lunes, 29 de diciembre de 2014

El secreto mejor guardado

El primer verano que fui de campamentos era muy joven, ni siquiera había cumplido la edad mínima requerida, pero como mi hermano mayor también estaba apuntado, y supuestamente iba a cuidar de mi, hicieron la vista gorda y me planté durante quince días en el mágico y maravilloso valle de Benasque.

Siempre hay algún niño que a esas edades no soporta estar alejado de sus padres y entre llantos y sollozos se amarga los primeros días del campamento, e incluso a alguno, en el caso más extremo, terminan viniéndolo a recoger antes de tiempo. Yo disfruté como un enano desde el primer momento hasta el último. Si bien las caminatas eran duras y acababas agotado, el paisaje en mitad de las montañas era increíble, los juegos y deportes que practicábamos excitantes, las babosas y saltamontes que cogíamos con las manos desnudas divertidos, ¡y había una piscina con trampolín!, ¿qué más se puede pedir a esa edad? Además tuve mi primer contacto con el atletismo, y ya entonces me produjo gratas sensaciones, aunque en la prueba de lanzamiento de jabalina tropecé en el último momento y la clavé justo a mis pies, provocando la risa general.

El secreto mejor guardado
© Cronopios - Wikimedia Commons

Mi único temor durante esos idílicos días era que se me escapara el pipí por la noche, como aún me sucedía de vez en cuando en casa, pero seguramente ese mismo temor hizo que mi vejiga se obstruyera y por fortuna no mojé las sábanas ningún día. Desgraciadamente manché otra cosa, mis calzoncillos, de caca, y me llevé una buena y merecida reprimenda por ello, no obstante hubiera sido mucho mayor de haberse conocido cómo y cuándo sucedió el percance.

Ya habíamos agotado todas las posibilidades que nos ofrecía el Monasterio de Guayente donde estaba ubicado el campamento, nos habíamos colado en la sacristía, habíamos aporreado el órgano y habíamos buscado infructuosamente el acceso al campanario para hacer repicar las campanas. Un amigo había descubierto como salir a hurtadillas del recinto del Santuario, así que de vez en cuando nos escapábamos a explorar los alrederores.

En una de esas ocasiones comenzamos a remontar el cauce seco de un torrente, ocultos bajo una bóveda de vegetación. El suelo estaba plagado de cañas que mostraban extrañas muescas, quizás debidas a la erosión o a la acción de algún insecto, pero en nuestra imaginación eran producto de la mano del hombre, seguramente pertenecientes a una antigua civilización prehistórica. Tras un buen rato de exploración me entraron ganas de ir al baño, pero no había servicios en mitad del bosque y yo no era/soy de los que se ponían/ponen a hacer sus necesidades en cualquier sitio, así que aguanté y aguanté todo lo que pude, pero al parecer no lo suficiente, y a nuestro regreso había quedado algo de rastro en mi ropa. Aunque afortunadamente ni una huella del delito mayor, nuestra gran aventura secreta.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Misa de niños

En aquella época en que todos los niños éramos católicos o, como diría Richard Dawkins, en que todos los niños éramos hijos de padres católicos, los domingos acudíamos en tropel a misa de 11, la misa de niños. Hay que reconocer que el sacerdote, Alfonso Milián, muchos años después nombrado Obispo de Barbastro-Monzón, era uno de los grandes, de esos pocos que logran reconciliarte en cierta medida con la jerarquía eclesiástica.

Misa de niños
© falco - Pixabay

En aquella época la misa de niños era muy amena, entre los sermones y rituales de siempre intercalaban múltiples canciones, nos hacían preguntas sencillas y directas para que las respondiéramos a gritos, e improvisábamos nuestras propias peticiones, esperando brazo en alto la llegada del micrófono para disfrutar de nuestro momento de gloria mientras escuchábamos de otros barbaridades del estilo "para que no haiga guerras", "para que no haiga enfermedades" o "para que no haiga pobreza".

Un día estaba en misa con unos compañeros de clase y por unos instantes me quedé embobado contemplando el tragaluz del techo y pensando en mis cosas. Mis amigos no tardaron en comenzar a bromear diciendo que había sufrido una iluminación divina, que iba para cura y cosas similares. Nada más lejos de la realidad. Sí es cierto que en un tiempo muy lejano los misioneros poseían cierta magia y halo de misterio y aventura, motivado sin duda por el gran éxito cinematográfico de "La misión", pero jamás se me pasó por la cabeza vestir los hábitos, y de hecho con el tiempo me he vuelto un ateo convencido.

¡Feliz Navidad!

lunes, 22 de diciembre de 2014

Pressing catch

A lo largo de nuestra infancia mis hermanos y yo, como buenos chicazos, nos hemos peleado infinidad de veces de todas las formas posibles y probando todas las distribuciones imaginables: uno contra uno, dos contra uno, tres contra uno, todos contra todos.. A veces incluso jugábamos a pelearnos de mentira con la intención de provocar a nuestra perra Maxi, cruce entre Husky Siberiano y Alaskan Malamute, para que tomara partido y se lanzara a defender a uno u otro. Aunque en realidad daba igual quién hiciese de agresor y quién de víctima, porque ella siempre marcaba el mordisco en el brazo de mi hermano Rubén, curiosamente al que tenía más cariño y respeto.

Pressing catch
© moerschy - Pixabay

Sin duda, el lugar ideal para coreografiar puñetazos y caídas cual extras de acción de Hollywood era la piscina, ya que nos permitía lanzarnos al agua tras el impacto adoptando extrañas poses y practicando todo tipo de acrobacias. Normalmente estos juegos no tenían consecuencias negativas, pero como si de un combate de pressing catch se tratase, a veces encajabas un golpe fortuito y terminabas con alguna contusión.

Un día que estábamos simulando una pelea dentro de una de las piscinas del Parque Deportivo Ebro, mi hermano Rubén calculó mal la distancia y me dio un certero puñetazo en toda la nariz. Nada grave, pero me puse a sangrar como un cerdo y tuve que pasar por la enfermería para que me taponaran la hemorragia con un gran pedazo de algodón. Y a partir de aquella experiencia, no volví a fiarme de practicar ese tipo de juegos con nadie.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Reafirmación sexual

No estoy seguro de a qué temprana edad comencé a ser plenamente consciente de mi orientación sexual, pero lo que sí tengo claro es que ya en la guardería me interesaba por las chicas. De hecho en esa época a mi amigo Miguel Ángel y a mí nos gustaba la misma compañera de clase y, en cierta medida, disfrutábamos manteniendo una sana rivalidad para conseguir llamar su atención. El que en realidad ella no supiera ni que existíamos no era ningún impedimento.

Reafirmación sexual
© KirstentheBor - Pixabay

También por aquellos años, recuerdo un día de verano que estaba dando un paseo junto a mi madre a orillas del mar, y era incapaz de apartar la mirada de las jóvenes que estaban tomando el sol en topless. La sangre empezó a acumularse en una zona concreta de mi anatomía y cuando mi madre se percató del pequeño bulto que había aparecido en mi bañador me lo hizo notar con cierta guasa. ¡Arena trágame! Pero no había hoyo lo suficientemente profundo en toda la playa donde poder esconderme, ni sol que calentara tanto como para volver mi piel del color que adquirió cuando me sonrojé totalmente avergonzado.

lunes, 15 de diciembre de 2014

En busca de la asertividad perdida

Iban conmigo a clase un par de hermanos gemelos, ambos igual de simpáticos y buenos compañeros, aunque no tan parecidos físicamente. Jesús era más bajo y corpulento, mientras que Raúl era el alto y esbelto, y según la mayoría de las chicas el más guapo de toda la clase. A veces me acompañaban de vuelta a casa, pero sólo durante un tramo, ya que vivían mucho más cerca del colegio que yo.

Un día, al llegar a la bifurcación donde nos separábamos, me invitaron a subir a su casa a jugar y, aunque era consciente de que debía regresar a casa directamente desde el colegio o mis padres se preocuparían, no supe decir que no. Supongo que lo pasamos bien, pero lo único que recuerdo es mi inquietud y preocupación, porque a cada minuto que pasaba se hacía más tarde y más grande iba a ser la reprimenda que me esperaba en casa.

En busca de la asertividad perdida
© Kallh - FotoLibre

Cuando la madre de los gemelos nos sacó algo para merendar intenté aprovechar la ocasión para despedirme educadamente, pero me venció la timidez y la vergüenza y tampoco supe decir que no. Después de merendar seguimos a lo nuestro, mientras mi incomodidad y desasosiego crecían hasta límites insospechados, casi tanto como el castigo que iba a recibir por mi insensatez.

La madre de los gemelos apareció de nuevo en escena, esta vez como mi tabla de salvación, ya que al ver que se estaba haciendo tarde me preguntó si mis padres sabían dónde me encontraba. Esta vez no tuve más remedio que decir que no, y por fin marché para casa, apenas manteniéndome a flote entre un mar de congoja. Mis temores resultaron ciertos, y aunque traté de explicar a mis padres las consecuencias de mi falta de asertividad, nada me libró del justo y merecido castigo.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Indiana Jones y la casa maldita

Muy cerca de la iglesia-guardería del barrio, en la calle donde aprendí a montar en bici, se encontraba un viejo caserón de dos plantas completamente abandonado. Tenía la puerta de entrada y las ventanas medio tapiadas, pero no lo suficiente como para disuadir a un grupo de vándalos revienta cristales, a un yonki en busca de un viaje solitario, o a un par de niños curiosos.

Indiana Jones y la casa maldita
© Xosema - Wikimedia Commons

Un día, camino del colegio junto a mi amigo Miguel Ángel, íbamos con tiempo de sobra y decidimos dar un pequeño rodeo para acercarnos a la casa abandonada a investigar un poco. Sabíamos por otras incursiones recientes que la puerta principal estaba rota, le faltaba toda la mitad superior, así que podíamos echar un vistazo al interior. Desde la entrada se veía parte de alguna habitación y unas escaleras que subían al primer piso, todo en un estado deplorable, lleno de suciedad y escombros.

No sé cómo, supongo que a causa de un "a que no te atreves..", terminé encaramado sobre los restos de la puerta, y mi amigo sólo tuvo que propinarme un pequeño empujón para que acabara dando con mis huesos en el interior. Al instante la adrenalina puso todo mi cuerpo en tensión, ¡ni siquiera sabíamos si había alguien más en la casa! No creo que Miguel Ángel lo tuviera planeado de antemano, pero en respuesta a mis protestas decidió que no me iba a dejar salir hasta que no subiera todo el tramo de escaleras y me asomara a la primera planta. Yo estaba muerto de miedo, pero el tiempo corría inexorablemente y aún teníamos que recorrer un buen trecho antes de llegar al colegio, así que armándome de valor comencé a subir lentamente un peldaño tras otro. Cuanto más arriba me encontraba más agarrotado me sentía, pero finalmente alcancé el último escalón y asomé la cabeza al interior de una gran habitación igual de destartalada que las del piso inferior, y afortunadamente también deshabitada. Con el reto ya cumplido el descenso fue vertiginoso, creo que batí algún récord mundial, y en un abrir y cerrar de ojos estaba otra vez en el exterior, completamente relajado, camino del colegio mientras comentábamos los detalles de la gran aventura vivida.

Sólo había un pequeño detalle que se nos había escapado por completo, desde el balcón de mi casa se tenía visión directa de la fachada principal del caserón abandonado, y mi madre había estado observándonos sin que nos percatáramos en absoluto de ello. Me enteré unas horas más tarde, cuando regresé a casa después del colegio.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Ábrete, sésamo

En algunos metros las puertas de los vagones se abren automáticamente al parar en una estación, pero en otros no, y no he sido capaz de discernir la causa en esa discrepancia de comportamiento. No parece ser debido al modelo de metro, la línea o la estación en cuestión, así que supongo que el motivo es algún tipo de configuración o decisión por parte del conductor de turno.

Pero se abra automáticamente o no, cada puerta de los trenes más modernos dispone de un pulsador redondo rodeado de varias luces led, que permanecen apagadas durante todo el trayecto del metro y se iluminan al poco de haberse detenido en el andén. Sólo entonces el interruptor está activo y preparado para recibir la orden de apertura del usuario, que se ejecuta siempre con un pequeño retardo. Sin embargo, parece que la gente no se lo aprende y es muy frecuente ver a los más ansiosos pulsándolo repetidas veces antes del momento adecuado, o incluso después de estar activo, desesperándose porque no obtienen la respuesta deseada al instante.

Ábrete, sésamo
© Nemo - Pixabay

Pero parece que la impaciencia es inherente al ser humano, porque lo mismo sucede con el botón de apertura de las puertas de AVE, de aspecto similar pero con un retardo mucho mayor. Calma, con un sólo toque es suficiente, lo tengo más que comprobado.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Las armas las carga el diablo

Muy de vez en cuando aparece en el periódico la crónica de algún desafortunado accidente en el que un niño ha matado a otro con un arma de fuego. Hace muchos años, yo pude haber sido la víctima de un suceso similar.

Las armas las carga el diablo
© jprohaszka - Pixabay

Como tantas otras veces habíamos ido de visita a Villafranca de Ebro, a casa de mis tíos Pepe y Vitoria. Nos gustaba mucho ir a verles, porque mi tío trabajaba en una fábrica de golosinas y siempre tenía ingentes cantidades de caramelos y gominolas defectuosos para obsequiarnos. Estábamos explorando el granero mientras los mayores se ocupaban de sus cosas, cuando de repente mi hermano Rubén se giró hacia mí con una escopeta de cartuchos entre las manos y, antes de que me diera tiempo a reaccionar, me apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. Supongo que debió de ser muy divertido para él, pero yo me quedé helado. Por fortuna para todos, aunque normalmente las armas las carga el diablo, en esta ocasión se le había olvidado y el susto no llegó a los noticiarios.

viernes, 5 de diciembre de 2014

El futuro ya está aquí

Mi primer contacto con la informática no fue mediante un ordenador personal, de hecho en aquella época apenas se había inventado ese concepto, sino a través de la videoconsola que le regalaron a un vecino por Navidad. Por supuesto se trataba de una Atari, aunque sería incapaz de recordar qué modelo en concreto.

El futuro ya está aquí
© Evan-Amos - Wikimedia Commons

En seguida nos quedamos embelesados con aquellos juegos simplones, pixelados, faltos de colorido o de cualquier otro atractivo visual, y amenizados con esperpénticos sonidos electrónicos, como el célebre Pong. Y en seguida aprendimos el comportamiento típico de la manada en este tipo de situaciones, uno juega y los demás miran esperando pacientemente su turno. Lo que era innegable es que el futuro que nos mostraban películas como "Tron" o "Juegos de Guerra" ya estaba entre nosotros.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El bebé más guapo del mundo

Cuenta la leyenda que hace muchos años nació un principito, el segundo en la línea de sucesión al trono, que trajo dicha y felicidad a todos los rincones del reino. Cuando su padre, el rey, lo contempló por primera vez, exclamó maravillado: "¡qué feo, es todo nariz y orejas!". Y la magia del cuento desapareció. Pero al final creo que no he salido tan mal, ¿no?

El bebé más guapo del mundo
© dsoto-studio - DeviantArt

viernes, 28 de noviembre de 2014

¡Ah, del castillo!

No sé cuántas veces fuimos de excursión al castillo de Loarre cuando éramos pequeños, supongo que no más de 2 ó 3, pero en mi recuerdo podrían haber sido muchas más. Y en cada una de ellas hacíamos el trayecto en autobús junto a las monjas del trabajo de mi madre, que para amenizar el viaje siempre traían varias docenas de las rosquillas caseras más ricas que he comido en mi vida.

¡Ah, del castillo!
Castillo de Loarre - Dominio Público

Conforme nos íbamos acercando a la fortaleza, situada en lo alto de una colina, su imponente silueta recortada contra el cielo espoleaba nuestra imaginación, y comenzábamos a soñar despiertos con reyes y princesas, caballeros de brillante armadura, torneos y justas a caballo, pasadizos secretos e intrigas palaciegas.

Una vez dentro del recinto, tras la seguridad de los muros, teníamos libertad para movernos por donde quisiéramos, y recorríamos todas las estancias y pasillos hasta aprendernos de memoria cada rincón. Así fue como descubrimos que entrando en una pequeña habitación oscura, casi una mazmorra, medio oculta bajo unas escaleras, podías acceder a un angosto pasadizo aún más oscuro que desembocaba en unas estrechas y desgastadas escaleras que ascendían hasta una trampilla que se abría en mitad del suelo del salón del trono. Si unos simples chicos habíamos sido capaces de dar con ese pasadizo secreto, sólo podíamos preguntarnos, ¿qué otros secretos aguardaban ser descubiertos entre esas viejas paredes?

lunes, 24 de noviembre de 2014

Jugando con fuego

Qué irresistible y primitiva atracción ejerce sobre nosotros el fuego..

Aquel día mis padres se habían dejado una caja de cerillas sobre la mesita de mármol del salón. No había nadie cerca y la tentación era enorme, demasiado fuerte como para resistirme a ella. Saqué un fósforo, con dedos nerviosos lo froté un par de veces contra la banda rugosa del lateral de la cajetilla hasta que prendió, y me quedé contemplando embelesado el bamboleo de la llama y sus cálidos colores anaranjados. La madera se consumió con rapidez y, antes de que me diera cuenta, el calor se hizo tan insoportable que tuve que soltar mi presa so pena de llevarme un quemazo de recuerdo. Pero la mala suerte hizo que la cerilla, todavía encendida, cayese sobre la alfombra del salón, que empezó a arder inmediatamente.

Jugando con fuego
© roegger - Pixabay

Y para mayor desgracia, justo en ese momento aparecieron mis padres, quizás atraídos por mis gritos de sorpresa y angustia, y me encontraron intentando apagar la pequeña fogata desesperadamente. Creo que fueron ellos quienes finalmente la sofocaron de un pisotón, pero lo más curioso es que no recuerdo haberme llevado una gran bronca o un castigo ejemplar por mi imprudencia. Si en aquel momento hubiera aprendido la lección quizás no habría vuelto a jugar con fuego en otras ocasiones futuras.

Qué irresistible y primitiva atracción ejerce sobre nosotros el fuego..

viernes, 21 de noviembre de 2014

A mis abuelos

Todos mis abuelos eran entrañables y nos hicieron pasar grandes momentos cuando éramos pequeños.

A mis abuelos
© Aloneibar - Wikimedia Commons

A mi abuela materna, Daniela, la recuerdo vagamente porque coincidimos pocos años en este mundo. A mi abuela paterna, María Pilar, la admiré y amé hasta que le dijimos el último adiós hace muy poco, lóngeva a pesar de sus excesos con el tabaco, y siempre lúcida hasta el final.

Mi abuelo materno, Pedro "el cosquilloso", nos hacía reír a carcajada limpia, clavándonos sus huesudos dedos en nuestras sensibles costillas hasta que nos quedábamos sin aliento y casi perdíamos el sentido. Luego le pudo la demencia y nos puso en alguna que otra situación incómoda, como aquella vez que trajo un pájaro desplumado a casa porque mi hermana pequeña tenía que ver de todo.

Mi abuelo paterno, Pepe "el cuentacuentos", nos deleitaba siempre con las mismas historias, una y otra vez, y aunque nos las conocíamos de memoria las disfrutábamos igualmente hasta el final en cada ocasión. Fue él quien me inició en los secretos del lenguaje musical, y guardo como una reliquia el pequeño violín 3/4 que utilizó cuando era niño, aunque más tarde se especializó y se dedicó en cuerpo y alma al piano. También es la primera persona a la que vi comer las migas acompañadas con pan.

Allá donde quiera que estéis, siempre os querremos y os echaremos de menos.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Vueltas de campana

Íbamos por la carretera camino de un terreno que mis padres habían adquirido entre Mozota y Muel, a unos 25 kilómetros de Zaragoza. Era mi distancia límite en coche, si la parcela hubiera estado sólo un poco más allá el mareo me habría hecho vomitar sin remedio en cada viaje. Así me mareaba igualmente, pero sólo devolvía una de cada tres veces aproximadamente.

Vueltas de campana
© montse - Flickr

Aquel día, en un momento determinado, quizás alertado por algo que había visto mi padre por el espejo retrovisor, me giré y miré a través de la luna trasera justo a tiempo para ver cómo un coche que marchaba detrás nuestro se salía de la carretera en una curva dando varias vueltas de campana. La imagen fue realmente impactante y quedó guardada en mi retina para siempre, seguramente magnificada con el tiempo por el mero hecho de que nunca supe ni la causa del accidente, ni si había habido heridos o incluso muertos.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Pájaros de barro

Un año nos apuntamos con mis primas a clases extraescolares para aprender los secretos del modelado de la arcilla. Teníamos que ir todos los sábados por la mañana a una oscura sala del colegio, donde dábamos rienda suelta a nuestra vena más artística.. y sucia, manchándonos de barro pastoso hasta las orejas. Después de amasar y dar forma a nuestras vasijas o figuras el profesor las horneaba para que adquirieran la consistencia final, y si tenías ganas podías decorarlas pintándolas con vivos colores y exhibirlas en un lugar privilegiado en el salón de la casa de tus padres. Sinceramente creo que mis creaciones nunca merecieron tal honor, ni siquiera la energía necesaria para calentar el horno. Aunque ducho en otras artes como el dibujo o la música, claramente la escultura no era lo mío.

