viernes, 22 de abril de 2016

El postre menos deseado

De tanto coincidir en la playa día tras día, año tras año, al final acababas haciendo amigos, como esa familia originaria del sur pero residente en Barcelona que tenían una niña pequeña más o menos de la edad de mi hermana María, y que a veces hasta nos guardaban medio metro cuadrado de las atestadas arenas de Salou si bajaban a la playa antes que nosotros.

El postre menos deseado
© Hgrove - Wikimedia Commons

Una vez nos invitaron a comer a su apartamento, situado en la octava planta del rascacielos que había en primera línea de playa. ¡Menudas vistas! Y eso que sólo estábamos situados a la mitad de la altura total del edificio. Desde la azotea casi se podía apreciar la curvatura de la Tierra en el horizonte, y las boyas que a ras de suelo parecían tan lejanas se veían infinitamente más cerca de la orilla en comparación con la enorme extensión de agua que quedaba por detrás.

No recuerdo qué nos sirvieron de comida aquel día, sólo que el postre no nos gustó a ninguno, pero por educación nos lo comimos igualmente con nuestra mejor sonrisa. En mi memoria era media chirimoya que habían vaciado y vuelto a rellenar tras mezclar su carne con alguna otra cosa, aunque hablando sobre aquel episodio con mi madre, ella asegura que era un aguacate.

En cualquier caso, la cocinera nos preguntó con la bandeja en la mano si nos había gustado. Había sobrado una pieza y todos nos olimos lo que podía ocurrir si decíamos que sí, pero tampoco podíamos decir que no. Afortunadamente, fuimos rescatos in extremis por mi hermano Rubén, siempre tan educado él, que cayó en la trampa y se lanzó inconscientemente a alabar su textura y sabor, obteniendo como recompensa el pedazo sobrante de repetición. Casi morimos asfixiados allí mismo conteniendo la risa, pero aquella noche, ya en nuestro apartamento, comentamos la jugada una y otra vez a carcajada limpia. ¡Toma, por pelota!

No hay comentarios:

Publicar un comentario