lunes, 18 de mayo de 2015

Juguetes analógicos

Mucho antes de la llegada del entretenimiento digital en forma de maquinitas, videoconsolas, máquinas recreativas u ordenadores personales, existían diversos juegos analógicos que se ponían de moda cíclicamente tanto en la calle como en los patios de recreo de los colegios.

Juguetes analógicos
© megavas - Flickr

Algunos no se me daban del todo mal, como las canicas, esas pequeñas esferas, normalmente moldeadas en cristal transparente, que encerraban coloridas e hipnóticas formas. También las había opacas, cubriendo toda la gama de colores del arcoíris, de diversos tamaños e incluso fabricadas con materiales cerámicos o metales. Aunque no te gustara el juego en si, eran verdaderas joyas, dignas piezas de coleccionista.

Dominaba el arte de subir y bajar el yo-yó y ejecutar varios trucos básicos, como el perrito o el columpio. Y me defendía razonablemente bien en las carreras ciclistas, simuladas con chapas de botella que portaban en su cara interna fotos de los mejores corredores del Tour de Francia, el Giro de Italia o la Vuelta Ciclista a España.

Uno que nunca me atrapó demasiado era el taco, un trozo de goma en forma de tacón de zapato que se lanzaba hacia una pared o una línea dibujada en el suelo para ver quién era capaz de situarlo más cerca del objetivo. Los chicos solían clavarles chinchetas para, supuestamente, compensar el peso y mejorar su estabilidad y control, aunque dudo que supiesen realmente de qué hablaban. Yo sólo lo hacía por imitación y motivos puramente estéticos.

Otro juego que gozaba de gran popularidad era coleccionar cromos. A primera vista puede parecer un juego muy tonto reservado a la intimidad, pero la gracia consistía en el intercambio con otros coleccionistas para intentar completar el álbum de turno, mostrando uno a uno los cromos del fajo que querías cambiar mientras los demás iban canturreando el típico "repe, repe, repe, ¡fal!".

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