lunes, 18 de agosto de 2014

Un clavo saca otro clavo

En ocasiones nos acercábamos a las lindes del barrio, y por ende de la ciudad, a merodear alrededor de unas grandes naves en ruinas pertenecientes a viejas fábricas abandonadas tiempo ha. Entre los escombros buscábamos reliquias de tiempos pasados: espejos rotos, chapas, baldosines de colores, o simplemente restos de maquinaria en general: tornillos, tuercas, bobinas, imanes..

Un clavo saca otro clavo
© Laborratte - Pixabay

Un día nos encontramos un pequeño tablón con un enorme clavo oxidado que lo atravesaba de lado a lado y dirigía su punta hacia el cielo amenazadoramente. Para aprovechar el juguete nuevo ideamos una inocente prueba de valor que consistía en pasar andando por encima del clavo, apoyando todo el peso del cuerpo sobre él. Llevábamos zapatos de suela gorda y dura, así que no parecía especialmente peligroso. Después de varias rondas disfrutando sin ningún percance de nuestro improvisado juego llegó mi turno de nuevo, apoyé el pie en el clavo y, por unos breves instantes, me alcé y me quedé en equilibrio sobre su punta. Entonces la suela de mi zapato cedió y me hundí. Afortunadamente arqueé instintivamente el pie todo lo que pude y sólo me hice un pequeño rasguño superficial. Mi hermano mayor me ayudó a quitarme el zapato y después arrojó el tablón lo más lejos que pudo, se había acabado el juego.

Pero no las emociones fuertes porque, mientras seguíamos con la mirada la trayectoria del trozo de madera, vimos que desde aquella dirección se acercaba hacia nosotros el matón del barrio, el Molina, con su pandilla. El enfrentamiento parecía inevitable. Pero entonces sucedió el milagro, el matón pasó justo por donde había aterrizado nuestro desechado juguete y, de repente, cayó al suelo aullando de dolor, y en nuestra imaginación supimos que había pisado el clavo y se lo había hundido hasta el hueso. Sus acólitos le ayudaron a incorporarse y, con una visible cojera, se alejaron de allí y de nosotros. Mi herida debía de ser ridícula en comparación con la suya pero, sólo por si acaso, ya que el clavo estaba oxidado, mis padres me llevaron al médico y me pusieron un recordatorio de la vacuna antitetánica. Que yo recuerde no fue la primera ni la última vez.

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