viernes, 6 de mayo de 2016

Cincomarzada arruinada

Una cincomarzada fui a pasar el día al Parque del Tío Jorge con mi amigo Miguel Ángel y algunos de sus compañeros de instituto. Dimos unas vueltas por los puestos de las peñas, donde la cerveza y el vino corrían a raudales y las morcillas, chorizos y longanizas a la brasa impregnaban el aire con su delicioso aroma haciendo rugir nuestros vacíos estómagos, señal inequívoca de que la hora del almuerzo había llegado. Tomamos posesión de un trozo de césped en la explanada junto al lago y sacamos nuestros bocadillos.

Cincomarzada arruinada
© johnloo - Flickr

Estábamos allí sentados, charlando y comiendo tranquilamente, cuando de repente algo se estampó contra mi espalda. Me giré para ver qué había pasado y descubrí que era tan solo una bolsa con una botella de plástico en su interior, pero obviamente había llegado hasta allí de alguna manera. Levanté la vista y unos metros más allá estaba el responsable de haberla lanzado en nuestra dirección de una patada, un chulito de barrio con una cohorte de aduladores a sus espaldas, que nos miraba desafiante. No recuerdo cuál fue mi reacción, si le dije que tuviera más cuidado o si simplemente pasé del tema sin prestarle más atención de la que merecía, pero en cualquier caso estaba claro que andaba buscando bronca e independientemente de mi actitud habría encontrado la excusa que buscaba.

El pandillero se acercó hacia mí y empezó a increparme. Nos pusimos todos de pie, unos pocos amigos intentando pasarlo bien en un día de fiesta enfrentados a una pandilla más numerosa de camorristas buscando follón. No teníamos posibilidades de ganar una pelea que ni queríamos ni habíamos provocado. Así que dejé que se desahogara insultándome, las palabras se las lleva el viento, y hasta aguanté impertérrito una torta-empujón que me propinó en la cara, mientras Miguel Ángel y el resto se removían nerviosos a mi lado. Nadie de entre los numerosos grupos de gente que había alrededor movió un sólo dedo para defenderme, aunque evidentemente no nos quitaban el ojo de encima.

Al final la paciencia y pasividad dio sus frutos y en cuanto el macho alfa vio que no iba a conseguir lo que andaba buscando, dio media vuelta y se fue con su jauría a buscar otras víctimas más propensas a iniciar una batalla campal. Pero esa desagradable experiencia nos había arruinado la cincomarzada, así que tras dar un par de vueltas más por el parque, nos fuimos cada uno a la seguridad de nuestros hogares, donde poder lamernos las heridas de nuestro ego humillado en la intimidad.

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