Pájaros de barro
© Locutus_Borg - Wikimedia Commons

Un sábado llegamos al colegio y nos encontramos con que estaba cerrado, nadie nos había avisado de que ese día se habían suspendido las clases. Yo estaba dispuesto a regresar a casa, pero mi prima Ana nos convenció de que podíamos aprovechar y quedarnos por ahí jugando durante el tiempo supuestamente dedicado a nuestra actividad extraescolar, y así lo hicimos. Cuando regresamos a casa mi madre nos preguntó cómo había ido la clase, nosotros dijimos que muy bien, y nunca se supo de nuestra pequeña e involuntaria pirola.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Violencia de género

Una de las imágenes que más me impactaron durante mi niñez se enmarcaría hoy en día en lo que se conoce como violencia de género.

Violencia de género
© bea2.0 - Flickr

Volvíamos del colegio andando por la Avenida de la Jota cuando vimos a una pareja discutiendo en una esquina. Junto a ellos, sus hijos asistían atónitos al dantesco espectáculo que estaban ofreciendo al mundo entero. La mujer llevaba la voz cantante, gesticulaba mucho y daba grandes voces acusando a su marido de vago, borracho y mal padre, además de conminarle a que no se acercara más a sus chicos. Lo tenía completamente apabullado, a pesar de que él era de mayor envergadura.

Mientras nos alejábamos paso a paso del lugar, con mal cuerpo pero sin poder apartar la mirada de la desagradable e hipnótica escena, llegó el colofón final a la discusión. La señora empezó a propinarle a su interlocutor una larga serie de bofetadas, el hombre se cubrió la cabeza con los brazos, aguantando como podía el chaparrón, y nosotros apartamos finalmente la mirada y nos alejamos de allí lo más rápido posible intentando olvidar lo que habíamos presenciado.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El corredor de la muerte

Es de noche y todas las luces de la casa están apagadas. Yo me encuentro en el amplio recibidor de casa, encarado hacia el largo pasillo que conecta con el resto de las estancias del hogar. Noto la presencia de algún ente sobrenatural que me acecha por detrás desde la más absoluta oscuridad. Quiero atravesar rápidamente el corredor para alcanzar la seguridad de los brazos paternos. Sé que mis padres están al fondo, en el salón, totalmente ajenos al peligro en el que me encuentro. Estoy solo e indefenso, mi única escapatoria posible es echar a correr con la esperanza de ser más rápido que mi predador. Pero mis piernas no responden, se mueven con exasperante lentitud y no consigo avanzar.

El corredor de la muerte
© Akoxta - Wikimedia Commons

Mi tensión y angustia aumentan exponencialmente conforme la oscura presencia acorta la distancia que la separa de su presa, de mí. Las piernas me pesan demasiado, aún estoy a la altura de la cocina, justo al principio del pasillo, pero no me rindo, me va la vida en ello. Noto su fétido aliento cada vez más cerca, se me erizan los pelos de la nuca y un escalofrío recorre toda mi espalda. No sé qué aspecto tiene pero imagino unas grandes fauces repletas de colmillos, garras afiladas, músculos de acero y mucho pelo, un hombre lobo sin duda, la criatura más horripilante, mortífera y cruel a la que te puedas enfrentar. Ni en sueños querrías plantarle cara. Pero no me queda más remedio, está sobre mí, me alcanza y.. afortunadamente siempre me despertaba antes de que me hiciera ningún daño.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia

Como otras veces que el Real Madrid juega un partido de Champions en casa, el metro se había llenado de aficionados de ambos equipos, aunque realmente pareciera que sólo había hinchas del equipo visitante, el Liverpool. Eran al menos medio centenar de grandes hombretones ingleses, medio borrachos, cantando a voz en grito melodías populares, himnos deportivos y consignas contra los equipos españoles. No eran ningunos críos, la media de edad rondaría los 30 años. Acompañando su ruidoso despliegue de patriotismo aporreaban sin pudor con brazos y piernas todo lo que se les ponía por delante, ya fueran las paredes, techos, suelo o las propias puertas del vagón. Yo estaba apoyado en una de ellas, que no dejaba de temblar con las endiabladas embestidas. Un señor mayor les llamó la atención un par de veces, pero sólo paraban unos segundos, lo suficiente para mofarse de él y volver de nuevo a las andadas. Yo no dije nada, por cobardía e instinto de autoprotección, allí en medio, rodeado de todos aquellos energúmenos, podían haberme dado una paliza sin que el resto de la gente decente se enterase o pudiera hacer nada por evitarlo.

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia
© leoniewise - Flickr

Cuando se abrieron las puertas en la parada del estadio Santiago Bernabéu comenzaron a salir en tropel, mientras el resto de viajeros respirábamos aliviados. De repente sentí que perdía el apoyo de mi espalda, como si cayera al vacío, y di un respingo imaginando que de alguna manera se había abierto también mi puerta e iba a precipitarme a la vía. Y en cierta forma era verdad, pues la puerta a mis espaldas se había abierto unos centímetros. Pensé que el bestia que le estaba dando patadas unos momentos antes se había propasado más de la cuenta, pero entonces me di cuenta de que la palanca de desbloqueo de seguridad estaba activada y un estridente pitido de alarma invadía nuestros oídos de manera intermitente. Busqué con la mirada al aficionado inglés, presunto culpable, y lo descubrí justo cuando salía por la puerta de enfrente, agarrando su palanca de desbloqueo correspondiente y activándola también. No había ninguna duda sobre lo que había pasado, y ahora eran dos los pitidos acompasados que nos destrozaban los tímpanos. El convoy no pudo volver a arrancar hasta que vino el maquinista para cerrar manualmente ambas puertas, mientras mascullaba oscenidades en contra los hinchas, una clara alusión a la primera acepción del término en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Lost

Aquel día habíamos salido a dar una vuelta en familia por el barrio. Apenas nos habíamos alejado unos pocos metros del portal de casa cuando me despisté un momento, quizás contemplando el escaparate de una tienda cercana, y al volver a mirar a mi alrededor ni mis padres ni mis hermanos estaban a la vista. De repente me encontraba completamente solo, perdido en nuestra calle justo al lado de casa, y me eché a llorar desconsoladamente como si me hubiera extraviado en algún lugar hostil y desconocido.

Lost
© maartmeester - Flickr

Mi reacción no fue por miedo o desesperación, pues era plenamente consciente de que no tenía motivos reales para preocuparme, sino más bien porque no sabía cuánto tiempo iba a tener que esperar a que volvieran a por mi, ni la magnitud de la bronca que me iba a llevar. Pero la espera no duró mucho y a los pocos segundos apareció mi madre, que me había estado vigilando desde una esquina cercana para ver cómo reaccionaba a mi despiste. Creo que no pasé el test.

viernes, 31 de octubre de 2014

Cantando bajo la lluvia

Hubo un tiempo, cuando el barrio donde pasé mi primera infancia aún podía considerarse joven y cuasirural, en el que su arteria principal permanecía todavía sin asfaltar. Cada día recorríamos a pie la Avenida de la Jota para ir de casa al colegio y viceversa, lo cual no era en sí ningún problema, pero los días lluviosos de otoño la convertían en un barrizal y en toda una aventura para nosotros. Con extrema dificultad nos enfundábamos las ajustadas botas de agua y, confiados en la seguridad adicional que nos proporcionaban, disfrutábamos todo el camino corriendo, girando, bailando y saltando de charco en charco. Sólo nos faltaba cantar bajo la lluvia como Gene Kelly.

Cantando bajo la lluvia
© gonzalez-alba - Flikr

Inevitablemente acabábamos siempre con los pies igual de empapados que si no lleváramos ninguna protección. Puede ser que hubiera pequeñas filtraciones en el material plástico del calzado, o simplemente que, con tanto brinco y salpicadura, el agua terminaba colándose igualmente por su abertura superior. Pero aunque el resultado final fuera el mismo con botas que sin ellas, sólo teníamos permiso para practicar el ritual del chapoteo cuando las llevábamos puestas.

martes, 28 de octubre de 2014

Uno más en la familia

Mi hermano pequeño nació el 28 de octubre de 1982, el mismo día en que el PSOE ganó las elecciones generales y Felipe González se convirtió en el tercer presidente del Gobierno de España desde nuestro regreso a la democracia. Un par de noches antes mis padres estaban viendo un mitin suyo en la tele, entré al salón para darles un beso e irme a la cama, pero me quedé unos minutos de más escuchando el discurso totalmente embelesado. Fue una premonición, no tuve ninguna duda de que ese hombre iba a ganar.

Uno más en la familia
© jill111 - Pixabay

Supongo que influenciados por la proximidad de los comicios hicimos un sorteo en casa para decidir el nombre del nonato. Cada uno escribió en un papel un nombre de chico y en otro uno de chica, ya que entonces aún no estaba extendido el uso de las ecografías para conocer el estado y el sexo del bebé, y una mano inocente eligió uno de cada. Creo que yo puse Carlos y Rosana. No recuerdo qué nombre de niña resultó agraciado, pero el de niño fue Jesús, el que había elegido mi hermano Rubén.

El día de las elecciones generales mi madre se puso de parto y mi padre la llevó al hospital. El resto nos quedamos en casa con mi tía Jovita y, después de una tensa espera, el teléfono del pasillo sonó por fin a las tres en punto de la tarde para darnos la buena nueva. El bebé era niño, rubio y de ojos azules, como había vaticinado mi prima Almudena. Jesús, el cuarto hermano varón, mi hermana se resistiría a llegar durante unos cuantos años más.

Y si ya entonces en el barrio se oían voces murmurando que algunas mujeres parían como conejos, en clara alusión a nuestra familia numerosa y a alguna más como la de mi amigo José Javier, que tuvo una hermana pequeña más o menos por la misma época, me hubiera gustado saber qué pensaban cuando al fin llegó mi hermana. Pero esa es otra historia, y para entonces ya vivíamos en otro barrio.

viernes, 24 de octubre de 2014

Más rápido que el rayo

Siempre me ha gustado correr y saltar. De pequeño, solía pasar la mayor parte del recreo corriendo por el patio del Colegio La Jota junto a mi amigo Miguel Ángel, zigzagueando de un lado para otro y cruzándonos una y otra vez como si dibujáramos figuras geométricas con la estela imaginaria que dejábamos a nuestro paso, o simplemente echando carreras para ver quién era más rápido.

Más rápido que el rayo
© J. Brichto - Wikipedia

Yo me creía muy veloz, más rápido que el rayo, pero pronto me di cuenta de que no era así. Fue un día que, como tantas otras veces, habíamos ido en familia a disfrutar de una jornada al aire libre en los Pinares de Venecia. Mi padre estaba jugando a encorrerme y yo estaba seguro de que, a pesar de la diferencia de tamaño y edad, no sería capaz de alcanzarme. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que, tan solo con unas pocas zancadas, me atrapaba una y otra vez sin apenas esforzarse. La diferencia era tan abismal que me dejó impactado.

Lo cierto es que nunca he sido un gran velocista, mi especialidad eran distancias más largas, no en vano durante mi época de atleta obtuve mis mejores resultados en las pruebas de 800 y 1.500 metros lisos. Pero quizás tenía que haberme dado cuenta antes, tal vez cuando en el patio de recreo Miguel Ángel me ganaba todos los sprints que disputábamos juntos.

lunes, 20 de octubre de 2014

Comida basura

Como mínimo una vez al año intentábamos juntarnos con mis primas para degustar en familia una enorme y deliciosa hamburguesa. No es que necesitáramos ninguna excusa, pero nuestros padres tenían una perfecta, celebrar varios de nuestros cumpleaños de golpe y porrazo, y encima sin tener que manchar nada en casa.

Comida basura
© skeeze - Pixabay

No íbamos a ningún local de comida rápida, que en aquel entonces todavía no estaban de moda, sino que reservábamos mesa en el Burger Paco de la calle Alfonso, al lado de la Plaza del Pilar, un sitio de los de antes, todo un clásico. Allí nos deleitábamos con una hamburguesa fabricada a mano con mucho mimo, y personalizada al gusto de cada uno. Yo siempre me pedía la completa, con todos los ingredientes, y creo que no he probado nada ni remotamente parecido en ningún otro establecimiento en toda mi vida.

Algunos años después inauguraron el primer MacDonald's de Zaragoza, un local de dos plantas en plena Plaza de España. Un día mis padres nos llevaron allí para que probáramos sus famosas hamburguesas, y la decepción que nos llevamos fue monumental. Una vez que nos sirvieron el pedido, nos acomodamos en una mesa de la planta superior. Nuestra expectación era total, allí reunidos en torno a las cajitas de cartón que mantenían a raya e intactas todas nuestras ilusiones, pero al echar un vistazo al contenido se nos cayó el alma a los pies y no sabíamos si reír o llorar.

La famosa hamburguesa consistía en un mini bocadillo diminuto, la cuarta parte de aquello a lo que estábamos acostumbrados, y al margen de una raquítica loncha de queso no recuerdo que tuviera más ingredientes. Desde luego no se parecía en nada a los carteles publicitarios. La engullí de un par de bocados y me quedé con hambre, aunque al menos tengo que admitir que estaba bastante buena. No obstante, totalmente indignado, prometí no volver a comer nunca más en un MacDonald's y, salvo en un par de honrosas excepciones, lo he cumplido a rajatabla.

viernes, 17 de octubre de 2014

De pobres no salimos

Un día mis padres me habían mandado a hacer algún recado a una tienda del barrio cuando, horrorizado, me percaté de que por el camino había perdido el billete de 100 pesetas que me habían confiado para pagar. Quizás ahora parezca poco dinero, al fin y al cabo equivalen a sólo.. ¡60 céntimos de euro!, pero en aquella época daban para mucho, aunque eso si, 100 pesetas más en el bolsillo no te sacaban de pobre.

