él quien me inició en los secretos del lenguaje musical, y guardo como una reliquia el pequeño violín 3/4 que utilizó cuando era niño, aunque más tarde se especializó y se dedicó en cuerpo y alma al piano. También es la primera persona a la que vi comer las migas acompañadas con pan.

Allá donde quiera que estéis, siempre os querremos y os echaremos de menos.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Vueltas de campana

Íbamos por la carretera camino de un terreno que mis padres habían adquirido entre Mozota y Muel, a unos 25 kilómetros de Zaragoza. Era mi distancia límite en coche, si la parcela hubiera estado sólo un poco más allá el mareo me habría hecho vomitar sin remedio en cada viaje. Así me mareaba igualmente, pero sólo devolvía una de cada tres veces aproximadamente.

Vueltas de campana
© montse - Flickr

Aquel día, en un momento determinado, quizás alertado por algo que había visto mi padre por el espejo retrovisor, me giré y miré a través de la luna trasera justo a tiempo para ver cómo un coche que marchaba detrás nuestro se salía de la carretera en una curva dando varias vueltas de campana. La imagen fue realmente impactante y quedó guardada en mi retina para siempre, seguramente magnificada con el tiempo por el mero hecho de que nunca supe ni la causa del accidente, ni si había habido heridos o incluso muertos.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Pájaros de barro

Un año nos apuntamos con mis primas a clases extraescolares para aprender los secretos del modelado de la arcilla. Teníamos que ir todos los sábados por la mañana a una oscura sala del colegio, donde dábamos rienda suelta a nuestra vena más artística.. y sucia, manchándonos de barro pastoso hasta las orejas. Después de amasar y dar forma a nuestras vasijas o figuras el profesor las horneaba para que adquirieran la consistencia final, y si tenías ganas podías decorarlas pintándolas con vivos colores y exhibirlas en un lugar privilegiado en el salón de la casa de tus padres. Sinceramente creo que mis creaciones nunca merecieron tal honor, ni siquiera la energía necesaria para calentar el horno. Aunque ducho en otras artes como el dibujo o la música, claramente la escultura no era lo mío.

Pájaros de barro
© Locutus_Borg - Wikimedia Commons

Un sábado llegamos al colegio y nos encontramos con que estaba cerrado, nadie nos había avisado de que ese día se habían suspendido las clases. Yo estaba dispuesto a regresar a casa, pero mi prima Ana nos convenció de que podíamos aprovechar y quedarnos por ahí jugando durante el tiempo supuestamente dedicado a nuestra actividad extraescolar, y así lo hicimos. Cuando regresamos a casa mi madre nos preguntó cómo había ido la clase, nosotros dijimos que muy bien, y nunca se supo de nuestra pequeña e involuntaria pirola.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Violencia de género

Una de las imágenes que más me impactaron durante mi niñez se enmarcaría hoy en día en lo que se conoce como violencia de género.

Violencia de género
© bea2.0 - Flickr

Volvíamos del colegio andando por la Avenida de la Jota cuando vimos a una pareja discutiendo en una esquina. Junto a ellos, sus hijos asistían atónitos al dantesco espectáculo que estaban ofreciendo al mundo entero. La mujer llevaba la voz cantante, gesticulaba mucho y daba grandes voces acusando a su marido de vago, borracho y mal padre, además de conminarle a que no se acercara más a sus chicos. Lo tenía completamente apabullado, a pesar de que él era de mayor envergadura.

Mientras nos alejábamos paso a paso del lugar, con mal cuerpo pero sin poder apartar la mirada de la desagradable e hipnótica escena, llegó el colofón final a la discusión. La señora empezó a propinarle a su interlocutor una larga serie de bofetadas, el hombre se cubrió la cabeza con los brazos, aguantando como podía el chaparrón, y nosotros apartamos finalmente la mirada y nos alejamos de allí lo más rápido posible intentando olvidar lo que habíamos presenciado.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El corredor de la muerte

Es de noche y todas las luces de la casa están apagadas. Yo me encuentro en el amplio recibidor de casa, encarado hacia el largo pasillo que conecta con el resto de las estancias del hogar. Noto la presencia de algún ente sobrenatural que me acecha por detrás desde la más absoluta oscuridad. Quiero atravesar rápidamente el corredor para alcanzar la seguridad de los brazos paternos. Sé que mis padres están al fondo, en el salón, totalmente ajenos al peligro en el que me encuentro. Estoy solo e indefenso, mi única escapatoria posible es echar a correr con la esperanza de ser más rápido que mi predador. Pero mis piernas no responden, se mueven con exasperante lentitud y no consigo avanzar.

El corredor de la muerte
© Akoxta - Wikimedia Commons

Mi tensión y angustia aumentan exponencialmente conforme la oscura presencia acorta la distancia que la separa de su presa, de mí. Las piernas me pesan demasiado, aún estoy a la altura de la cocina, justo al principio del pasillo, pero no me rindo, me va la vida en ello. Noto su fétido aliento cada vez más cerca, se me erizan los pelos de la nuca y un escalofrío recorre toda mi espalda. No sé qué aspecto tiene pero imagino unas grandes fauces repletas de colmillos, garras afiladas, músculos de acero y mucho pelo, un hombre lobo sin duda, la criatura más horripilante, mortífera y cruel a la que te puedas enfrentar. Ni en sueños querrías plantarle cara. Pero no me queda más remedio, está sobre mí, me alcanza y.. afortunadamente siempre me despertaba antes de que me hiciera ningún daño.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia

Como otras veces que el Real Madrid juega un partido de Champions en casa, el metro se había llenado de aficionados de ambos equipos, aunque realmente pareciera que sólo había hinchas del equipo visitante, el Liverpool. Eran al menos medio centenar de grandes hombretones ingleses, medio borrachos, cantando a voz en grito melodías populares, himnos deportivos y consignas contra los equipos españoles. No eran ningunos críos, la media de edad rondaría los 30 años. Acompañando su ruidoso despliegue de patriotismo aporreaban sin pudor con brazos y piernas todo lo que se les ponía por delante, ya fueran las paredes, techos, suelo o las propias puertas del vagón. Yo estaba apoyado en una de ellas, que no dejaba de temblar con las endiabladas embestidas. Un señor mayor les llamó la atención un par de veces, pero sólo paraban unos segundos, lo suficiente para mofarse de él y volver de nuevo a las andadas. Yo no dije nada, por cobardía e instinto de autoprotección, allí en medio, rodeado de todos aquellos energúmenos, podían haberme dado una paliza sin que el resto de la gente decente se enterase o pudiera hacer nada por evitarlo.

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia
© leoniewise - Flickr

Cuando se abrieron las puertas en la parada del estadio Santiago Bernabéu comenzaron a salir en tropel, mientras el resto de viajeros respirábamos aliviados. De repente sentí que perdía el apoyo de mi espalda, como si cayera al vacío, y di un respingo imaginando que de alguna manera se había abierto también mi puerta e iba a precipitarme a la vía. Y en cierta forma era verdad, pues la puerta a mis espaldas se había abierto unos centímetros. Pensé que el bestia que le estaba dando patadas unos momentos antes se había propasado más de la cuenta, pero entonces me di cuenta de que la palanca de desbloqueo de seguridad estaba activada y un estridente pitido de alarma invadía nuestros oídos de manera intermitente. Busqué con la mirada al aficionado inglés, presunto culpable, y lo descubrí justo cuando salía por la puerta de enfrente, agarrando su palanca de desbloqueo correspondiente y activándola también. No había ninguna duda sobre lo que había pasado, y ahora eran dos los pitidos acompasados que nos destrozaban los tímpanos. El convoy no pudo volver a arrancar hasta que vino el maquinista para cerrar manualmente ambas puertas, mientras mascullaba oscenidades en contra los hinchas, una clara alusión a la primera acepción del término en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Lost

Aquel día habíamos salido a dar una vuelta en familia por el barrio. Apenas nos habíamos alejado unos pocos metros del portal de casa cuando me despisté un momento, quizás contemplando el escaparate de una tienda cercana, y al volver a mirar a mi alrededor ni mis padres ni mis hermanos estaban a la vista. De repente me encontraba completamente solo, perdido en nuestra calle justo al lado de casa, y me eché a llorar desconsoladamente como si me hubiera extraviado en algún lugar hostil y desconocido.

Lost
© maartmeester - Flickr

Mi reacción no fue por miedo o desesperación, pues era plenamente consciente de que no tenía motivos reales para preocuparme, sino más bien porque no sabía cuánto tiempo iba a tener que esperar a que volvieran a por mi, ni la magnitud de la bronca que me iba a llevar. Pero la espera no duró mucho y a los pocos segundos apareció mi madre, que me había estado vigilando desde una esquina cercana para ver cómo reaccionaba a mi despiste. Creo que no pasé el test.