lunes, 1 de septiembre de 2014

Sentar la cabeza

En 3º de E.G.B. ya empezaba a hacer mis pinitos, literalmente. Recuerdo que un día a la hora del recreo estaba haciendo el pino junto a unos compañeros de clase cuando de repente perdí el equilibrio y me di de cabeza contra el suelo, podría decirse que senté la cabeza.

Sentar la cabeza
© Hellerhoff - Wikimedia Commons

No fue un golpe muy fuerte, pero me salió un buen chichón y, aunque en general me encontraba bien, tuve una pequeña conmoción y estaba algo mareado. Así que, por precaución, una de las maestras abandonó al resto de alumnos y me acompañó a casa. Era una chica joven y guapa que acababa de terminar la carrera de magisterio y estaba haciendo prácticas en mi clase, echando una mano a la profesora titular. Pero es que además el trato de favor que me dispensó tenía un truco adicional, ya que no era ni más ni menos que la novia de uno de mis primos mayores, que con el tiempo se convirtió en su mujer y le hizo sentar la cabeza, así que todo quedó en familia.

Aquel día mi madre tenía turno de noche y, para poder tenerme vigilado y quedarse más tranquila, me llevó con ella a su trabajo en la Maternidad Provincial de Zaragoza, que en aquel entonces tenía sus instalaciones en un antiguo edificio colindante con la plaza de toros. Mi madre era la encargada de cuidar de los niños más pequeños, así que en la zona que ocupaba no había camas de mi tamaño, pero me hizo un apaño juntando dos cunas y, al contrario de lo que pudiera parecer en un principio, pasé una noche estupenda y reparadora.

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