viernes, 15 de julio de 2016

Opus Dei

En mis años de Universidad trabé amistad con César, un chico en apariencia bastante normal, amable, simpático y buen estudiante, junto al que hice muchas de las prácticas de la carrera. La única pega que tenía el buen hombre es que era numerario del Opus Dei. Al principio pensé que le vendría de familia, que sus padres le habrían inculcado esas ideas, esa filosofía y estilo de vida, pero más tarde supe que no, que sus padres no eran especialmente religiosos, que había sido captado por alguien un tiempo atrás y sus padres no llevaban el tema demasiado bien.

Opus Dei
© Amio Cajander - Flickr (hay sectas para todos los gustos)

Vivía en un piso junto a varios curas y otros numerarios de su secta. En realidad eran varios pisos, todos los de la primera planta del edificio, comunicados internamente entre sí de forma que podías dar una vuelta completa y volver de nuevo al punto de partida sin salir al exterior. A veces quedábamos allí para estudiar o preparar algún trabajo. Todo era muy singular. Por ejemplo, lo primero que hacían al llegar era asomarse a una pequeña capilla y mostrar sus respetos arrodillándose y santiguándose. Si nos daban las 12 del mediodía dejaban absolutamente todo, independientemente de lo que estuvieran haciendo, se ponían en pie y dedicaban unos minutos a rezar el Ángelus en voz alta. Sin embargo, lo más curioso de todo es que la limpieza de la casa corría a cargo de mujeres de la obra, pero nunca las veías, Cuando se iban acercando a la habitación en la que estuvieras trabajando, tenías que trasladarte con todos los bártulos a las estancias contiguas, siguiendo la misma dirección que ellas en el interior del círculo. "Es para evitar tentaciones", decían.

Que César intentaba captarme estaba fuera de toda duda. Me invitaba a charlas sobre la Sábana Santa, a sesiones de meditación, a un fin de semana de esquí en la nieve, a jugar al tenis en unas instalaciones para empleados de Ibercaja de las que era socio su padre, y hasta intentaba que me confesara con uno de los curas con los que convivía. "Tocarse es pecado", solía repetir. Y aunque yo no tenía ningún interés en formar parte de su religión, me dejaba querer, pero sólo por conveniencia. Antes de conocerle nunca hubiera imaginado la cantidad de profesores universitarios que pertenecían al Opus Dei. Tenerlo de amigo y compañero me hacía gozar de ciertas ventajas ocultas.

Es cierto que el muchacho tenía muchas manías y rarezas, pero tengo claro cuál fue la gota que colmó el vaso y fue la causante de que empezáramos a distanciarnos poco a poco. Había ido al Pilar a misa con mi amigo José Pedro. Estábamos pegados a la pared, en un lateral del altar mayor, donde solíamos ponernos muchas veces con mis padres, cuando de repente, casi al final de la ceremonia, apareció César. Les presenté, nos pusimos a charlar y no sé por qué empezó a aleccionarnos sobre que comulgar en pecado era un pecado todavía mayor. Antes de que nos diéramos cuenta la misa había concluido. César estaba visiblemente afectado porque se había despistado hablando del tema y no había pasado a comulgar. "No importa, ya volveré a misa esta tarde para recibir la comunión", afirmó. José Pedro y yo nos miramos estupefactos, ¿tragarse todo ese tostón de nuevo? Una vez a la semana podía aguantarse pero, ¿dos veces en un día? Había algo en la cabeza de ese chico que no funcionaba del todo bien o, para ser más exactos, que no funcionaba como en las nuestras.

En cualquier caso, sus palabras hicieron mella en mí, pues a partir de entonces pocas veces más he pasado a comulgar. Si no podía recibir ese sacramento estando en pecado, y no estaba dispuesto a ir corriendo a contarle a un cura mis intimidades, sean pecado o no, la consecuencia era evidente. Poco a poco empecé a examinar todas las afirmaciones sobrenaturales con ojo crítico y a abandonar las costumbres y creencias religiosas hasta convertirme en el escéptico orgulloso que soy hoy. Y, simplificándolo mucho, todo gracias a un numerario del Opus Dei que me quería captar para su secta. Irónico, ¿no?

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