lunes, 11 de enero de 2016

A la quinta va la vencida

¡Feliz año nuevo! Después del parón navideño ya estoy de vuelta con energías renovadas, dispuesto a terminar de escribir estos recuerdos de mi infancia a lo largo del año que acaba de comenzar. Y después.. ya veremos qué hago con el blog.

Cuando parecía que la familia estaba completa y no iba a crecer más, cinco años después de que mi hermano Jesús llegara para consumar el póquer de chicos, saltó la sorpresa, mi madre estaba esperando un quinto premio. Por supuesto, todos deseábamos que fuese al fin la anhelada niña, pero habría que esperar hasta el día de su nacimiento para salir de dudas, ya que en aquella época el uso de las ecografías no estaba tan extendido como ahora.

A la quinta va la vencida
Póker de chicos, ¡y al fin la chica! - Dominio Público

Recuerdo perfectamente aquel día. Estaba durmiendo en la litera de arriba cuando mi madre me despertó y me pidió que cuidara de mis hermanos pequeños. Tenía contracciones de parto y marchaba para el hospital acompañada de mi hermano mayor. Mi padre estaba trabajando y ya acudiría directamente allí en cuanto le llegase la noticia. Entonces no existían los móviles, así que supongo que mi madre llamó a las oficinas de TUZSA y desde allí le avisaron por radio al autobús que conducía. Después de una tensa espera, a mitad de mañana nos avisaron de que el bebé ya había nacido, ¡y era niña! Pero había algo no iba del todo bien, porque nos decían que mi madre estaba bien, pero de la pequeña no daban mucha información.

Al día siguiente mi hermano Rubén y yo nos íbamos dos semanas de campamentos a Broto, en pleno Pirineo aragonés. Así que esa misma tarde mi padre me acompañó al hospital para conocer al nuevo miembro de la familia. Por el camino me estuvo contando otra vez que mi madre estaba bien, pero que había habido alguna complicación con la niña. Cuando te dicen algo así el corazón te da un vuelco, no lo puedes evitar. Luego matizó que la niña estaba bien, "pero..". Y entonces, no sé por qué, me acordé de un chico con síndrome de Down que vivía en nuestro antiguo barrio y solía jugar lanzando una pelota contra el muro de un edificio contiguo a nuestro portal. Fue una especie de premonición.

Finalmente, mi padre me confesó la verdad, mi hermana María había nacido con síndrome de Down. "¿La querrás igual?", me preguntó visiblemente preocupado. "¡Pues claro, es mi hermana!", contesté, respirando aliviado al comprobar que el supuesto problema no era para nada algo tan grave. Luego la vi por primera vez en el hospital y me enamoré perdidamente de ella para siempre. Tuvo una infancia maravillosa, al margen de las dificultades y achaques de salud propios de su trastorno genético, y ahora es una joven adorable. Aunque hay que reconocer que también es un poco chicazo, pero quién la va a culpar habiéndose criado entre tantos hermanos varones, ¿no?

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