lunes, 15 de diciembre de 2014

En busca de la asertividad perdida

Iban conmigo a clase un par de hermanos gemelos, ambos igual de simpáticos y buenos compañeros, aunque no tan parecidos físicamente. Jesús era más bajo y corpulento, mientras que Raúl era el alto y esbelto, y según la mayoría de las chicas el más guapo de toda la clase. A veces me acompañaban de vuelta a casa, pero sólo durante un tramo, ya que vivían mucho más cerca del colegio que yo.

Un día, al llegar a la bifurcación donde nos separábamos, me invitaron a subir a su casa a jugar y, aunque era consciente de que debía regresar a casa directamente desde el colegio o mis padres se preocuparían, no supe decir que no. Supongo que lo pasamos bien, pero lo único que recuerdo es mi inquietud y preocupación, porque a cada minuto que pasaba se hacía más tarde y más grande iba a ser la reprimenda que me esperaba en casa.

En busca de la asertividad perdida
© Kallh - FotoLibre

Cuando la madre de los gemelos nos sacó algo para merendar intenté aprovechar la ocasión para despedirme educadamente, pero me venció la timidez y la vergüenza y tampoco supe decir que no. Después de merendar seguimos a lo nuestro, mientras mi incomodidad y desasosiego crecían hasta límites insospechados, casi tanto como el castigo que iba a recibir por mi insensatez.

La madre de los gemelos apareció de nuevo en escena, esta vez como mi tabla de salvación, ya que al ver que se estaba haciendo tarde me preguntó si mis padres sabían dónde me encontraba. Esta vez no tuve más remedio que decir que no, y por fin marché para casa, apenas manteniéndome a flote entre un mar de congoja. Mis temores resultaron ciertos, y aunque traté de explicar a mis padres las consecuencias de mi falta de asertividad, nada me libró del justo y merecido castigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario