lunes, 21 de abril de 2014

Apendicitis

Todavía no había alcanzado mi primera década de edad cuando tuvieron que ingresar a mi madre en el hospital para extirparle el apéndice. Fueron sólo unos días, pero a mi se me antojaron eternos y, por causas totalmente ajenas a la operación, se convirtieron en una pequeña pesadilla.

Apendicitis
© pimkie_fotos - Flickr

Unos tíos nuestros que vivían en el segundo se hicieron cargo de mis hermanos y de mi mientras mis padres estaban ausentes. Al principio todo fue sobre ruedas y nos pasábamos el día jugando con mis primas, que eran más o menos de nuestra edad. Pero pronto se torció la cosa. Mi prima Arancha tenía las manos muy largas y en una rabieta me arañó la cara y yo, ni corto ni perezoso, le di una bofetada en respuesta. Lo que no esperaba es que a continuación mi tío Rafa me cruzase la cara y me llamase mierdacrío y gilipollas. No se qué me dolió más, si el bofetón o sus palabras. Bueno, si que lo se, el dolor físico pasa rápido, pero yo era muy sentido y sus palabras se me grabaron a fuego.

El resto del tiempo que permanecí en su casa lo pasé retraído y resentido, creo que es lo primero que le conté a mis padres cuando al fin volvimos a casa todos juntos. Yo me lo tomé muy a pecho, pero con el tiempo aprendí que era la forma de ser de mi tío, siempre muy mal hablado pero sin malicia. Desde entonces siempre que me ve me llama gilipollas, en plan cariñoso, y yo sonrío y le doy un beso.

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