lunes, 9 de noviembre de 2015

Atletismo vs Judo

Empecé a practicar Judo cuando todavía vivíamos en el barrio La Jota, siguiendo los pasos de mi hermano mayor, que llevaba varios años entrenando esa disciplina y coleccionando un abanico multicolor de cinturones. A menudo acudíamos toda la familia a animarle a las competiciones, donde mi madre lo pasaba fatal, siempre hecha un amasijo de nervios, ya que no era raro que acabase magullado o lesionado. A veces también nos acompañaban mis primas, y si Arancha veía que le estaban pegando a su primo mayor, se ponía tan furiosa que había que sujetarla fuertemente para que no saltara al tatami a arrancarle los ojos a su contrincante de turno.

Atletismo vs Judo
© hultstrom - Flickr

Cuando nos mudamos a vivir al Actur, la logística para acudir a los entrenamientos se complicó enormemente. Al principio, aunque nos pillaba muy a desmano, seguíamos yendo al mismo club de siempre, el "Nippon Karate Club", atravesando a pie el Actur, el Arrabal y las vías abandonadas del tren hasta llegar a La Jota, y muchas veces desandando el camino de vuelta ya de noche y en solitario, con temor de que algún yonki te diera un buen susto en cualquier momento. Aún no me explico cómo mis padres me permitían realizar ese trayecto sin la compañía de un adulto. Afortunadamente, esa situación no duró mucho, porque el dueño del club decidió suprimir las clases de Judo y dedicar todo el horario disponible a Karate, su especialidad, dejándonos al resto en la estacada.

Nuestro profesor, Ernesto Granell, consiguió un local en un lugar más remoto todavía, en algún barrio o pueblo de la periferia cuyo nombre no recuerdo. Fuimos por allí un par de veces, pero resultaba inviable, ya que dependíamos del coche y de mis padres por completo. Al final, mi hermano acabó apuntándose al Club de Judo Las Fuentes y yo a las actividades extraescolares del colegio Maristas, muy cerca de casa. En realidad yo no estudiaba allí, así que mi admisión fue un favor personal del entrenador del colegio, Félix Asín, que era amigo de mi antiguo maestro y además conocía y apreciaba a mi hermano Daniel.

Por aquella época ya había empezado a practicar y competir en atletismo, y no sólo me gustaba más, sino que tenía la impresión de que se me daba mejor. La constatación final llegó en Navidad. Por un lado, en una competición-exhibición en la Feria de Muestras fui incapaz de ganar un solo combate. Por otro, algunos compañeros de Judo pusieron en duda mi credibilidad al comentarles mis marcas en diversas pruebas de atletismo, ya que les parecía que eran estratosféricas, por no decir imposibles. Fue la gota que colmó el vaso. Así que, cuando llegó el momento de decidirme por un deporte u otro, la elección fue muy sencilla.

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