viernes, 13 de mayo de 2016

Baloncesto extremo

Cuando mis padres no estaban en casa aprovechábamos para hacer cosas que teníamos absolutamente prohibidas, como jugar al baloncesto en el salón. Usábamos como balón una pelota de tenis, y la canasta era el hueco superior que quedaba entre la pared y la puerta cuando ésta estaba completamente abierta. Encestar desde lejos era complicado, así que mi jugada favorita era esquivar al contrincante para penetrar hasta la canasta y machacar.

Baloncesto extremo
Machacando sin piedad - Dominio Público

Aunque más bajito, yo era mucho más ágil que mi hermano Daniel, que se exasperaba con mis anotaciones. Así que un día, desesperado, cogió disimuladamente el machete que se había comprado en unos campamentos un tiempo atrás y, cuando me dispuse a machacar, lo colocó de punta cubriendo el exiguo hueco de la puerta. Lo vi justo a tiempo de apartar la mano, aunque no pude evitar que el metal me rozara un poco la palma, afortunadamente sin llegar a hacerme una herida. Por supuesto ahí se terminó el juego, ¡vaya ideas tenía mi hermano de vez en cuando! Y lo peor es que me hizo fallar el punto final.

Las pachangas que echaba con mi amigo José Pedro en las canastas de Ranillas eran más normales. Solíamos jugar uno contra uno, a un juego llamado "tipi". A pesar de que José Pedro casi me sacaba una cabeza y de que jugaba habitualmente en un equipo de baloncesto, no era rival para mi. Seguro que jugando en grupo las cosas hubieran cambiado radicalmente, porque él tenía más visión de conjunto que yo, pero en solitario solía ganarle con contundencia gracias a mi rapidez y, sobre todo, a que saltaba más que él y me llevaba casi todos los rebotes. Siempre me gustó el baloncesto, pero no era lo suficientemente alto como para dedicarme a ello, y además mi carácter más reservado iba más con los deportes individuales, por eso cuando descubrí el atletismo supe al instante que era ideal para mi.

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