lunes, 1 de junio de 2015

Edificio a la brasa

La oscuridad reinante proclamaba a los cuatro vientos que todavía no había amanecido. Por algún extraño motivo mis padres nos habían despertado antes de tiempo. Yo era incapaz de mantener los ojos abiertos y sólo pensaba en remolonear un poco más entre las sábanas, como cada día, pero mis padres nos apremiaban insistentemente para que nos diéramos prisa. Algo no iba bien.

Edificio a la brasa
© Eric Hensley - Wikimedia Commons

Sin vestirnos, sin desayunar, sin pasar ni tan siquiera por el baño, mis padres nos pusieron un abrigo por encima y, calzados aún con las zapatillas de casa, nos condujeron rápidamente a las escaleras. Comenzamos a descender sin pausa mientras el resto de vecinos iban saliendo de sus pisos y uniéndose a nosotros en silencioso éxodo hasta llegar al patio de entrada de la casa y, finalmente, a la calle. Allí el movimiento era aún mayor. La gente se arremolinaba a unas cuantas decenas de metros del portal, contemplando absortos cómo las llamas consumían uno de los bares adyacentes, mientras un recién llegado coche de bomberos trataba de sofocar el incendio.

Los daños causados por el fuego fueron de poca consideración y no afectaban a la estructura del edificio, así que esa misma noche pudimos volver a nuestros hogares. Incluso aquellos a los que el exceso de adrenalina y emociones nos lo permitió, pudimos terminar de descansar en nuestras camas. Días después supimos que el incendio había sido intencionado, provocado por el dueño del bar con la esperanza de cobrar el seguro y saldar sus múltiples deudas. Que en el transcurso de su plan pusiera en riesgo la vida de decenas de personas y niños parece que no le importó demasiado.

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