lunes, 26 de octubre de 2015

La frustración del coleccionista

Cuando mi hermano Daniel hizo la Primera Comunión, alguien le regaló un álbum vacío de esos que se usaban para coleccionar sellos, lo que no dejaba de ser una forma de imponerle una afición por la filatelia que él no había elegido.

La frustración del coleccionista
La rubia de mis ojos - Dominio Público

Yo descubrí mis propios intereses cuando, viviendo todavía en el barrio La Jota, el padre de mi amigo Miguel Ángel nos llevó un día a la fábrica en la que trabajaba y, a escondidas, como si de un valioso tesoro se tratase, nos llenamos los bolsillos con unos pedazos de pirita de brillantes facetas plateadas. Con el tiempo, consiguiendo unas piezas aquí y otras allá, llegué a tener una colección de minerales bastante interesante.

Un día, viviendo ya en el Actur, mi padre se trajo del trabajo una moneda que algún pasajero listillo había hecho pasar por un duro (5 pesetas, o aproximadamente 3 céntimos de euro) para pagar el billete del autobús. Pero no era una moneda falsa, sino una peseta de plata fechada en el año 1901, con la efigie del rey Alfonso XIII cuando todavía era un niño. El tipo que quiso timar a mi padre no sabía lo que tenía entre manos, no es que valga una fortuna, pero actualmente puedes encontrar en eBay piezas similares por un precio que oscila entre 3 y 195 €. Mi padre me la entregó a mi, no porque fuera su favorito (todos sabemos que siempre ha sido mi hermano Rubén), sino porque en aquella época coleccionaba monedas de todo tipo. Al indagar sobre sus orígenes históricos, me entraron ganas de completar una colección de pesetas de todas las épocas, tamaños y colores que pudiera encontrar, desde la típica rubia con las caras del dictador Francisco Franco o del rey Juan Carlos I, hasta las de color aluminio que fueron disminuyendo progresivamente de tamaño, alcanzando proporciones ridículamente pequeñas en sus últimos años de existencia.

Casualmente, nuestro vecino de al lado, Salvador, también era un apasionado coleccionista de minerales y monedas. En un par de ocasiones me invitó a su casa para que contemplara sus piedras, mucho más numerosas que las mías, que tenía expuestas en varias estanterías metálicas en una de las habitaciones, y una vez hasta me regaló una roca de sal para mi recopilación.

Pero la pieza que más me gustaba, anhelaba y codiciaba era una de sus monedas, concretamente una peseta del año 1937 que yo no poseía. Alguna vez, en verano, cuando los vecinos se habían ido de vacaciones y nos habían dejado sus llaves para que regáramos sus plantas y por si surgía algún imprevisto, allanaba su morada y contemplaba esa moneda embobado durante un largo rato. Durante mucho tiempo estuve buscando afanosamente una igual, pero nunca la encontré. Aún guardo mi colección de pesetas a buen recaudo, pero desde la primera vez que le eché un ojo a aquella rubia de finales de la II República, la he notado siempre incompleta, y mis aspiraciones como coleccionista frustradas.

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