viernes, 24 de octubre de 2014

Más rápido que el rayo

Siempre me ha gustado correr y saltar. De pequeño, solía pasar la mayor parte del recreo corriendo por el patio del Colegio La Jota junto a mi amigo Miguel Ángel, zigzagueando de un lado para otro y cruzándonos una y otra vez como si dibujáramos figuras geométricas con la estela imaginaria que dejábamos a nuestro paso, o simplemente echando carreras para ver quién era más rápido.

Más rápido que el rayo
© J. Brichto - Wikipedia

Yo me creía muy veloz, más rápido que el rayo, pero pronto me di cuenta de que no era así. Fue un día que, como tantas otras veces, habíamos ido en familia a disfrutar de una jornada al aire libre en los Pinares de Venecia. Mi padre estaba jugando a encorrerme y yo estaba seguro de que, a pesar de la diferencia de tamaño y edad, no sería capaz de alcanzarme. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que, tan solo con unas pocas zancadas, me atrapaba una y otra vez sin apenas esforzarse. La diferencia era tan abismal que me dejó impactado.

Lo cierto es que nunca he sido un gran velocista, mi especialidad eran distancias más largas, no en vano durante mi época de atleta obtuve mis mejores resultados en las pruebas de 800 y 1.500 metros lisos. Pero quizás tenía que haberme dado cuenta antes, tal vez cuando en el patio de recreo Miguel Ángel me ganaba todos los sprints que disputábamos juntos.

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