lunes, 16 de noviembre de 2015

Cóctel Mólotov

El laboratorio del colegio era una sala multiusos que normalmente utilizábamos para su propósito principal, realizar diversos experimentos que complementaran el contenido de las clases de ciencias. Otras veces servía como aula de desdoble, o para trabajos manuales, e incluso como cocina improvisada en unas sesiones sobre labores del hogar que dieron origen a mi primera tortilla de patata, curiosamente de buen aspecto y comestible.

Cóctel Mólotov
© deradrian - Flickr

Un día, unos cuantos alumnos estábamos en el laboratorio haciendo experimentos con un mechero Bunsen. El profesor, Don Javier, nos dejó solos un momento para ir a dar vuelta por el aula donde otros estudiantes estaban realizando una actividad diferente. A pesar de que estábamos literalmente jugando con fuego, se fiaba de nosotros porque mi equipo estaba formado en su mayor parte por los empollones de la clase. Pero entre mis compañeros también estaba el patán de las zapatillas Niungi, al que el profesor tenía en muy buena estima, quizás porque se sentía identificado con él debido a las dotes artísticas que ambos compartían.

En un momento dado la llama del mechero empezó a decaer rápidamente y, antes de que pudiera reaccionar, contemplé horrorizado cómo el patán cogía un frasco de alcohol y derramaba un chorro de líquido inflamable sobre el mechero. Su intención era buena, avivar el fuego. Pero el resultado final era más que previsible, el alcohol ardió con un fogonazo y se desparramó por la mesa, que para colmo de males estaba totalmente recubierta con papel de periódico. El incendio se descontroló en un abrir y cerrar de ojos, como si un cóctel Mólotov hubiera estallado bajo nuestras narices. Y en ese instante el profesor entró de regreso en el laboratorio y se hizo cargo del problema, sofocando las llamas antes de que la cosa fuera a peor. Ni que decir tiene que nunca volvió a confiar en nosotros ni a dejarnos solos, ni para cocinar una simple tortilla de patata.

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