lunes, 16 de mayo de 2016

¡Rubia!

Durante los entrenamientos lo primero que teníamos que hacer era un buen calentamiento, un trote largo de no menos de media hora que realizábamos por fuera de las instalaciones de La Granja para que no nos resultara demasiado tedioso. Dábamos vueltas alrededor de todo el recinto, del parque homónimo situado a su lado, del pabellón Príncipe Felipe, e incluso si disponíamos de más tiempo salíamos al cuarto cinturón o callejeábamos hacia el Parque Primo de Rivera.

¡Rubia!
Yo no me metería con ellos - Dominio  Público

Una tarde que Susana y yo volvíamos de nuestro recorrido habitual, mientras pasábamos por la curva que hay detrás de La Granja, en dirección contraria a la circulación, vimos que se acercaba una furgoneta llena de jóvenes uniformados que obviamente estaban cumpliendo el servicio militar en la ciudad. Cuando el vehículo pasó a nuestro lado varios de ellos asomaron la cabeza por las ventanillas y entre risas y gestos obscenos gritaron: "¡Rubiaaaa!". Cláramente no se referían a mi, pero fui yo quien, sin tan siquiera mirarles, les respondió levantando un brazo con el puño cerrado y el dedo corazón apuntando directamente al cielo. Fue algo instintivo, no me paré a pensarlo.

También fue instintiva su reacción, pues unas décimas de segundo después oímos a nuestra espalda un fuerte frenazo en seco y un montón de insultos y gritos airados, mientras la furgoneta echaba marcha atrás en mitad de una curva peligrosa y con escasa visibilidad. Aparentemente sin inmutarnos, Susana y yo seguimos a nuestro ritmo alejándonos de ellos, que afortunadamente pronto desistieron de su arriesgada persecución y decidieron continuar su propio camino. Es curioso que, después de media hora corriendo a una velocidad más que decente, fue casualmente durante esos pocos segundos cuando el corazón se me puso a doscientas pulsaciones por minuto, ¿casualidad?

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