lunes, 21 de septiembre de 2015

Commodore 64

A mediados de los años 80 nuestros padres nos regalaron por Navidad un flamante Commodore 64, C64 para los amigos. Era sin duda el mejor ordenador personal que podías encontrar en el mercado en aquel momento. Fue un regalo muy provechoso, al menos para mi, ya que con él aprendí los rudimentos de la programación y ahora me gano la vida como informático, o mejor dicho, como desarrollador de software. Pero no fue un camino de rosas.

Commodore 64
© MOS6502 - Wikimedia Commons

Mis hermanos lo usaban únicamente para jugar, acaparando la totalidad del restringido tiempo de uso del que disponíamos para dedicarlo a tal fin. Los juegos estaban almacenados en cintas de casete y, a veces, tras pasar unos largos y tediosos minutos cargando en la limitada memoria del dispositivo el juego elegido por consenso, se producía un fallo justo al final, por lo que teníamos que empezar todo el proceso de nuevo desde cero, causándonos una gran frustración, ya que el poco tiempo disponible se iba reduciendo rápidamente segundo a segundo.

Nuestro juego estrella era el jorobado, "The Hunchback", que también le hacía mucha gracia a mi madre, sobre todo cuando mi primo Ángel descubrió por accidente que podíamos hacer moverse a Quasimodo hacia atrás. Pero teníamos muchos otros, algunos pocos comprados, y la mayoría pirateados mediante la elaborada técnica de copiar la cinta original con un radiocasete de doble pletina. Normalmente, la forma de conseguirlos era a través del amigo de algún amigo que también disfrutara de un C64, y ya en la última época los obteníamos directamente sacándolos prestados de un centro lúdico cultural.

Yo también jugaba, por supuesto, pero pronto me interesé más en aprender cómo funcionaba esa maravilla tecnológica y cómo podía crear mis propias aplicaciones y juegos. Con mi exigua paga me compraba la revista mensual "Input Commodore" y, para disponer del suficiente tiempo de computación libre de juegos y jugadores, me levantaba temprano los sábados por la mañana, montaba el equipo en la televisión del salón y hacía mis pruebas con tranquilidad. Así aprendí a programar en BASIC, y más adelante les pedí a mis padres que me regalaran por Navidad un libro sobre el lenguaje ensamblador del procesador Motorola 6510, el increíble motor que el C64 escondía en su interior.

El C64 marcó una época y siempre le he tenido un cariño especial, hasta el punto de haber seguido jugando a alguna de sus pequeñas joyas como "Nebulus", "Ghosts'n Goblins" o "Commando", mediante el uso de emuladores en ordenadores posteriores mucho más potentes, pero que carecen de ese encanto especial de haber sido el primero. Hasta tuve el honor de trabajar durante varios años en la traducción al español de Power64, uno de los mejores emuladores de C64 para ordenadores Apple Macintosh. Una pena que el autor, Roland Lieger, no terminara migrando el código fuente a la última versión del sistema operativo de la manzana. Desde entonces me falta algo muy importante en mi Mac.

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