lunes, 12 de enero de 2015

Muñecas de porcelana

En los tórridos días de verano solíamos refrescar nuestros acalorados cuerpos en las piscinas del Parque Deportivo Ebro. A principio de temporada mis padres adquirían el abono familiar, con descuento por familia numerosa, y durante los meses estivales lo amortizábamos con creces haciendo un uso intensivo de él.

Muñecas de porcelana
© MLaLov - Pixabay

Algunos de mis tíos también eran socios de las mismas instalaciones, así que una vez allí nos juntábamos con ellos y pasábamos el día entero bañándonos y jugando con nuestros primos y primas. Con unas teníamos mucho más trato, no sólo eran primas hermanas, hijas de una hermana de mi madre, sino que además vivían en nuestro mismo edificio. A otros, primos segundos, hijos de un primo de mi padre, prácticamente sólo los veíamos en la piscina.

Estos últimos eran dos hermanos, chico y chica, Andresito y María José (curiosamente el mismo nombre que hubiera tenido yo de haber nacido chica, aunque seguramente yo no hubiera sido tan guapa y delicada como mi prima). Eran algo más jóvenes que yo y bastante simpáticos, aunque extremadamente tímidos, pero lo que más me llamaba la atención de ellos era su aspecto. Parecían dos muñecos de cera, con la piel pálida, tersa, suave y limpia, sin defectos apreciables a simple vista, ni una sola peca, lunar, mancha, grano o arañazo. Tanta perfección era un poco escalofriante, me semejaban una mezcla entre los niños de "El pueblo de los malditos" y los de "Los chicos del maíz". Sin duda contrastaban claramente con cualquiera de nosotros, curtidos por mil golpes, cicatrices, riñas y travesuras. A veces me preguntaba si su madre los tenía guardados en una caja junto a su colección de muñecas de porcelana y sólo los sacaba de su aislamiento forzoso los días que venían a la piscina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario