viernes, 29 de enero de 2016

Moda de baño

En cuestión de moda de baño fui un adelantado a mi tiempo. Nunca me gustó llevar esos slips ajustados que lo marcaban todo sin dejar el más mínimo espacio para la imaginación, me hacían sentir profundamente incómodo. Hubiera preferido usar shorts, pero todavía no se habían puesto de moda, así que para paliar lo máximo posible el efecto paquete, solía comprimir y recoger mis atributos masculinos entre las piernas. Curiosamente, en una ocasión esa manía tuvo el efecto contrario al buscado, y en lugar de hacerme sentir confortable me provocó cierta incomodidad, aunque de una manera un tanto diferente.

Moda de baño
El último grito en moda de baño - Dominio Público

Un día en las piscinas del Parque Deportivo Ebro estaba jugando en unos columpios cuando unos chicos algo mayores que yo empezaron a burlarse de mí diciendo que era una niña, que la tenía tan pequeña que apenas se me notaba el bulto en el bañador. ¿Por qué habría de contrariarme si mi finalidad era precisamente esa? Más que el objeto de sus comentarios despectivos, lo que realmente me molestó fue que se metieran conmigo sin mediar provocación alguna por mi parte. Y es que siempre ha habido, hay y habrá provocadores y pendencieros dispuestos a amargarte un estupendo día de piscina.

lunes, 25 de enero de 2016

Duelo de sables

En aquella época temprana en la que comenzábamos a tomar plena consciencia de nuestros cuerpos y empezábamos a descubrir y experimentar con cada rincón de los mismos sin avergonzarnos por ello, recuerdo una noche que nos acabábamos de acostar, y antes de conciliar el sueño nos pusimos a dar brincos sobre las camas simulando un duelo de sables. Sin duda una consecuencia derivada de la serie animada del momento, "D'artacán y los tres mosqueperros", salvo que a falta de palos de madera empleábamos nuestros pequeños atributos masculinos sujetos con la mano a modo de espada.

Duelo de sables
© Leelavathy B.M. - Wikimedia Commons

No sé si ese mismo día, u otro parecido en el que también andábamos montando follón en lugar de dormir, mis padres irrumpieron de repente en la habitación, zapatilla en mano, para intentar disolver por la fuerza aquella manifestación de energía infantil ilimitada no autorizada. Un zapatillazo, aunque picaba, no imponía demasiado, pero si como en alguna ocasión, desesperados, terminaban quitándose el cinturón, ya era gallo de otro cantar y lo mejor era obedecer ipso facto, acatando sin rechistar la represión de los adultos.

viernes, 22 de enero de 2016

Comida para astronautas

¿Por qué la pasta dentífrica para niños tiene colores, aromas y sabores tan deliciosos? La mayoría de las que he probado se parecen más a una apetitosa golosina que a un producto de limpieza e higiene bucal. Además, el formato clásico de los envases recuerda mucho a los tubos de comida que usaban los primeros cosmonautas soviéticos, de modo que no es de extrañar que un chaval que soñaba con explorar el universo a bordo de una nave espacial (¿quién no lo ha hecho alguna vez?), se sintiera más cerca de su objetivo cuando ingería el pseudo-alimento espacial que tenía más a mano.

Comida para astronautas
© Aliazimi - Wikimedia Commons

Ojalá esta visión poética del asunto fuera verídica, pero la fría y cruda realidad es que mientras me estaba lavando los dientes no pensaba precisamente en los secretos del cosmos, sino en que la pasta tenía un sabor tan dulce e irresistible.. Menos mal que nunca me produjo dolor de estómago u otros problemas gastrointestinales. De hecho, estoy seguro de que, en previsión de ese comportamiento por parte de niños como yo, la pasta de dientes era comestible, aunque no creo que fuera muy nutritiva.

lunes, 18 de enero de 2016

Madre no hay más que una

Los primeros años de colegio solíamos dirigirnos a nuestra profesora con el apelativo de señorita: "señorita esto" o "señorita lo otro". Sin embargo, existía una autoridad femenina más importante, con la que compartíamos vínculos mucho más fuertes, y junto a la que habíamos pasado bastantes más horas que las transcurridas en el colegio. Por lo tanto, no es de extrañar que, aunque madre no hay más que una, a veces al dirigirte a la profesora se te escapara un "mamá esto" o "mamá lo otro".

