lunes, 7 de diciembre de 2015

¡Nos vamos de excursión!

De vez en cuando, el colegio organizaba una excursión que los profesores consideraran relevante para complementar nuestra formación académica. Algunas veces, dicho acontecimiento no era más que un simple pretexto para disfrutar de una actividad diferente, conocer mejor nuestro entorno y desarrollar nuestras habilidades sociales. Objetivos loables que, al fin y al cabo, también eran pilares básicos de nuestro aprendizaje.

¡Nos vamos de excursión!
© wwworks - Flickr

De esa forma conocimos, entre otros lugares, diversos rincones emblemáticos de nuestra ciudad como la Basílica de Nuestra Señora del Pilar o la Basílica de Santa Engracia, nos asombramos en el Museo de la Ciencia y el Planetario de Barcelona, aprendimos los secretos centenarios de una fábrica de cerámica de Muel, o hicimos ejercicio en los verdes parajes del Moncayo, donde casualmente coincidí con mi amigo Miguel Ángel, que estaba realizando la misma excursión con su colegio. Después de una dura jornada fuera de casa, el autocar de vuelta al colegio era un remanso de paz, un refugio en el que reponer fuerzas, donde muchos alumnos y profesores acababan echando una fugaz cabezada.

Yo solía sentarme junto a una ventanilla y contemplaba embelesado el paisaje, el anochecer y las estrellas que iban apareciendo con cuentagotas en el firmamento, mientras soñaba con los ojos abiertos que iba corriendo por el exterior a la par que el autobús, sin importar la orografía del terreno, esquivando ágilmente cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino. Eran reminiscencias de una película de la época, "El hijo de la jungla", en la que un cazatalentos descubría en la sabana africana a un atleta de capacidades casi sobrehumanas que corría cual gacela junto a su todoterreno y, tras múltiples peripecias, acababa ganando todas las pruebas de atletismo en las que participa. Toda una inspiración para un pequeño atleta en ciernes como yo.

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