lunes, 25 de abril de 2016

Como dos gotas de agua

Al menos en cuanto a aspecto físico, yo he sido desde pequeño la oveja negra de la familia. Soy el más parecido a la rama de mi madre, de piel oscura, cabello castaño y complexión delgada, mientras que el resto de mis hermanos han sido siempre de la rama paterna, de tez más clara, rubitos y más bien regordetes. Por eso, cuando en la playa había gente que les preguntaba a mis padres si mi hermano Rubén y yo éramos mellizos, nos hacía mucha gracia y nos parecía increíble que alguien pensase siquiera en tamaño disparate. Si hasta hemos sido siempre opuestos incluso en el carácter, yo siempre haciendo el trasto y mi hermano modosito recordándome que "mamá dice que eso no se hace".

Como dos gotas de agua
© donnieray - Flickr

Pero algo de razón sí que debían de tener, pues mi hermano Rubén había ido cambiando paulatinamente su fisonomía hasta parecerse más a mi, mientras el resto de nuestros hermanos permanecían fieles a la rama paterna. Y como nuestra diferencia de edad era mínima, de tan sólo dos años, es lógico que gente que no nos conociese pudiese llegar a imaginar que no éramos simples hermanos.

La confirmación definitiva llegó un día en que Susana, buena amiga y compañera de entrenamientos, y que estudiaba en el mismo instituto que mi hermano, me dijo que lo había visto en el recreo y se había sorprendido pensando que era yo. Si ella, que pasaba a diario varias horas a mi lado, se había confundido de esa manera, es que el parecido debía de ser más que razonable. Eso, o que necesitaba graduarse la vista.

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