Madre no hay más que una
© Titleist46 - Wikimedia Commons

A mi me pasó una vez. Me di cuenta del lapsus al momento, pero me hice el loco refugiándome detrás de una coraza de indiferencia como si no hubiera pasado nada, porque sabía que el resto de compañeros iba a empezar a señalarme, comentar en voz alta mi error y, lo más hiriente de todo, reírse de mí. Y así sucedió. Pero como no di muestras de que me molestase en absoluto, pronto se aburrieron y abandonaron la caza, permaneciendo eso sí agazapados, como una jauría al acecho, a la espera de que alguna presa más fácil cometiera el siguiente desliz.

viernes, 15 de enero de 2016

Flipi y Flape

El campamento de verano que recuerdo con mayor satisfacción, de entre los muchos a los que asistí de joven, es sin lugar a dudas el de Broto. Puede deberse a que ya era más mayor y lo disfruté de otra manera, o a que tenía la compañía de mi hermano Rubén y nuestro vecino José Pedro, que en aquella época éramos como uña y carne, o a que todavía estuviese flotando en una nube de felicidad porque acababa de nacer mi hermana pequeña, o seguramente debido a una suma de todo ello, aderezado con un entorno idílico y paradisíaco perdido entre las montañas del Pirineo aragonés.

Flipi y Flape
© Escobar - Zipi y Zape, los primos revoltosos de Flipi y Flape

Cada jornada era intensa y agotadora, realizábamos tantas actividades distintas que todos los días terminábamos extenuados. Excursiones por el monte calzados con las legendarias chirucas, baños bajo la Cascada de Sorrosal años antes de que lo prohibieran por motivos de seguridad, juegos, concursos y pruebas de lo más variadas, como recorrer el pueblo con un calzoncillo en la cabeza, canciones e himnos para cohesionar el grupo, mis primeras trepadas por el muro de una iglesia, carreras por la pradera, tumbarse a recuperar el aliento sobre el mar de hierba mientras cientos de pequeños saltamontes brincaban a tu alrededor, el indómito Marco, el monitor que fabricó un arco casero utilizando únicamente materiales silvestres, el antiguo cementerio con sus lápidas abandonadas entre la maleza, historias de miedo a la luz y el calor de una hoguera, las estrellas llenando el firmamento nocturno..

Cuando llegaba el anochecer no me quedaban fuerzas suficientes para mantener los ojos abiertos, era incapaz de concentrarme en las actividades que aún no hubieran finalizado y andaba dando tumbos de un lado a otro como un borracho, totalmente derrotado, hasta el punto de que uno de los monitores me llevó un día a un rincón apartado y me preguntó si estaba flipado, si tomaba alguna droga. Quiero pensar que no lo decía en serio, siempre me quedará la duda, pero de algún modo la anécdota llegó a oídos de más gente, se corrió la voz, y a partir de entonces todos empezaron a llamarme Flipi. Y, por extensión, a José Pedro, mi amigo inseparable, le llamaron Flape. Flipi y Flape, en clara alusión a Zipi y Zape, los traviesos gemelos del cómic español.

Poco antes de finalizar el campamento, los monitores idearon una gala para resaltar las características, manías y/o virtudes individuales de cada uno, y hacernos entrega de diferentes títulos honoríficos que reflejaran esa realidad de forma amena y divertida. Aún con la sombra de Flipi revoloteando sobre mi cabeza, hubo sorpresa, y tanto mi hermano como yo fuimos acusados de tragones y zampabollos por diversos motivos. En mi caso porque después de una de las primeras cenas acabé vomitando por empacho, y en el de mi hermano porque durante un desayuno hundió el cuchillo en el tarro de la mantequilla, que estaba algo reblandecida, y se llevó más de medio bote de una tacada. Pero la verdad es que eso fueron sólo dos hechos puntuales y que tragábamos como limas en cada desayuno, comida, merienda y cena. Nos habíamos ganado el galardón a pulso.