De pobres no salimos
Billete de 100 peseta

Como es natural mi madre se enfadó muchísimo por el descuido y me tuvo rastreando toda la zona junto a mis hermanos durante un buen rato para ver si lo encontrábamos, aunque obviamente el billete nunca apareció. Así que, como castigo para que la próxima vez tuviera más cuidado, y para que comprendiera el valor del dinero y el esfuerzo que cuesta ganarlo, me quedé sin chucherías después de la misa de niños de los domingos durante una buena temporada.

Seguramente aprendí la lección, porque con el tiempo me convertí en el más ahorrador de mis hermanos, e incluso en más de una ocasión me pidieron dinero prestado para afrontar sus gastos o darse algún capricho adicional cuando ya se habían gastado su asignación semanal.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Ebola in town

Hace unos días saltaba la noticia menos deseada del momento, una enfermera del hospital Carlos III de Alcorcón, Teresa Romero, se había contagiado de ébola mientras cuidaba de un religioso español que el Gobierno había repatriado desde África y que, a pesar de todo el despliegue y los medios occidentales, murió finalmente a causa del letal virus. El primer caso de un contagio fuera del continente africano en todo el mundo, ¡bien por España! La alarma social provocada por el desconocimiento y las noticias sesgadas o partidistas no tardó mucho en propagarse más rápidamente que el propio ebolavirus.

Ebola in town
© cdcglobal - Flickr

Y al día siguiente vi lo que nunca había visto hasta ese momento ni en el metro ni en ningún otro sitio, una mujer protegiendo sus vías respiratorias con una mascarilla médica se subía al vagón el que viajaba yo. Sé que es algo típico en Japón, cuando una persona está acatarrada o con gripe suele ponerse una mascarilla para minimizar al máximo el riesgo de contagiar al resto de conciudadanos que transitan por la calle. Tienen un nivel de concienciación social y ciudadana infinitamente más elevado que el nuestro. Pero esta señora no era japonesa, y yo no había visto nunca nada ni remotamente parecido en España. Puede ser casualidad, pero toparme con esa inusual estampa justo al día siguiente de la terrible noticia desde luego daba que pensar, debía de tratarse de una persona extraordinariamente paranoica o hipocondríaca. Aunque en descargo del resto de la sociedad debo señalar que también es cierto que fue el único caso con el que me encontré durante toda la crisis del ébola.

Banda sonora: Ebola in town de D-12, Shadow y Kuzzy of 2 Kings, arrasando en las listas de éxitos de Liberia (descubrí la canción a través de un documental sobre el Ébola que nos puso la profesora en clase de inglés).


Actualización: Afortunadamente Teresa Romero consiguió salvar su vida y superar la enfermedad, ¡enhorabuena, nos alegramos todos por tí!

domingo, 12 de octubre de 2014

Baturro de los pies a la cabeza

El 12 de octubre es el aniversario del histórico descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, y no es precisamente coincidencia que en esa fecha se celebre la Fiesta Nacional de España, también conocida como Día de la Hispanidad. Pero para los maños todas esas denominaciones y efemérides quedan relegadas a un segundo plano, porque el 12 de octubre no es ni más ni menos que el día de la Virgen del Pilar, patrona de la ciudad de Zaragoza.

Baturro de los pies a la cabeza
© Comisión de fiestas de Jaraba - Flickr

Hace muchos años, cada 12 de octubre me vestía el traje de baturro que, al margen de ese día, únicamente desempolvaba para bailar durante el festival de final de curso de mis clases de Jota. Los primeros años la idea surgía de mi madre, me ayudaba a vestirme y después me mandaba a casa de mis tíos, cuatro pisos más abajo, para que vieran lo guapo que estaba. Mi tía Jovita solía darme una pequeña propina, por lo que subía a casa muy contento. Los últimos años era yo el que insistía en enfundarme el mismo traje regional, varias tallas más pequeño que lo ideal, y bajaba a ver a mi tía esperando recibir una vez más una pequeña recompensa económica.

viernes, 10 de octubre de 2014

Presumiendo de mamá

Cuando empecé a ir al colegio me encantaba que mi madre viniese a buscarme a la hora de la salida. Rápidamente me acercaba a ella y, sin ningún atisbo de vergüenza, le plantaba un enorme beso en la cara mientras le daba un fuerte abrazo delante de todos mis compañeros. Después, cogidos de la mano, nos íbamos juntos hacia casa con una sonrisa de oreja a oreja, mientras yo, henchido de orgullo, rememoraba las palabras que me había dicho una chica de mi clase durante los primeros días del curso: "¡qué mamá tan joven tienes!".

Presumiendo de mamá
© DGlodowska - Pixabay

lunes, 6 de octubre de 2014

Ojos que no ven, corazón que no siente

Estábamos en una calle poco transitada situada en un lateral de la iglesia-guardería del barrio. Mi padre me ayudaba a mantener el equilibrio sujetando con fuerza la vieja BH, de la que previamente había retirado los dos ruedines que venía utilizando hasta entonces. La bicicleta había pertenecido a mi hermano mayor, pero acabé heredándola yo cuando se le quedó pequeña y le compraron una versión más grande del mismo modelo.

Ojos que no ven, corazón que no siente
© Antranias - Pixabay

Comencé a pedalear, bamboleándome, inestable, ganando velocidad y la vertical poco a poco mientras mi padre seguía mi estela sin soltarme. Habría recorrido unos 50 metros cuando sentí que la euforia me inundaba, ¡lo había conseguido! Volví ligeramente la cabeza para cruzar una mirada de complicidad con mi padre y compartir con él ese momento tan especial, y entonces lo vi de pie allí a lo lejos, a unos 40 metros de mi, casi en el mismo punto donde habíamos empezado juntos aquella trepidante aventura. Había dado mi primer paseo en bici de dos ruedas sin ninguna ayuda más allá de la red de seguridad que me proporcionaba el convencimiento de que mi padre se encontraba a mi lado.

La euforia dejó paso a la indignación, me sentía traicionado, así que no tardé en perder la concentración, y con ella el equilibrio, y me fui al suelo de bruces. Pero la verdad es que ya había comenzado a interiorizar la mecánica de montar en bici y la siguiente vez fue mucho más fácil.

viernes, 3 de octubre de 2014

10 años pasan volando

Hoy es mi cumpleaños.. ¡40 primaveras ya! Para celebrarlo, a partir de ahora voy a publicar dos entradas semanales en el blog, porque me gustaría terminar de escribir estos recuerdos de mi infancia antes de empezar a hacerme realmente mayor. La idea es acabar antes de finales del año que viene, ya que para la Navidad de 2015 tengo pensada una pequeña sorpresa que ya desvelaré a su debido tiempo.

10 años pasan volando
© Hans - Pixabay

Es curioso como, personas que han pasado por tu vida de refilón, casi de puntillas, sobre las que no recuerdas demasiados aspectos concretos, han podido influenciarte o dejarte huella de alguna manera, por ejemplo con una frase grabada a fuego en tu mente que te acompaña el resto de tu vida. A mi me sucede con un profesor que tuve en 4º de E.G.B. No recuerdo su nombre, ni su cara, ni nada concreto de lo que nos enseñó durante todo un año. Pero si recuerdo que un día, ya hacia finales de curso, nos dijo: "ahora tenéis 10 años, ¿a que se os han pasado volando?, pues antes de que os déis cuenta habrán pasado otros 10 y tendréis ya 20 años".

La verdad es que recuerdo sus palabras a menudo, el tiempo pasa muy rápido, y sobre todo las tengo bien presentes cada vez que dejo atrás otra década. Es como una especie de maldición, me acordé de él cuando cumplí los 20, cuando llegué a los 30, y también ahora que he alcanzado los 40. Si, se me ha pasado el tiempo volando, así que me pregunto: "¿antes de que me de cuenta habrán pasado otros 40 y tendré ya 80 años?". No me importa cumplir años, pero esperemos que no, que los 80 tarden un poco más en llegar, pero eso si, que lleguen, y que sea con salud, cualquier otra alternativa sería sin duda peor.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Agravio comparativo

El día de mi Primera Comunión todo era alegría y diversión, un día de goce para disfrutar con los amigos y la familia y, por supuesto, con los múltiples regalos recibidos. Pero yo no alcanzaba a comprender realmente el porqué de tanta sonrisa, esperaba que al menos mi madre y mi tía Jovita hubiesen llorado desconsoladamente en algún momento, tal y como recordaba que habían hecho tres años antes durante la Primera Comunión de mi hermano mayor. ¿Por qué no hacían lo mismo en la mía? ¿Qué había hecho yo para merecer tal agravio comparativo?

Agravio comparativo
© Baruska - Pixabay

Descubrí el motivo muchos años después, y me sentí un poco mal por haber envidiado a mi hermano Daniel, pues resultó que la verdadera razón de aquellas lágrimas durante su Primera Comunión era que hacía muy poco tiempo que había fallecido mi abuela materna, para más inri llamada precisamente Daniela.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Después de la tormenta llega la calma

Después de los últimos retales de mi infancia, repletos de tantos golpes, heridas y magulladuras, la siguiente historia tenía que ser por fuerza un remanso de paz y tranquilidad, el merecido descanso del guerrero. En realidad son dos historias en una, dos situaciones que tenían en común diversos sonidos envolventes alrededor de mi cabeza, como ruido blanco que anestesiaba mi cerebro, y que recuerdo con especial cariño y añoranza porque me producían tal relax que, habitualmente, terminaba por quedarme profundamente dormido.

Después de la tormenta llega la calma
© maong - Flickr

La primera situación se producía cuando, durante mi baño semanal, me recostaba en la bañera cubierto por un caldo caliente y dejaba correr el agua de la ducha sobre mi pelo, formando una película de líquido y ruido que abrazaba mi cabeza taponando mis oídos y aislándome del mundo exterior.

La segunda situación se daba en la peluquería del barrio cuando, después de lavar y cortar mi aún por entonces liso pelo y modelar mis largas patillas, el peluquero se preparaba para rematar la faena con el secador de mano, formando una película de aire y ruido que abrazaba mi cabeza taponando mis oídos y aislándome del mundo exterior. El efecto en ambos casos se acentuaba si cerrabas los ojos, entonces estabas perdido y ya podías encomendarte a los brazos de Morfeo.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Autos de choque

A pocos metros de nuestra casa había un descampado que, cuando no había ningún otro sitio libre en las calles adyacentes, era aprovechado por los vecinos para dejar estacionados sus vehículos. Nuestro 850 durmió allí más de una noche. Sin embargo, una vez al año, nos arrebataban ese espacio, pero al menos era por una buena causa, ya que lo destinaban a la instalación de distintas atracciones para el disfrute de los más pequeños durante las fiestas del barrio. Tiovivos, scalextric gigantes a tamaño real, paseos circulares en poni.., y mi preferida, los autos de choque (también conocidos como autos chocones en otras partes de España, ¡qué gracia me hizo la primera vez que los oí nombrar de esa manera!).

Autos de choque
© arrozconnori - Flickr

Un año iba de copiloto de alguien más mayor, no recuerdo si mi hermano o algún primo, esquivando a duras penas los malintencionados envites de chicos más grandes y brutos, hasta que finalmente nos alcanzaron, haciéndonos la pinza entre dos, uno desde un lateral y otro desde atrás. Yo no iba bien sujeto, el golpe lateral me desequilibró un poco, y el de detrás me cogió totalmente desprevenido, proyectando mi cuerpo hacia delante y haciendo que impactara de lleno con mi cabeza en la carrocería de nuestro vehículo. Terminé las fiestas del barrio con un buen chichón, autos de choque en su estado más puro.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Una de cal y otra de arena

Mi hermano mayor tenía un carácter muy voluble, era capaz tanto de lo mejor como de lo peor. Tan pronto te salvaba del gitanillo de turno que estaba molestándote en el parque, cogiéndolo por los brazos, zarandeándolo y volteándolo como un lanzador de martillo hasta que se cansaba, lo soltaba y salía despedido, volando un par de metros y aterrizando de panza sobre el césped.. como de pronto se le antojaba usarte de diana y en mitad de la calle te amenazaba con lanzarte una piedra, le dabas la espalda y te alejabas corriendo en zig-zag como alma que lleva el diablo, pensando esperanzado en lo difícil que era que te atinara, casi imposible, hasta que de repente notabas un fuerte golpe en la cabeza y te llevabas una cuquera de regalo a casa.

Una de cal y otra de arena
© hakitojin - DeviantArt

lunes, 1 de septiembre de 2014

Sentar la cabeza

En 3º de E.G.B. ya empezaba a hacer mis pinitos, literalmente. Recuerdo que un día a la hora del recreo estaba haciendo el pino junto a unos compañeros de clase cuando de repente perdí el equilibrio y me di de cabeza contra el suelo, podría decirse que senté la cabeza.

Sentar la cabeza
© Hellerhoff - Wikimedia Commons

No fue un golpe muy fuerte, pero me salió un buen chichón y, aunque en general me encontraba bien, tuve una pequeña conmoción y estaba algo mareado. Así que, por precaución, una de las maestras abandonó al resto de alumnos y me acompañó a casa. Era una chica joven y guapa que acababa de terminar la carrera de magisterio y estaba haciendo prácticas en mi clase, echando una mano a la profesora titular. Pero es que además el trato de favor que me dispensó tenía un truco adicional, ya que no era ni más ni menos que la novia de uno de mis primos mayores, que con el tiempo se convirtió en su mujer y le hizo sentar la cabeza, así que todo quedó en familia.

Aquel día mi madre tenía turno de noche y, para poder tenerme vigilado y quedarse más tranquila, me llevó con ella a su trabajo en la Maternidad Provincial de Zaragoza, que en aquel entonces tenía sus instalaciones en un antiguo edificio colindante con la plaza de toros. Mi madre era la encargada de cuidar de los niños más pequeños, así que en la zona que ocupaba no había camas de mi tamaño, pero me hizo un apaño juntando dos cunas y, al contrario de lo que pudiera parecer en un principio, pasé una noche estupenda y reparadora.

viernes, 29 de agosto de 2014

Frenadol

Siempre he pensado que el funcionamiento del metro podría ser perfectamente automático. No sería complicado dotarlo de sensores que detectaran el movimiento de la gente para controlar la apertura y cierre de las puertas. Tampoco sería complicado que estuviera en contacto permanente con el resto de convoyes de su línea y de toda la red a través del centro de control. De esa manera podría salir de las estaciones en el momento oportuno, optimizar su velocidad para evitar paradas innecesarias en los cruces de vías cuando se acercara otro tren con mayor prioridad, o frenar en el momento y lugar preciso al entrar en una estación.

Frenadol
© BMW Werk Leipzig - Wikimedia Commons

Así se evitaría lo que me pasó hace unos días, cuando el maquinista se despistó, no sé si iba demasiado rápido o empezó a frenar demasiado tarde, y se pasó de largo la estación unos veinte metros, quedando la puerta por la que me iba a bajar dentro del siguiente túnel. Algunos pasajeros se movieron hacia las puertas que quedaban dentro del andén, pero no se abrieron hasta que el conductor dió marcha atrás y reculó hasta situar todo el tren donde debía estar. Los sistemas automáticos también pueden fallar, pero siempre he pensado que son el futuro.

lunes, 25 de agosto de 2014

Flying man!

Quién no ha soñado alguna vez que era capaz de volar, elevándose y flotando a su antojo por encima del vulgar mundo terrenal, sintiendo por un instante la libertad más completa y absoluta que puede experimentar un ser humano. De pequeño tenía un sueño recurrente en el que, con un simple pensamiento, ascendía sin esfuerzo por encima de los edificios y los grandes chopos que salpicaban las aceras de mi barrio. Si por algún motivo perdía la concentración un solo momento la gravedad hacía su trabajo y caía a plomo, pero al instante recuperaba el control mental de mi cuerpo y volvía a elevarme sin problemas.

Flying man!
© sharekoube - Flickr

Algunas veces iniciaba el vuelo desde parado, y otras dando grandes zancadas hasta terminar en un largo salto horizontal que ya no acababa nunca. Dentro de esta última modalidad destacaban aquellas veces que bajaba corriendo por las escaleras de mi casa y, al llegar al último tramo, saltaba los 4 ó 5 escalones finales que desembocaban en el pequeño rellano que había justo antes de la puerta acristalada que daba a la calle. Si saltaba con el ángulo adecuado me quedaba flotando en el aire, como si nadara en una piscina, pero si fallaba caía al suelo sin mayores contratiempos desde una altura de apenas un metro.

Ese salto lo hice millones de veces en la vida real, quizá tratando de poner en práctica mi sueño, hasta que un día tropecé al aterrizar y resbalé hasta dar con mi cabeza contra la puerta de la calle, rompiendo el cristal en mil pedazos. No me hice daño, pero mi sueño de volar se hizo añicos para siempre.

lunes, 18 de agosto de 2014

Un clavo saca otro clavo

En ocasiones nos acercábamos a las lindes del barrio, y por ende de la ciudad, a merodear alrededor de unas grandes naves en ruinas pertenecientes a viejas fábricas abandonadas tiempo ha. Entre los escombros buscábamos reliquias de tiempos pasados: espejos rotos, chapas, baldosines de colores, o simplemente restos de maquinaria en general: tornillos, tuercas, bobinas, imanes..

Un clavo saca otro clavo
© Laborratte - Pixabay

Un día nos encontramos un pequeño tablón con un enorme clavo oxidado que lo atravesaba de lado a lado y dirigía su punta hacia el cielo amenazadoramente. Para aprovechar el juguete nuevo ideamos una inocente prueba de valor que consistía en pasar andando por encima del clavo, apoyando todo el peso del cuerpo sobre él. Llevábamos zapatos de suela gorda y dura, así que no parecía especialmente peligroso. Después de varias rondas disfrutando sin ningún percance de nuestro improvisado juego llegó mi turno de nuevo, apoyé el pie en el clavo y, por unos breves instantes, me alcé y me quedé en equilibrio sobre su punta. Entonces la suela de mi zapato cedió y me hundí. Afortunadamente arqueé instintivamente el pie todo lo que pude y sólo me hice un pequeño rasguño superficial. Mi hermano mayor me ayudó a quitarme el zapato y después arrojó el tablón lo más lejos que pudo, se había acabado el juego.

Pero no las emociones fuertes porque, mientras seguíamos con la mirada la trayectoria del trozo de madera, vimos que desde aquella dirección se acercaba hacia nosotros el matón del barrio, el Molina, con su pandilla. El enfrentamiento parecía inevitable. Pero entonces sucedió el milagro, el matón pasó justo por donde había aterrizado nuestro desechado juguete y, de repente, cayó al suelo aullando de dolor, y en nuestra imaginación supimos que había pisado el clavo y se lo había hundido hasta el hueso. Sus acólitos le ayudaron a incorporarse y, con una visible cojera, se alejaron de allí y de nosotros. Mi herida debía de ser ridícula en comparación con la suya pero, sólo por si acaso, ya que el clavo estaba oxidado, mis padres me llevaron al médico y me pusieron un recordatorio de la vacuna antitetánica. Que yo recuerde no fue la primera ni la última vez.

lunes, 11 de agosto de 2014

Lucha de bandas

Allá por 1º de E.G.B. surgieron en nuestro curso, de forma totalmente espontánea, un par de bandas rivales que durante un breve espacio de tiempo pugnaron por hacerse con el control del patio de recreo. Yo podía haberme quedado al margen, pero opté por alistarme a la que lideraba uno de mis compañeros de clase.

Lucha de bandas
Cosas de niños - Dominio Público

No es que hubiera grandes enfrentamientos entre ambos grupos, de hecho la mayor parte del tiempo simplemente nos evitábamos e ignorábamos, ya que el patio de recreo era lo suficientemente grande como para dar cabida a ambas bandas y a unas cuantas más. Sin embargo, la cosa cambiaba si por casualidad uno de los grupos se topaba con un rival aislado de su manada, como pude comprobar por mi mismo en una ocasión en la que caminaba solitario y despreocupado hacia mi fila para entrar a clase.

De repente me vi rodeado por 6 ó 7 de mis enemigos viscerales que sin mediar palabra me derribaron al suelo y comenzaron a propinarme patadas desde todas las direcciones. No sentí miedo, ni dolor, su objetivo era más asustar que hacer daño, aunque por precaución me protegí la cabeza con los brazos a la espera de que amainara la tormenta. No duró mucho, porque un adulto acudió enseguida al rescate. Pero no fue un profesor como hubiera cabido esperar, sino Antonio, vecino y padre de un amigo, que me quitó a los asaltantes de encima con suma facilidad, como si estuviera acostumbrado a ese trabajo, y así era, al fin y al cabo se ganaba la vida como policía antidisturbios.

Finalmente, cuando todo acabó, no sentí odio o ansias de venganza, eran las reglas del juego de bandas, y aunque no soy agresivo o violento por naturaleza, es probable que yo hubiera hecho lo mismo de haber estado en su lugar. Como diría Terry Pratchett: "la inteligencia de una turba viene dada por el coeficiente intelectual de su miembro más tonto dividida por el número de miembros". Precisamente hace poco leí un artículo que profundizaba en el por qué de este comportamiento tan irracional.