lunes, 25 de mayo de 2015

Deshojando alcachofas

Estábamos de visita en un pueblo, no recuerdo si era Cabolafuente o Torrevelilla, aunque probablemente se tratara del primero, porque juraría que entre nosotros estaba mi primo Javi, de la rama familiar materna.

Deshojando alcachofas
© LoggaWiggler - Pixabay

Mientras paseábamos por sus calles nos topamos a las puertas de una casa un solitario cesto de mimbre repleto de alcachofas recién cogidas. Muchas veces habíamos visto a nuestra madre preparar ese vegetal de sabor metálico y desagradable arrancando una a una las hojas de las primeras capas hasta alcanzar el corazón, la parte más tierna y comestible.

De algún modo, nos pareció divertido realizar ese proceso nosotros mismos, así que nos hicimos con una alcachofa por cabeza y comenzamos a deshojarlas. Pero había un problema, no sabíamos cuándo parar, y antes de darnos cuenta habíamos sobrepasado el límite y estábamos con las manos prácticamente vacías.

Después de repetir el mismo proceso un par de veces más con idéntico resultado, decidimos que había llegado el momento de alejarnos de aquel lugar antes de que algún vecino nos pillara con las manos en la masa y su provisión de alcachofas reducida drásticamente. Al menos en un futuro próximo, seguiría siendo más provechoso para nuestros estómagos dejarle a nuestra madre la exclusividad de las labores culinarias.

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