lunes, 2 de mayo de 2016

Promesas rotas

Durante unas fiestas del Pilar, después de una reunión familiar con motivo de alguna boda, bautizo o comunión, varios de los primos más jóvenes acabamos la noche de juerga en el recinto ferial. Nos montamos en alguna atracción, comimos algunos churros, pero sobre todo hablamos mucho de nuestras cosas aprovechando la ocasión. De entre los que tenían una edad similar a la mía, a mis primas Ana y Arancha las tenía muy vistas y conocía sus vicios y manías, pero con Iván no coincidíamos tan a menudo y casi se había convertido en un extraño para mi, hasta el punto de que me sorprendí cuando Ana le ofreció un cigarrillo, lo aceptó y se pusieron a fumar tranquilamente, con soltura, como quien lleva mucho tiempo haciéndolo. Se rieron al ver mi cara de estupefacción, y también me tentaron con un pitillo, aunque les dije que no.

Promesas rotas
© lanier67 - Flickr

Unos años atrás mi amigo Miguel Ángel y yo habíamos hecho una solemne promesa infantil, "juro que nunca jamás beberé alcohol ni fumaré", y no la había roto hasta entonces. Pero decirles que no a mis primos era como darles alas a que insistieran e insistieran e insistieran. Así que al final, por hastío, tomé un cigarro y le di unas caladas para que me dejaran tranquilo, solo que en vez de aspirar y tragarme todo el humo enrarecido, soplé disimuladamente y conseguí engañarles y que me dejaran tranquilo. Lo mejor de todo es que mantuve mi promesa y me sentí orgulloso de ello. Por eso, un día que estábamos celebrando un cumpleaños de Miguel Ángel junto a varios de sus compañeros de clase, me decepcionó comprobar que él sí la había roto y, a pesar de su diabetes, le daba a la cerveza como el que más.

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