viernes, 29 de abril de 2016

Fuegos artificiales

Durante las fiestas del Pilar, cada noche lanzaban fuegos artificiales desde un rincón diferente de la ciudad. El que teníamos más cercano era la Plaza de Europa, a escasos centenares de metros de nuestra casa cruzando el río Ebro por el Puente de la Almozara. Aunque hubiéramos podido verlos desde el balcón, nos gustaba situarnos muy cerca de la zona cero y disfrutar prácticamente desde debajo de una inmersión sensorial a base de explosiones, luces de colores, chispas y olor a pólvora quemada.

Fuegos artificiales
© azuaje - Flickr

A mi hermana María, a la que acercábamos con nosotros en su sillita de paseo, le encantaba como al que más, aunque unos años después, quizás debido a esa sobreexposición inicial, les cogió algo de respeto. Lo peor de todo es que estábamos tan cerca que a veces llovían a nuestro alrededor los palos finos y largos que se usan para dar estabilidad a los cohetes durante el lanzamiento y ascenso. Si te caía uno encima te podía lastimar, así que no tardaron mucho tiempo en ampliar enormemente la zona de seguridad y se acabó el acercarte tanto. Pero eso no nos impidió seguir disfrutando de los fuegos artificiales, pues tienen algo tan especial y primario que a cualquier distancia siguen siendo igual de mágicos, hipnóticos y fascinantes.

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