viernes, 27 de noviembre de 2015

Marchando una de calamares

Un día estábamos en el interior del aula con Don Andrés. No recuerdo si es que fuera el tiempo estaba demasiado revuelto como para hacer deporte, o estaba sustituyendo a algún profesor que había faltado a clase, o simplemente quería hacer algo diferente. El caso es que nos propuso un reto muy simple, un concurso de preguntas y respuestas, dos equipos, chicos contra chicas, y los perdedores tendrían que pagarle un bocadillo de calamares a los ganadores. Aceptamos, jugamos, y perdimos.

Marchando una de calamares
© Lagambadeoro - Wikimedia Commons

Durante muchos días nadie dijo nada sobre pagar la deuda contraída con las chicas, pero a mi todo ese asunto me estaba reconcomiendo por dentro, ya que mi madre me había enseñado desde pequeño a cumplir mis promesas. Cuando no pude soportar más esa pesada carga le pregunté a mis padres si debía hacer algo, y me animaron a ello. Así que hablé con mi tía Jovita, que regentaba un bar en el Arrabal, para ver si nos prepararía unos calamares a la romana, y cuando me dio el visto bueno escribí de mi puño y letra unas papeletas para todos mis compañeros, indicando el día y lugar donde por fin íbamos a saldar nuestra deuda. Sólo tenían que indicarme quién iba a acudir y quién no, para que mi tía lo tuviera todo dispuesto.

No se animaron todos, pero si muchos más de los que esperaba, más de la mitad de la clase. Pero llegó el día señalado y sólo acudimos a la cita 4 ó 5 personas. Fue un fracaso absoluto. Y aunque al final nos lo pasamos muy bien y comimos calamares hasta reventar, a mi tía no le hizo mucha gracia haber comprado y cocinado provisiones de más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario