lunes, 19 de octubre de 2015

Río León Safari

De pequeños nuestros padres solían llevarnos a veranear año tras año a la Costa Dorada, normalmente a Salou, conocida popularmente como la playa de Zaragoza debido a la gran cantidad de vecinos de la ciudad que nos acercábamos a pasar unos días de relax estival en dicha localidad tarraconense. Se decía que allí lo primero que se te ponía moreno era el sobaco, ya que no parabas de levantar el brazo para saludar a algún conocido.

Río León Safari
© yellowstonenps - Flickr

Como pasar todo un mes a dieta exclusiva de sol, arena y sal podía resultar excesivo, había que buscar actividades complementarias con las que distraerse de vez en cuando. A veces íbamos de visita a pueblos cercanos como Cambrils, La Pineda, Torredembarra o Altafulla. Algún año disfrutábamos de un día inolvidable lleno de atracciones y espectáculos en Port Aventura. Y dos o tres veces fuimos a divertirnos a Rioleón Safari, una curiosa mezcla entre parque acuático y reserva de animales situado cerca de El Vendrell.

La última vez que estuvimos, la visita por el hábitat de los animales salvajes se hacía dentro de un típico autobús rojo de dos plantas londinense, al que le habían reforzado las puertas y ventanas con resistentes barrotes metálicos. Pero no siempre fue así. Hace muchos años tenías que atravesar toda esa zona en tu propio vehículo, y por supuesto bajo tu propia responsabilidad.

Recuerdo que mi hermano Jesús era todavía muy pequeño y estaba tremendamente emocionado con la idea de ver un elefante de verdad de cerca. Al menos hasta el momento en que nuestro coche comenzó a empequeñecerse conforme nos aproximábamos al paquidermo. Mi hermano empezó a llorar asustado por el enorme tamaño del animal, intentando apartarse lo más posible de él pataleando y retorciéndose en el interior del habitáculo, y no se calmó hasta que nos alejamos del pacífico animal de piel reseca y agrietada. Después pasamos por la zona de los leones, que en su mayor parte estaban tumbados a la sombra sin incomodarse por nuestra presencia. Y llegamos al territorio de los osos.

Al avanzar por la carretera un enorme oso pardo venía caminando directo hacia nosotros, y conforme nos acercábamos a él nuestra inquietud iba en aumento, pues no parecía dispuesto a cambiar de rumbo por causa nuestra. Era casi tan grande como nuestro pequeño automóvil, y sólo en el último momento se desvió lo mínimo preciso para pasar rozándonos, bamboleando el coche como si fuera un simple juguete mientras en el interior, esta vez todos sin excepción, nos apartábamos lo más que podíamos de las ventanas y aguantábamos la respiración aterrorizados. Si hubiese querido hacernos daño habríamos sido presa fácil para sus afiladas zarpas, que hubieran podido destrozar la chapa del coche como si fuera papel de aluminio. Hasta que no dejamos atrás el recinto no empezamos a respirar tranquilos.

Una vez en el parque acuático, las risas y la adrenalina generada por los toboganes gigantes nos hicieron olvidar el mal trago que habíamos pasado. Pero estoy seguro de que esa noche, durmiendo profundamente para reponerme del cansancio acumulado por las emociones vividas a lo largo del día, volví a sufrir aquella pesadilla recurrente en la que me convertía en comida para osos mientras bajaba por las escaleras de casa.

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