lunes, 5 de octubre de 2015

Dolor de barriga (annus horribilis II)

Durante un par de meses, las tardes del fin de semana se convertían en mi infierno particular. Al rato de haber terminado de comer, un dolor muy intenso comenzaba a taladrarme el estómago, obligándome a recluirme un par de horas en mi habitación, recostado en la cama, mientras soportaba toda una colección de pinchazos, espasmos y retorcijones, a la espera de que el achaque remitiera por si solo. No había ninguna causa aparente, hasta que un buen día mi madre dijo que tenía los ojos amarillos, me llevó al médico y me diagnosticaron una hepatitis.

Dolor de barriga (annus horribilis II)
Vade retro, Satanás

Estuve postrado en la cama aproximadamente un mes, descansando y cogiendo fuerzas, a dieta de tomate y poco más, aburrido, jugando a ratos con Domingo (mi murciélago de goma, llamado así en honor a mi traicionero amigo de tiempos pasados), sufriendo a diario las inyecciones que me ponía en las nalgas un practicante sudamericano que trabajaba a domicilio, y saltándome prácticamente todo el primer cuatrimestre de 5º de E.G.B. en el nuevo colegio. Mi boletín de notas aparece en blanco en ese primer parcial, pero afortunadamente no tuve problemas para superar el curso sin mayores dificultades. Eso sí, años después me costó horrores aprenderme los huesos del cuerpo humano durante el curso para obtener el título de Monitor Nacional de Atletismo, ya que fue una de las materias que me perdí en su día mientras estaba convaleciente.

Siguiendo mi estela, mis hermanos Daniel y Rubén contrajeron la misma enfermedad, uno detrás de otro. Daniel fue el que sufrió la infección más fuerte, y especulaban con que posiblemente él había sido el paciente cero y me había contagiado una versión más benévola del virus mientras todavía lo estaba incubando. Por fortuna, todos nos recuperamos prontamente y los múltiples análisis y controles posteriores indicaron que no nos habían quedado secuelas. Aunque eso no es del todo cierto, puesto que yo al menos sí que padezco una, un odio permanente, visceral y racional a cualquier tipo de aguja.

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