viernes, 27 de mayo de 2016

Italia

El viaje de estudios a Italia dio pie a muchas anécdotas y situaciones embarazosas que quedarán para siempre en el recuerdo. Entre las más graciosas destacaría la ocasión en la que un compañero me arrebató la cámara de fotos para hacerle un robado a una chica despampanante que estaba posando sensualmente frente al Coliseo, y que finalmente resultó ser el primer travesti que veíamos en nuestras vidas. O cuando andábamos un poco perdidos, callejeando despistados por Roma, y ese mismo compañero se acercó a una pareja de ancianos con el mapa en la mano para intentar situarnos en el plano y el matrimonio salió huyendo despavorido como si fuéramos unos indeseables que les iban a desvalijar.

Italia
© Diliff - Wikimedia Commons

Menos gracioso, pero si bastante curioso, fue que el bedel del instituto, que nos acompañaba al viaje en calidad de responsable porque ningún profesor estaba dispuesto a hacerlo, nos había advertido de que había muchos ladrones que utilizaban el método del tirón para llevarse cámaras, bolsos y mochilas. Y, casualmente, él fue el único afectado cuando, paseando por Florencia, una moto pasó a su lado y el sujeto que iba de paquete le arrancó del hombro una estupenda cámara réflex que debía de haberle costado el equivalente a varios meses de salario.

Vivimos momentos de tensión cuando una noche nos cruzamos con unos hinchas de un equipo de fútbol, alguno de los nuestros gritó "¡hala Madrid!" o "¡visca el Barça!", y tuvimos que salir corriendo perseguidos por una jauría enrabietada. Y rabia es lo que sentí cuando en el escaparate de una de las tiendas del puente de Rialto en Venecia vi la miniatura de un violín tallado en madera, entré para interesarme por su precio, y el dueño me echó de malas maneras como si yo no tuviera la categoría suficiente para optar a adquirir esa pieza.

La última anécdota no sabría como clasificarla, pero me reafirmó en mi compromiso de mantenerme alejado del alcohol y demás vicios insanos. Algunos compañeros montaban cada noche su propia fiesta en las habitaciones del hotel en el que estuviéramos alojados, donde no faltaban risas, gritos, música, alcohol y tabaco. Y si faltaba algo.. se improvisaba. Así que, cuando una noche se les acabó la bebida demasiado pronto, empezaron a mezclar los refrescos con colonia hasta conseguir un buen colocón al filo de la intoxicación etílica. Y supongo que también una buena jaqueca a la mañana siguiente.

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