lunes, 15 de junio de 2015

El sexto sentido

Estaba parado en un cruce con buena visibilidad y no especialmente peligroso, acompañando a mi hermano pequeño a algún sitio que no recuerdo, y esperando a que el semáforo peatonal se pusiera en verde antes de atravesar la amplia avenida que había detrás de la casa de nuestros padres.

El sexto sentido
© rwr - Flickr

Hacía pocos años que habían abierto el nuevo puente de la Almozara sobre el río Ebro, en realidad un antiguo puente de una línea de ferrocarril en desuso que habían rehabilitado y puesto de nuevo en servicio para proporcionar una vía de acceso y salida al creciente y populoso barrio del Actur. Desde entonces la densidad de tráfico que transitaba por allí había ido en aumento exponencialmente y aún estábamos habituándonos a extremar las precauciones al cruzar, acostumbrados todavía a los tiempos en los que no pasaba ningún coche y la calle era sólo nuestra, nuestro gran patio de recreo.

Cuando el semáforo nos dio finalmente vía libre, iluminando el monigote verde de los peatones, mi hermano Jesús se puso en movimiento al instante. Normalmente yo hubiera hecho lo mismo, pero aquel día un sexto sentido me hizo sujetarle firmemente, refrenando su ímpetu y sugiriéndole esperar unos segundos más. Por la izquierda se acercaba un coche que, aún no yendo especialmente deprisa y teniendo el semáforo en rojo, me dio la impresión de que no iba a frenar.

Fue una premonición, porque efectivamente el automóvil se saltó la señalización, mientras los coches que iban a cruzar la avenida en el mismo sentido que nosotros ya se habían puesto en marcha. La inevitable colisión fue espectacular, casi de película, el kamikaze embistió a uno de los vehículos que acababan de ponerse en movimiento y lo lanzó varias decenas de metros haciéndolo atravesar nuestro paso de cebra en su letal trayectoria, al tiempo que giraba como una peonza entre una lluvia de cristales rotos. Si hubiéramos estado cruzando nos habría arrollado sin remedio, así que gracias a una mezcla de desconfianza, paciencia y buena fortuna, aquel día no acabamos en el hospital, o en un sitio mucho peor.

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