lunes, 30 de junio de 2014

Tú si que vales

Desde que tengo uso de razón recuerdo que mi padre se pasaba el día entero canturruteando con gran tino los viejos éxitos que tanto le gustaban, a todas horas y en cualquier lugar, no importa quién estuviera delante. Afortunadamente yo heredé su buen oído musical y desde pequeño imitaba su afición cantando a todas horas sin parar, hasta el punto de que algunas vecinas le preguntaban a mi madre cuál de nosotros era el pequeño ruiseñor que sonaba tan bien.

Tú si que vales
Ha nacido una estrella - Dominio Público

No se cómo sucedió, pero llegó un punto en el que empecé a torturar a mis compañeros de clase con alguna canción que otra de vez en cuando. Cuando el profesor de turno me daba la venia me ponía de pie en clase e interpretaba alguna melodía de mi repertorio, principalmente los grandes éxitos de Nino Bravo y Parchís (por cierto, hace poco me bajé unas canciones de estos últimos para ponérselas a mi hijo y.. ¡qué malos eran!, pero cuánto nos gustaban por aquel entonces). A veces incluso engañaba a mi compañero Javier para que me hiciera los coros. Y tampoco tenía reparos a entonar a pleno pulmón lo que se me pusiera por delante durante las animadas misas de niños de los domingos.

Pero un día hubo un punto de inflexión en mi vida que también afectó a la faceta musical. Con aproximadamente 10 años cambiamos de piso, de barrio, de colegio, de parroquia, de compañeros y de amigos, crecí, me dió un ataque fulminante de vergüenza, y dejé de cantar en público para siempre jamás.

viernes, 27 de junio de 2014

No tengo dedos

La mayoría de la gente que pide limosna en el metro no tiene graves problemas de salud, al menos aparentemente. Pero aquellos que si sufren alguna dolencia o enfermedad no dudan en utilizarla en su favor para dar más pena e intentar conmover a los pasajeros, como el chico del cáncer que se arrodillaba en mitad del vagón o el señor que iba con muletas enseñando sus piernas ortopédicas.

No tengo dedos
© B.jehle - Wikimedia Commons

El último caso de este estilo del que he sido testigo ha sido sin duda el que más me ha impactado. Creo que era un varón joven, y por el acento seguramente extranjero, pero no puedo asegurar ni una cosa ni la otra. Tenía la cara completamente desfigurada y consumida por el fuego o algún ácido, y enseñaba las manos también quemadas a las que le faltaban absolutamente todos los dedos, cortados a mitad de la primera falange. Y a pesar de que su desgracia era evidente y saltaba a la vista a cualquiera que le echara un mínimo vistazo, se paseaba por el metro con voz chillona pero sin poder apenas vocalizar, al grito de "no tengo dedooo, no puede trabajooo, una ayuda pofaaa".

lunes, 23 de junio de 2014

Eclipse de sol

Hace muchos años se armó un gran revuelo mediático porque se iba a producir un eclipse de sol. Tanto bombo le dieron en los telediarios que en aquel momento me pareció que era algo extraordinario y casi mágico, cuando la verdad es que se producen varios cada año, aunque no por ello dejan de ser algo extraordinario y casi mágico. En aquel momento nos metieron mucho miedo con la posibilidad de quedarnos ciegos si mirábamos al sol directamente durante el eclipse.

Eclipse de sol
© sancho_panza - Flickr

Aquella tarde, justo a la hora del esperado acontecimiento, andaba por la calle camino de casa después de clase de Judo. El mundo se veía diferente, medio en penumbra, con colores más rojizos y apagados, y yo caminaba con la cabeza gacha para evitar cualquier tentación de mirar hacia donde por nada del mundo debía mirar. Pero tampoco era plan de ir todo el camino mirando al suelo, así que eché un vistazo alrededor, observé hacia dónde se alargaban las sombras de árboles y farolas, calculé, levanté la vista al cielo en la dirección adecuada para no correr peligro.. y por un instante contemplé el eclipse con mis propios ojos. Error de cálculo. No me quedé ciego, pero diez años más tarde, al empezar la Universidad, tuve que ponerme gafas por una ligera miopía. ¿Causa-efecto? No lo creo, pero siempre me quedará la duda.

viernes, 20 de junio de 2014

Guzmán el Bueno

Un par de veces a la semana hago transbordo entre las líneas 6 y 7 del metro en la estación de "Guzmán el Bueno", y siempre que paso por allí no puedo evitar pensar en el curioso juego de palabras que conforman el nombre y apodo de este personaje histórico. Guzmán suena parecido a Goodman en inglés. que significa "hombre bueno", así que podríamos decir que se trata de la estación del hombre bueno-bueno, del hombre rebueno o, ya puestos, del hombre buenísimo. Soy un asiduo lector de diversos blogs, entre ellos uno que se dedica a publicar ilusiones ópticas y juegos de palabras, así que le envié un correo al autor explicándole mis inquietudes y, además de agradecerme la información, publicó una entrada en su propio blog tratando el tema. ¡Gracias a ti Juan Luis!

Guzmán el Bueno
© falconaumanni - Wikimedia Commons

La verdad es que una vez que empiezas es difícil parar y vas buscando dobles sentidos a todas las paradas por las que pasas. Por ejemplo, si te bajas en la estación de "Antonio Machado" podrías decir que "Antonio me ha echado". Si, ya sé que no es muy inteligente, así que mejor dejémoslo aquí y no escribo más sobre el tema.

lunes, 16 de junio de 2014

El laberinto del Minotauro

Durante varios años mis padres tuvieron la sana costumbre de juntarnos con mis primas en verano para pasar un día de acción y diversión en el Parque de Atracciones. La excusa era celebrar los cumpleaños de todos, pero principalmente el de mi hermano mayor, que es en julio, con buen tiempo. Allí hacíamos carreras uno a uno en los cars, montábamos en las barcas junto a los patos, entrábamos en la casa magnética, la casa encantada, la casa de los espejos.. y en el laberinto de cristales.

El laberinto del Minotauro
©bistr-o-mathik - DeviantArt

¿A quién se le ocurrió la brillante idea de construir un laberinto de cristal? Había que tener mucho cuidado para no darte de narices contra algún muro invisible. Pero después de atravesarlo unas cuantas veces nos sabíamos el recorrido de memoria y jugábamos a ver quién lo atravesaba más rápido. Lo hacíamos tantas veces que cuando volvíamos al año siguiente todavía recordábamos perfectamente el camino correcto y podíamos atravesarlo casi con los ojos cerrados.

viernes, 13 de junio de 2014

Clásicos Disney

Cada día que pasa que sigo usando el metro es más difícil que me encuentre algo novedoso, algo que merezca la pena ser reseñado en este blog. Por eso, tras siete meses sin interrupción, dentro de poco la periodicidad semanal de este tipo de entradas se verá seriamente comprometida y sólo publicaré cuando haya una razón de peso para ello. Por las historias de mi infancia no hay que preocuparse, ¡hay lista de espera para varios meses más!

Clásicos Disney
© bethgolz - Pixabay

Cada día que pasa que sigo usando el metro es más difícil que me encuentre algo novedoso, incluso los artistas callejeros son repetitivos y pueden pasar varias semanas hasta que ves algo diferente que llama tu atención. Me pasó hace poco con un señor que tocaba el saxofón dentro de los vagones. Como tantos otros llevaba un altavoz con música de acompañamiento y nos regaló los oídos con varias interpretaciones magistrales, llenas de ritmo y energía. Tenía un amplio repertorio, aunque un poco encasillado, sólo le escuché versiones de Clásicos Disney: Pocahontas, Cruella de Vil.. Al final de su actuación un grupo de jóvenes que viajaban cerca se pusieron a aplaudirle entusiasmados, y el músico se lo agradeció efusivamente. Aunque no me hubiera gustado el espectáculo, sólo este hecho ya es una novedad en si misma y digno de reseñar, es la primera vez que veo a la gente aplaudiendo de esa manera a un artista en el metro. Pero es que además me pareció sublime.

lunes, 9 de junio de 2014

Como pez en el agua

Si existe la reencarnación seguro que en una vida anterior fui un pez, o tal vez un delfín, porque cuando estoy dentro del agua me siento como en casa. Aunque no siempre fue así. No creo que las criaturas marinas tengan que pasar por una fase de aprendizaje para desenvolverse con normalidad en su medio natural, pero en cambio yo si.

Como pez en el agua
© Claudia14 - Pixabay

Recuerdo que cuando inauguraron la piscina del Parque de Atracciones fuimos con mis padres a disfrutar de un día de relax, y cuando estábamos en el agua, en una zona donde cubriría apenas un metro, mi madre me soltó, o me resbalé, y me hundí sin remedio. Fueron unos segundos angustiosos, pataleando y braceando sin conseguir salir a flote, hasta que los brazos de mi madre me rescataron y me llevaron a la superficie de nuevo. Me sentí totalmente impotente.

Años más tarde, mi tío segundo Michel nos enseñó los rudimentos de la natación en las piscinas del Parque Deportivo Ebro, y un verano mis padres nos apuntaron a un curso de perfeccionamiento en las mismas instalaciones. El primer día el profesor nos hizo saltar uno a uno a la parte más profunda de la piscina olímpica, y uno a uno mis compañeros se hundían sin remedio, como yo años antes. Cuando llegó mi turno salté con todas mis fuerzas, pero decidí que no me iba a pasar como al resto, así que justo al tocar el agua abrí y retorcí las piernas para amortiguar la zambullida, de tal forma que mi cabeza nunca llegó a sumergirse y permanecí flotando en la superficie. Yo no lo vi tan raro, pero debió de ser algo poco habitual e imprevisto, porque hasta el monitor se quedó impresionado y me ovacionó delante de todos.

viernes, 6 de junio de 2014

Telepredicadora

Después de encontrarme un par de veces con aquella pseudo-monjita que recitaba pasajes bíblicos casi para si misma no había vuelto a toparme con ningún predicador. La verdad es que tampoco esperaba que hubiera muchos en el metro, es un personaje más propio de películas americanas, sobre todo si hay un holocausto o cataclismo de por medio.

Pero tarde o temprano tenía que aparecer algún otro. En esta ocasión era también una mujer sudamericana, que Biblia en mano estuvo durante seis o siete paradas predicando casi sin respirar. Tenía una voz potente y se la oía muy bien, demasiado para mi gusto. Supongo que influiría que íbamos en un metro de los más viejos compuesto de vagones individuales, y que era muy temprano por la mañana y la gente estaba muy callada medio dormitando todavía. Cuando terminó, aludiendo a que iba camino del trabajo y hacía eso por amor a Dios y a todos nosotros, se bajó del vagón con tal sonrisa de satisfacción en su rostro que parecía decir "misión cumplida, he hecho mi buena acción del día, he hecho todo lo posible por salvar vuestras almas pecadoras, y la mía ya de paso".

Telepredicadora
© Russianname - Wikimedia Commons

El resto del trayecto lo pasé muy a gusto, pero no por la salvación de mi alma, sino por el silencio y la tranquilidad que dejó al marchar. Como el marqués de Laplace le respondió a Napoleón cuando éste le preguntó por qué en su libro "Traité de Méchanique Céleste" no aparecía ninguna referencia a Dios: "Sire, nunca he necesitado esa hipótesis".

lunes, 2 de junio de 2014

Los chicos del maíz

A mi parecer, una de las grandes ventajas que tuvimos al criarnos en un barrio prácticamente a las afueras de la ciudad fue disponer de la libertad y amplitud del campo abierto a sólo un tiro de piedra de nuestra casa. Cuando bajábamos a jugar a la calle no teníamos que alejarnos mucho para disfrutar de la acequia, los árboles, las explanadas de tierra, y sólo un poco más allá, cerca de la torre que durante unos años estuvo regentando mi abuelo materno, los hipnóticos e interminables campos de maíz.

Los chicos del maíz
© 7854 - Pixabay

Disfrutaba como un enano corriendo entre sus hileras, totalmente protegido de miradas indiscretas por las plantas que me superaban ampliamente en altura, y arrancando de vez en cuando alguna mazorca de maíz simplemente por el mero placer de hacerlo. También jugaba allí a pillar o al escondite con mis hermanos y mis primas, sin preocuparnos por picaduras de insectos, alergias o cualquier otra incomodidad, como ser sorprendidos por los dueños o cuidadores de la plantación. Por descontado que los niños de hoy en día también juegan a esos juegos, pero esto era JUGAR, así, con mayúsculas.