lunes, 23 de febrero de 2015

Las dos orejas y el rabo

Una de las escasas veces que visité Cabolafuente, el pueblo natal de mi madre, coincidió con la celebración de alguna de sus tradicionales fiestas. Sólo recuerdo dos cosas, ambas ambientadas en la pequeña plaza del pueblo, por una lado la verbena nocturna amenizada por una típica orquesta veraniega con un típico repertorio a medio camino entre lo rancio y lo moderno, y por otro lado la vaquilla que habían soltado durante el día para disfrute y revolcón de los jóvenes, cual Grand Prix del verano.

Las dos orejas y el rabo
© herzeleyd - Flickr

No estoy seguro de si mis padres nos dejaron participar en el evento taurino, pero allí estábamos contemplando cómo la vaquilla, poco más que un perro grande, embestía a diestro y siniestro. Afortunadamente, mi buen criterio me hizo parapetarme debajo de un carro, desde donde pude contemplar sin poner en riesgo mi integridad física la masacre que efectuó el nervioso animal entre los jóvenes de la zona. A mi juicio se lo tenían bien empleado, por inconscientes, y suerte tuvieron todos de conservar las dos orejas y el rabo.

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