lunes, 7 de julio de 2014

¡Bomba va!

El Día de los Santos Inocentes solíamos comprar algún artículo de broma en una papelería que había al lado del colegio La Jota. Nuestros favoritos, con diferencia, eran los petardos y las bombas fétidas, aunque tampoco hacíamos asco a otros artilugios, como un clavo envuelto en una gasa sanguinolienta que se adaptaba al contorno del dedo dando la sensación de que te lo habías atravesado, o una pastilla de tinta que poníamos en el difusor de los grifos de casa para dar un susto al primero que fuera a lavarse las manos o la cara.

¡Bomba va!
© Cornischong - Wikimedia Commons

Un año, en 4º de E.G.B., pasado ya el día de las inocentadas, no me percaté de que una solitaria bomba fétida había quedado perdida en el bolsillo de mi pantalón. Durante el transcurso de una clase, resbaló y cayó de mi bolsillo, rompiéndose en mil pedazos contra el suelo justo a mis pies. La bomba no tardó en hacer su efecto y los compañeros que tenía alrededor comenzaron a quejarse del mal olor. Aunque había sido un accidente no premeditado, las pruebas de mi culpabilidad eran irrefutables y el profesor, al que tenía en muy buena estima, me castigó de pie cara a la pared en una esquina del aula durante el resto de la clase.

Es la única vez que me han castigado de esa forma, de hecho es la única vez que me han castigado en clase en toda mi vida. Me sentí profundamente humillado, y mi rencor contra el profesor tardó bastante tiempo en desaparecer completamente, mucho más de lo que tardó en desvanecerse al hedor liberado por la bomba fétida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario