viernes, 4 de abril de 2014

Porque lo digo yo y punto

En algunas estaciones de metro puedes encontrarte a veces con los típicos vendedores subsaharianos que inundan las calles en las fiestas de tu ciudad, o los paseos marítimos durante tus vacaciones estivales, con su manta extendida sobre el suelo mostrando todos sus artículos a la gente que pasa por allí. Y tampoco es infrecuente que alguno de ellos suba de vez en cuando al metro, cargado con un enorme atillo formado por su blanca sábana preñada de mercancías.

Porque lo digo yo y punto
© Jpereira - Wikimedia Commons

Un día viajaba a mi lado uno joven, solitario, sentado tranquilamente con el enorme bulto que le da de comer a sus pies, cuando se acercaron a él varios jóvenes y el líder del grupo se identificó como policía secreta. Tenía una pinta de chulo de discoteca que echaba para atrás, y hablaba y actuaba casi como tal. Le pidió los papeles y permisos, mientras el pobre inmigrante se quejaba de que no estaba vendiendo nada, a lo que el policía respondió de malas formas que "también está prohibido el tráfico de mercancías, yo te tengo que poner la multa y tú luego puedes ir al juez y alegar lo que sea". Seguramente el pobre chico estaba más preocupado de que le quitaran la manta que de cualquier otra cosa, porque después tendría que rendir cuentas ante su esclavista particular. Lamentablemente no se cómo acabó la historia, porque en la siguiente parada los policías le invitaron a bajarse con ellos y continuaron la conversación en el andén, mientras yo me alejaba a gran velocidad.

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