Un día, durante una de esas comidas, alguien en mi mesa comentó en voz alta que yo no le quitaba el ojo de encima a Marta, una chiquilla de Barcelona del grupo de al lado. Ni siquiera me había fijado especialmente en ella, simplemente estaba absorto pensando en mis cosas, y dio la casualidad de que mi mirada se dirigía hacia el infinito en esa dirección. Pero el mal ya estaba hecho, el rumor corrió como la pólvora entre jóvenes y mayores e incluso Marco se lo tomó a asunto personal, hasta el punto de que prácticamente me obligó a pedirle a Marta el primer baile de la fiesta de despedida, y se encargó de elegir para la ocasión la canción más larga y lenta que pudo encontrar.

La misma noche del famoso baile me escabullí de la fiesta en cuanto tuve la oportunidad, no me sentía cómodo en ese ambiente, con todas las miradas puestas en mí. Una mano invisible me guió hacia la pradera, donde me encontré a uno de los chicos más mayores tumbado sobre una manta contemplando el precioso cielo estrellado. Estaba deprimido porque había discutido con su novia, que casualmente era la hermana pequeña de Marco, y además la joven ayudante de cocina del campamento. Estuvimos hablando largo y tendido de muchas cosas, como si fuésemos viejos amigos, y algo mágico sucedió. No tengo ni la más remota idea de qué le dije exactamente, pero al parecer mis palabras ayudaron de alguna manera a la posterior reconciliación de la pareja. De hecho, más tarde ambos me lo agradecieron efusivamente, dejándome en mi libreta de recuerdos unas emotivas y especiales dedicatorias. Fue el colofón perfecto a unos días inolvidables.

lunes, 11 de enero de 2016

A la quinta va la vencida

¡Feliz año nuevo! Después del parón navideño ya estoy de vuelta con energías renovadas, dispuesto a terminar de escribir estos recuerdos de mi infancia a lo largo del año que acaba de comenzar. Y después.. ya veremos qué hago con el blog.

Cuando parecía que la familia estaba completa y no iba a crecer más, cinco años después de que mi hermano Jesús llegara para consumar el póquer de chicos, saltó la sorpresa, mi madre estaba esperando un quinto premio. Por supuesto, todos deseábamos que fuese al fin la anhelada niña, pero habría que esperar hasta el día de su nacimiento para salir de dudas, ya que en aquella época el uso de las ecografías no estaba tan extendido como ahora.

A la quinta va la vencida
Póker de chicos, ¡y al fin la chica! - Dominio Público

Recuerdo perfectamente aquel día. Estaba durmiendo en la litera de arriba cuando mi madre me despertó y me pidió que cuidara de mis hermanos pequeños. Tenía contracciones de parto y marchaba para el hospital acompañada de mi hermano mayor. Mi padre estaba trabajando y ya acudiría directamente allí en cuanto le llegase la noticia. Entonces no existían los móviles, así que supongo que mi madre llamó a las oficinas de TUZSA y desde allí le avisaron por radio al autobús que conducía. Después de una tensa espera, a mitad de mañana nos avisaron de que el bebé ya había nacido, ¡y era niña! Pero había algo no iba del todo bien, porque nos decían que mi madre estaba bien, pero de la pequeña no daban mucha información.

Al día siguiente mi hermano Rubén y yo nos íbamos dos semanas de campamentos a Broto, en pleno Pirineo aragonés. Así que esa misma tarde mi padre me acompañó al hospital para conocer al nuevo miembro de la familia. Por el camino me estuvo contando otra vez que mi madre estaba bien, pero que había habido alguna complicación con la niña. Cuando te dicen algo así el corazón te da un vuelco, no lo puedes evitar. Luego matizó que la niña estaba bien, "pero..". Y entonces, no sé por qué, me acordé de un chico con síndrome de Down que vivía en nuestro antiguo barrio y solía jugar lanzando una pelota contra el muro de un edificio contiguo a nuestro portal. Fue una especie de premonición.

Finalmente, mi padre me confesó la verdad, mi hermana María había nacido con síndrome de Down. "¿La querrás igual?", me preguntó visiblemente preocupado. "¡Pues claro, es mi hermana!", contesté, respirando aliviado al comprobar que el supuesto problema no era para nada algo tan grave. Luego la vi por primera vez en el hospital y me enamoré perdidamente de ella para siempre. Tuvo una infancia maravillosa, al margen de las dificultades y achaques de salud propios de su trastorno genético, y ahora es una joven adorable. Aunque hay que reconocer que también es un poco chicazo, pero quién la va a culpar habiéndose criado entre tantos hermanos varones, ¿no?