lunes, 2 de junio de 2014

Los chicos del maíz

A mi parecer, una de las grandes ventajas que tuvimos al criarnos en un barrio prácticamente a las afueras de la ciudad fue disponer de la libertad y amplitud del campo abierto a sólo un tiro de piedra de nuestra casa. Cuando bajábamos a jugar a la calle no teníamos que alejarnos mucho para disfrutar de la acequia, los árboles, las explanadas de tierra, y sólo un poco más allá, cerca de la torre que durante unos años estuvo regentando mi abuelo materno, los hipnóticos e interminables campos de maíz.

Los chicos del maíz
© 7854 - Pixabay

Disfrutaba como un enano corriendo entre sus hileras, totalmente protegido de miradas indiscretas por las plantas que me superaban ampliamente en altura, y arrancando de vez en cuando alguna mazorca de maíz simplemente por el mero placer de hacerlo. También jugaba allí a pillar o al escondite con mis hermanos y mis primas, sin preocuparnos por picaduras de insectos, alergias o cualquier otra incomodidad, como ser sorprendidos por los dueños o cuidadores de la plantación. Por descontado que los niños de hoy en día también juegan a esos juegos, pero esto era JUGAR, así, con mayúsculas.

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