miércoles, 5 de noviembre de 2014

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia

Como otras veces que el Real Madrid juega un partido de Champions en casa, el metro se había llenado de aficionados de ambos equipos, aunque realmente pareciera que sólo había hinchas del equipo visitante, el Liverpool. Eran al menos medio centenar de grandes hombretones ingleses, medio borrachos, cantando a voz en grito melodías populares, himnos deportivos y consignas contra los equipos españoles. No eran ningunos críos, la media de edad rondaría los 30 años. Acompañando su ruidoso despliegue de patriotismo aporreaban sin pudor con brazos y piernas todo lo que se les ponía por delante, ya fueran las paredes, techos, suelo o las propias puertas del vagón. Yo estaba apoyado en una de ellas, que no dejaba de temblar con las endiabladas embestidas. Un señor mayor les llamó la atención un par de veces, pero sólo paraban unos segundos, lo suficiente para mofarse de él y volver de nuevo a las andadas. Yo no dije nada, por cobardía e instinto de autoprotección, allí en medio, rodeado de todos aquellos energúmenos, podían haberme dado una paliza sin que el resto de la gente decente se enterase o pudiera hacer nada por evitarlo.

Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir violencia
© leoniewise - Flickr

Cuando se abrieron las puertas en la parada del estadio Santiago Bernabéu comenzaron a salir en tropel, mientras el resto de viajeros respirábamos aliviados. De repente sentí que perdía el apoyo de mi espalda, como si cayera al vacío, y di un respingo imaginando que de alguna manera se había abierto también mi puerta e iba a precipitarme a la vía. Y en cierta forma era verdad, pues la puerta a mis espaldas se había abierto unos centímetros. Pensé que el bestia que le estaba dando patadas unos momentos antes se había propasado más de la cuenta, pero entonces me di cuenta de que la palanca de desbloqueo de seguridad estaba activada y un estridente pitido de alarma invadía nuestros oídos de manera intermitente. Busqué con la mirada al aficionado inglés, presunto culpable, y lo descubrí justo cuando salía por la puerta de enfrente, agarrando su palanca de desbloqueo correspondiente y activándola también. No había ninguna duda sobre lo que había pasado, y ahora eran dos los pitidos acompasados que nos destrozaban los tímpanos. El convoy no pudo volver a arrancar hasta que vino el maquinista para cerrar manualmente ambas puertas, mientras mascullaba oscenidades en contra los hinchas, una clara alusión a la primera acepción del término en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

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