lunes, 22 de junio de 2015

Tragabolas de carne y hueso

Mi hermano Rubén y yo estábamos jugando a las canicas en la calle, en la parte de atrás de nuestro edificio, casi bajo el balcón de casa, cuando vimos cómo se aproximaban hacia nosotros desde el otro lado de la avenida un par de gitanos de aproximadamente nuestra misma edad. Yo ya los tenía fichados, no era la primera vez que merodeaban por allí, y nunca con buenas intenciones.

Tragabolas de carne y hueso
© carbonnyc - Flickr

Al llegar a nuestro lado se quedaron observando cómo jugábamos durante un par de minutos en silencio. Entonces, el que llevaba la voz cantante, un chico bastante gordo y moreno, nos dijo que las canicas eran muy bonitas y nos pidió que le diésemos alguna, a lo cual me negué rotundamente. Así que, ni corto ni perezoso, agarró velozmente una o dos y se las metió a la boca, como si del mismísimo hipopótamo tragabolas se tratase.

Yo no me iba a pelear por dos canicas, pero tampoco me iba a quedar de brazos cruzados, y casualmente conocía a alguien sin tantos miramientos, Daniel, mi super hermano mayor, siempre dispuesto a proteger al más débil. Lo llamé a grandes voces y no tardó en asomarse al balcón, y tras ponerle al corriente de lo que estaba pasando bajó a la calle y zarandeó al tragabolas hasta que expulsó de su boca las húmedas esferas de cristal, ¡puaj, que asco! Los gitanos se fueron por donde habían venido, mi hermano Daniel volvió a casa, y mi hermano Rubén y yo seguimos jugando tranquilamente, aunque esta vez en la parte delantera de la casa, junto al portal.

Así hubiera acabado la cosa, de no ser porque al cabo de un rato volvieron a aparecer los dos pendencieros, esta vez acompañados por un chico mayor buscando pelea, preguntando en actitud chulesca por el que había zarandeado a su primo, hermano, o lo que fuese. Al instante llamé al portero automático y mi hermano Daniel bajó de nuevo, encarándose con el bravucón, que al ver que le plantaban cara farfulló alguna excusa ininteligible y desapareció para siempre jamás llevándose consigo a los dos aprendices de camorrista. Nunca más volvieron a aparecer por nuestros dominios.

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