viernes, 13 de febrero de 2015

Pequeñas ratas con alas

Desde que tengo uso de razón la plaza del Pilar siempre ha albergado infinidad de palomas, hasta el punto de que no la concibo sin su eterna presencia encaramadas en todos los salientes y rincones de la fachada principal de la basílica, sobrevolando en bandadas el vasto espacio aéreo de la plaza, o picoteando cualquier resto de comida o migaja abandonado que hubiera quedado en el suelo. Y, por supuesto, poniéndolo todo perdido con sus deposiciones.

© bettaman - Flickr

Los fines de semana familias enteras se acercaban hasta allí para dar de comer a las palomas las bolsitas de pienso que ofrecían las mismas gitanas de siempre por unas pocas pesetas, y los niños se divertían encorriéndolas hasta que, cansadas de huir a pie con sus cortas patitas, remontaban el vuelo para alejarse definitivamente del peligro. Era complicado acercarse mucho a una paloma si tenía el estómago lleno, siempre cautas y desconfiadas, si era preciso llegaban a girar el cuello más de 180º con tal de no perderte de vista. Sólo en una ocasión vimos a un hombre que había logrado atrapar una con sus manos desnudas. Parecía algo perturbado y, con una mueca que quería asemejarse a una sonrisa, antes de guardársela a buen recaudo bajo su harapiento abrigo nos la mostró diciendo que iba a ser su cena de esa noche.

Entre semana la situación era completamente diferente, ya que no había tanta afluencia de gente y las aves pasaban hambre. Una vez, en el colegio nos llevaron a una visita guiada al Pilar y a la salida las palomas estaban tan desesperadas que ni tan siquiera esperaban a ver si les echabas algo de comer, se te subían literalmente encima. Recuerdo que extendí mis brazos, me quedé quieto como un espantapájaros y empezaron a posarse por todas partes buscando algo que llevarse al buche. Se me subieron a la cabeza, hombros, brazos y cuerpo, dejándome el abrigo hecho un asco. Debo confesar que pasé algunos momentos de agobio y hasta temí un poco por mi integridad física, no fuera a llevarme algún picotazo en un ojo o algún arañazo que pudiera infectarse más tarde, no en vano dicen que las palomas son pequeñas ratas con alas. Pero al final, cuando me relajé, la experiencia resultó fascinante y cautivadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario